¡Hala Madrid!
“Recuerda que de pequeño eras del Madrid. Tu madre que te quiere. Besos”
Mensaje recibido a primera hora de la mañana en mi teléfono: “Recuerda que de pequeño eras del Madrid. Tu madre que te quiere. Besos”. Acompaña el texto, a modo de sutil advertencia, un emoticono de un gato con corazones en los ojos; no es necesario despertar cubierto de sangre y con una cabeza de caballo bajo la colcha para comprender qué se espera de uno en estos casos.
Efectivamente, de pequeño era del Madrid, no puedo negarlo. Un día regresó el abuelo a casa tras una dura noche en el mar y se encontró colgado de la pared del bar un escudo del Barça tallado en madera que mi padre y mi tío habían colgado en su ausencia. Se lo quedó mirando sin mover un músculo, con la patena bajo el brazo, y sin alzar mucho la voz dijo que no quería verlo allí cuando volviese; necesitaba una ducha y dormir un par de horas antes de empezar a preparar las comidas que se servirían ese mediodía.
Apareció sobre las 11, silbando y repasándose el pelo con un peine de hebra fina que siempre llevaba consigo. Calentó un poco de leche en un cazo, le añadió café, unos trozos de pan y se puso a remover la mezcla mientras se quitaba una legaña de un ojo. “¿Todavía sigue colgado ese insulto de la pared?”, preguntó. Dije que sí con la cabeza y él hizo un gesto de asentimiento, como si agradeciese la valentía de sus hijos o mi sinceridad, no estoy seguro. Se levantó de la mesa, se dirigió a la pared profanada y descolgó el escudo sin decir palabra. Luego salió con él a la calle donde lo lanzó contra una de las ventanillas del flamante y recién comprado Seat Ritmo 65 CL de mi tío, que aulló furioso al oír el estallido de cristales y ver al abuelo regresando a la cocina sacudiéndose las manos. “Yo solo digo las cosas unas vez”, alegó mientras tomaba asiento frente a la taza y se metía la primera cucharada de pan con leche en la boca. Ahí decidí hacerme del Madrid.
Murió pocos años después y fue entonces cuando abandoné el movimiento para abrazar el barcelonismo rebelde de mi padre y mi tío que convirtieron el bar en un pequeño Camp Nou de pueblo, presidido por una tablilla que colgaba de una botella de Chivas y rezaba: “Silencio, estamos saboreando los triunfos del Barça”. A la abuela nunca le pareció bien el nuevo rumbo tomado por la casa y cada vez que veía aquella declaración de intenciones se echaba las manos a la cabeza y repetía que era el madridismo el que nos daba de comer.
Es una de las razones por las que espero y deseo el triunfo del Real Madrid el próximo sábado, el puro interés. También tengo presente a Cruyff y su doctrina desacomplejada, la memoria del abuelo, las ilusiones de una legión de amigos equivocados y ese mensaje de mi madre que no alcanzo a descifrar del todo pero que, por si acaso, invita a terminar este texto con un sentido e inequívoco ¡Hala Madrid!
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