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EL CHARCO
Columna
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El cazador cazado

Cuando la identidad de un equipo está constituida, no se pierde por mostrar elasticidad frente a las circunstancias

Marcelo Bielsa, durante la final de la Liga Europa.
Marcelo Bielsa, durante la final de la Liga Europa.Clive Rose (Getty)

Bastaron unas pocas jugadas para que el Atlético de Madrid construyera una distancia insalvable entre los sueños del Athletic y su primera copa europea. Con los minutos, la distancia se hizo tan grande que era imposible no empatizar con los vascos viéndolos chocar, impotentes, una y otra vez contra un muro rojo y blanco. Tan grande que, al final, hasta los hinchas del Atlético, poco habituados a la tranquilidad, se sentían incómodos. Tan grande que ni siquiera el mar de candorosas lágrimas con que Muniain inundó Rumanía explicaba el vacío. Porque el vacío del Athletic no era solo no haber podido ganar después de soñar tanto. Era también no haber podido sentirse campeón ni siquiera un rato.

“El escenario se pareció más al que quería el Atlético que al que queríamos nosotros”, dijo Bielsa. La frase hace redundante cualquier otra explicación e incluso al partido en sí, ya que oyéndola podríamos imaginar lo que sucedió en su desarrollo sin necesidad de haberlo visto. Sucedió que el Athletic empezó a sentirse vacío demasiado pronto contra un rival que le robó los colores en el sorteo, pero que guardaba los secretos desde mucho antes, cuando El Cholo era capitán y Bielsa guiaba a la albiceleste.

Cuando los equipos como el Athletic logran rasgos de identidad tan definidos, lo hacen en base a un convencimiento total y a insistir, una y otra vez, sobre los mismos conceptos. Si hubiera demasiado lugar para la duda o si el entrenador adaptara continuamente esos conceptos según cada circunstancia, los rasgos de identidad serían menos evidentes. El Athletic, generoso en su búsqueda ofensiva, salió a jugar con los mismos argumentos que tanto emocionaron este año. Lo hizo así más allá de saber que su rival conocía el escenario y tenía tiempo de tender todas las trampas. Lo siguió haciendo después, cuando vio que las trampas funcionaban.

En el fútbol, lo único seguro es contar el partido cuando ya se fueron todos

A menos de 30 segundos del comienzo, ya había sido interceptado Iraola y antes del minuto las jugadas rebotaban en el centro del Atlético como pelotas de squash. A los dos minutos la perdió Amorebieta y Adrián ya se anticipaba de cabeza junto al arco. Antes del tercer minuto, Muniain cometía falta cerca del área propia para detener otro avance. Demasiados síntomas en demasiado poco tiempo. Desde ese momento, ya casi no hubo espacio para la reacción. Solo tres minutos más tuvieron los jugadores para considerar un cambio de ruta, aunque solo fuese circunstancial, hasta que el partido se asentara un poco. Pero el Athletic insistió por el centro y, a los seis minutos, la cuarta vez que la pelota regresaba a campo propio como un bumerán, Diego lanzó a Falcao y este se inventó un gol hermoso y determinante. De ahí en adelante, el Athletic, que nunca pareció tener pensado cambiar, ya no habría podido elegir. El escenario era un campo minado y el cazador ya era la presa.

La fiesta de la final, organizada por dos grandes equipos, la decoró y disfrutó el Atlético de Madrid y el partido nos volvió a instruir sobre este deporte: el desconsuelo de los jugadores del Athletic al final nos enseña que es mentira que perder sin atenuantes duela menos. La derrota siempre es desgarradora, pero más aún lo es sentir que, a pesar de darlo todo, uno no estuvo a la altura de sí mismo. Por otro lado, la insistencia del Athletic en jugar cada pelota sin apartarse del libreto más allá de los riesgos que asumía, sobre todo en los cruciales primeros minutos, nos muestra una hermosa paradoja. Un equipo debe insistir para construir una identidad, pero esa insistencia le puede hacer, a su vez, más rígido. La rigidez no siempre es una virtud.

Cuando la identidad de un equipo ya está claramente constituida, esta no se pierde por mostrar elasticidad frente a las circunstancias que así lo demandan. En Bucarest, el Athletic fue demasiado previsible en su generosidad.

Sin embargo, ¿quién puede estar seguro? En el fútbol, lo único seguro es contar el partido cuando ya se fueron todos.

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