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Damas y cabeleiras
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Consentir Sarajevos

Insultar, lanzar todo tipo de objetos, escupir, intimidar… son conductas bien vistas y casi celebradas en cualquier campo de fútbol

Rafa Cabeleira
Manifestación en el Palo (Málaga) contra la violencia en el fútbol.
Manifestación en el Palo (Málaga) contra la violencia en el fútbol. MARIANO POZO (DIARIO AS)

Hace unas cuantas semanas, en una sala de espera de un hospital, dos señores de cierta edad y panzas redondeadas se batían por el cambio con una de las varias máquinas de café repartidas por toda la planta. Uno de ellos, entre improperios difíciles de reproducir en estas líneas, le soltó una patada de tal calibre al armatoste que a punto estuve de levantarme y devolverle yo los céntimos que le faltaban para que dejase de maltratar a la pobre expendedora mecánica. A su lado, un niño que intuí familiar de los viles agresores, pues los tres compartían la misma cara de becerro, los animaba divertido mientras chupaba un zumo de frutas por una pajita, posiblemente la causa de la refriega: “¡Dale, dale! ¡Esta no se ríe más de nosotros, mimá!”.

Recordaba la escena hace unos días, mientras leía la crónica de mi compañero Rafael Pineda sobre el apuñalamiento de un futbolista de la Tercera División Andaluza al final de un choque entre filiales que dirimía el liderato de la categoría. El pique habitual entre delantero y defensa que presenciamos en cada partido terminó con un chaval desplomado en el vestuario, en parada cardíaca y con una puñalada en el corazón que a punto estuvo de segarle la vida, hoy ya felizmente recuperado. ¿Qué tipo de persona se lanza a chavetear a un rival deportivo tras un partido de fútbol? Intuyo que debe ser la misma especie que casi se atraganta con una bebida azucarada por la emoción que le producen los golpes de sus familiares a una máquina de cafés, en cuanto se hace mayor y se siente con derecho a pasearse con una navaja en el bolsillo para arreglar, a la tremenda, las disputas o problemas que puedan surgirle en la vida.

Demasiada violencia consentida en cualquier ámbito de la vida cotidiana y en el fútbol en particular. Demasiadas conductas agresivas, desproporcionadas y alarmantemente incívicas. Demasiados ejemplos de mierda para unos niños que asisten con ojos de esponja a las explosiones coléricas de aquellos que, en teoría, deberían enseñarles a caminar por el mundo como personas de bien, no como bestias, y que me perdonen los afiliados y votantes del PACMA. Decía un profesor que trataba de enseñarnos literatura española durante el bachillerato que “se empieza admitiendo el uso incorrecto de la tilde y se terminan consintiendo Sarajevos”, aunque no estoy seguro de que la cita sea suya.

Insultar, lanzar todo tipo de objetos, escupir, intimidar… son conductas bien vistas y casi celebradas en cualquier campo en el que uno asiente las posaderas para disfrutar de un partido de fútbol. “Mi marido es un león”, recuerdo que presumía orgullosa una señora de Pontevedra al ver la algarabía que provocaba su esposo subiéndose a las vallas del fondo norte de Pasarón para hostigar al portero rival, al tiempo que trataba de explicar a una vecina de localidad cómo se había golpeado con una puerta, “despistadamente”, los dos ojos ennegrecidos que ocultaba bajo unas avejentadas gafas de sol.

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