Hungría sobrevive a Islandia
Un gol en propia meta de los nórdicos devuelve la igualada a un partido desigual
Creyó Hungría que la barrera caería y saldría el sol. Aunque las nubes azules de Islandia taparan el cielo gris de Marsella. Y así fue, con un nuevo tanto en la despedida del partido (el 13º que se marca a partir del minuto 87) y en propia puerta, para darle todavía más emoción. Y gracias a él, con cuatro puntos tras la victoria en el debut ante Austria, los magiares se colocan virtualmente en octavos con una propuesta de juego tan entusiasta como estética.
Ver competir a Islandia, por el contrario, es un ejercicio que requiere de cierta fantasía visual. Su manera de jugar al fútbol evoca al esqueleto primigenio de un deporte que computa únicamente las veces que se coloca la pelota en el fondo de la portería rival. No hay beneficios intermedios, por lo tanto, no hay más que negociar. Con un nuevo planteamiento ortodoxo, un 4-4-2 inflexible, la selección del dentista Halgrimsson se ha acostumbrado a hurgar en las muelas de sus rivales. Primero fue Portugal y después Hungría la que padeció la tortura durante más de hora y media.
Recuerda por momentos Islandia a esa manera de jugar que tienen los equipos de barrio, en los que se defiende por sistema, como si fuera la única parte que se puede entrenar. Enfrente Hungría tocaba la pelota, jugaba con extremos a pierna cambiada como Dzsudzsák, y con dos medios centros, Nagy y Gera, que daba gusto verlos moverse. Pero no era suficiente. En sus idas y venidas a la portería de Halldórsson, se topaban por el camino con trampas para osos de color azul infierno.
Hasta que en un error garrafal de Kiraly, que no atrapó la pelota, llegó un penalti que transformó Gilfy Sigurdsson para iluminar todavía más a Islandia. El golpe no transformó la figura de Hungría, que siguió jugando a su manera, sabedora de que algo de premio tenía que llevarse.
Tuvo que esperar hasta el final para obtener su botín. En una internada de Nikolic por la banda derecha, el balón acabó en la zona más magnética del área, tanto que Saevarsson la envió al fondo de su portería para disfrute del seleccionador húngaro, Storck, al que se le escapaban los nervios del cuerpo. El empate volvió a resultar un premio agridulce, por más que el reparto siempre sea equitativo. Mejor no preguntar a los islandeses, que se quedaron con la miel en los labios aunque preparan ya la camilla para el siguente paciente: Austria.
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