Ex agosto


Existió una época en que agosto sólo era agosto, y parecía que nunca se acababa. Tenías tiempo para hacer de todo, porque al fin y al cabo tampoco había mucho que hacer. Eso te permitía aburrirte un poco todos los días, casi siempre a la misma hora. Pero lentamente agosto fue adquiriendo forma de septiembre y a llenarse de deberes pendientes. Al poco, se pareció a noviembre, y después a enero, y un día, inexplicablemente, ya no se diferenciaba demasiado de mayo, que es esa fase del año en el que se deciden los títulos. El fútbol nos robó los almanaques. Lo trastocó todo. Cambió el sitio de las cosas. De pronto, los hechos importantes arrecian ya el principio, en mitad de las vacaciones, sin ocasión de ponernos tristes porque volveremos al trabajo. El fútbol se entrometió, nos achicó el placer. Te hace pensar en el sargento Hartman, el instructor jefe de La chaqueta metálica,cuando irrumpe al alba en el pabellón de reclutas, que forman en calzoncillos, y se pone a revisar las uñas de las manos y los pies, mientras grita “roña”, “ampolla”, “recristo”, y sólo acaba de empezar el día.
Nos creíamos muy tranquilos, y de repente agosto, con su aspecto de mes invernal, vestido de abrigo, nos descubre que ya hay grupos de Champions, que Guardiola vuelve al Camp Nou, que Asensio es la nueva estrella del Madrid por unos partidos que jugó en verano, que la selección dice adiós a Casillas, o que Piqué se ha puesto otra vez a enredar en Twitter. Por no hablar de la Liga: empezó en plenos Juegos Olímpicos, a hurtadillas, como la gente que se asoma tras la cortina para espiar el jardín vecino. En casa, donde el seguimiento de los Juegos se practica de manera totalmente religiosa, la intrusión del fútbol nos sentó como una violación del domicilio. Me recordó al día que la lavadora nueva empezó a centrifugar, y como estaba mal anclada, se salió de la cocina y recorrió un pequeño pasillo hasta el salón, donde mi novia y yo nos estábamos desnudando. Nos quedamos de piedra los tres.
El fútbol tendría que entender que en la vida hay tiempo para todo, incluso para que no haya futbol, y que cuando lo hay, el relato posea comienzo, nudo y desenlace, en ese orden. Ahora todo es nudo, sin tiempo a acostumbrar los ojos a la luz. ¡Pero si tenemos un jugador que aún no ha debutado y ya ha dado positivo por cocaína! Todo va demasiado rápido, como cuando mis amigos empezaban a drogarse antes de la cena. Las cosas que arrancan tan fuerte acaban perdiendo todo interés. En los años cincuenta un cineasta intentó rodar una película basada en el misterio del Marie-Céleste, un navío descubierto en mitad del Atlántico. No había nadie abordo. Cuando subieron, comprobaron que no había lanchas de salvamento y que las calderas aún estaban calientes, pero ni un signo de vida. Fue imposible hacer la película. ¿Por qué? Porque el comienzo era demasiado bueno e intenso. Lo que viniese después nunca podría estar a la altura del principio.
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