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Fútbol entre muletas

Los Guerreros Aztecas de la Ciudad de México es uno de los 11 equipos de la liga de amputados. Estas son algunas de sus historias.

Vídeo: Christian Palma
Diego Mancera

Ángel Jiménez tenía 12 años cuando perdió medio cuerpo en un accidente laboral. Era 2011 y el muchacho trabajaba en una obra cerca de casa, al sur de la capital de México. Angelito, como le llaman, cargaba aquel día un manojo de varillas. Le habían pedido que las dejara al otro lado de una barda y no se fijó en el cable de electricidad que había al descubierto. Lo tocó y se electrocutó. Perdió el conocimiento.

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Los Guerreros Aztecas

Lo primero que recuerda de aquello es el hedor del hospital al despertar. “Había luces y el quirófano olía bien feo”, dice. El médico le informó enseguida de sus lesiones. Había perdido el brazo derecho y la pierna izquierda. “No dije nada, no me puse mal. Lo importante es que estaba vivo, no hay que chillar”, afirma.

Han pasado cinco años y Ángel juguetea con su muleta junto a una cancha de fútbol. En su pierna derecha aún se aprecian las marcas de la quemadura. Su piel parece la de una serpiente. En la cancha sus compañeros entrenan. Todos son cómo él, les falta un trozo de cuerpo. Se ejercitan para el próximo partido. El joven Ángel Jiménez es el delantero de los Guerreros Aztecas, uno de los 11 equipos de la liga mexicana de amputados.

El equipo se fundó cuando la señora Aurora Martínez apoyó a un muchacho que había perdido una pierna por culpa del cáncer. Era su vecino. Jesús Adrián vendía chocolates y quería hacer un equipo de fútbol con otros cuatro jugadores amputados. Se hacían llamar las Águilas del Distrito Federal. “Mi hermano les llevó uniformes. Mis hijos empezaron a buscar qué entrenamientos le podían poner”, explica la señora Martínez.

En 2013 el equipo cambió su nombre a Guerreros Aztecas y crearon su propio escudo: un guerrero azteca con un penacho y sin una pierna. A partir de ese momento compitieron a nivel nacional.

No fue fácil encontrar un sitio para entrenar. Los dueños de canchas de pasto sintético no les dejaban. “Se quejaban de que los muchachos con sus bastones dañaban la cancha, pero los muchachos traen las gomas nuevas porque si no se resbalan”, recuerda Aurora Martínez.

A inicios de 2016, el presidente del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en la capital, Raúl Flores, les ayudó a encontrar una cancha de fútbol siete a un costado de la Cámara de Diputados. “Antes nos cobraban 1,500 pesos (72 dólares) por usarla cada día”, dice Aurora Martínez, a quien los jugadores la consideran como la mamá del equipo.

De la cancha al semáforo

Carlos Espinosa les pide a sus pupilos que troten alrededor de la cancha. Los guerreros lo hacen con pequeños saltos. Toda la fuerza reside en su única rodilla y en los brazos. Para pegarle al balón colocan los bastones, se balancean y chutan. En los entrenamientos trabajan los tiros de larga distancia.

Durante los partidos no deben tocar el balón con los bastones y las prótesis deben quedarse en la banca. Cada equipo juega con un portero y seis jugadores en el campo. Una de las reglas del fútbol de amputados es que los guardametas deben carecer de un brazo. Los partidos oficiales se juegan a dos tiempos de 25 minutos. Cada entrenador puede pedir dos tiempos extra. No hay fueras de lugar y se pueden hacer sustituciones de jugadores en cualquier momento. Los saques laterales se realizan con el pie.

Los jugadores durante un entrenamiento en la Ciudad de México
Los jugadores durante un entrenamiento en la Ciudad de MéxicoChristian Palma

Los 15 jugadores de Guerreros Aztecas van desde los 17 años hasta los 44. La mayoría tiene un empleo formal excepto tres: Víctor Bonilla, Daniel García y Jorge Morales. Ellos dominan el balón en los cruces peatonales por dinero. Son malabaristas callejeros bajo presión.

Este tridente de futbolistas trabaja en indistintos semáforos de la capital. Tienen menos de 60 segundos para dominar el balón frente a los conductores. Lo pasean entre su pierna y los bastones, lo levantan y lo colocan en su nuca. El último en tocar el balón lo debe guardar debajo de su camiseta, así como lo hacen los futbolistas profesionales en sus festejos. Víctor, Jorge y Daniel deben ajustarse a la rutina para que les dé tiempo de pedir una moneda.

“Nos avientan el carro. Luego las personas se pasan el semáforo. Nosotros tenemos la maña de aunque sea pegarles a su carro con el balón, si ellos piden respeto para su carro, nosotros lo pedimos para lo que estamos haciendo”, dice Víctor, quien perdió la pierna en 2011 luego de que le asaltaran y golpearan entre cuatro hombres en Ixtapaluca (Estado de México). Antes trabajaba como chófer de una furgoneta blanca los fines de semana.

Daniel García también baila con un balón entre los autos. “Si nos ponemos una hora sacamos 200 pesos (10 dólares). Hay ocasiones que he juntado 800 en unas cinco horas”. Él creció en el municipio de Santa María Sola de Vega, en Oaxaca. Era campesino. En 2010 saltó al ruedo durante una corrida de toros. Uno de ellos le pasó por encima. Le destrozó la pierna izquierda y se la amputaron. “Era la única persona sin una pierna, me sentí muy solo, me deprimí”, dice.

Con un par de muletas, Daniel viajó a la capital junto con Carmen, su pareja. Empezó a vender paletas en los cruces peatonales hasta que, un día en el aeropuerto, se encontró con Víctor y ahí le convenció para jugar fútbol. Después comenzó a trabajar en los cruces peatonales para sacar dinero. El dinero que saca les permite rentar un departamento en el sur de la ciudad. “Mi meta es armar un equipo de amputados en Oaxaca”, cuenta. Los tres amigos toman su balón, regresan a la banqueta y cuentan el dinero. "A veces ni trabajamos, sólo venimos a jugar", comentan. 

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Sobre la firma

Diego Mancera
Es coordinador de las portadas web de la edición América en EL PAÍS. Empezó a trabajar en la edición mexicana desde 2016 escribiendo historias deportivas. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación y Periodismo por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

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