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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nintendo Mini y el mercado de la nostalgia

Probamos la nueva consola de Nintendo, que sale a la venta mañana y promete ser uno de los regalos estrella de estas navidades

Jorge Morla

Que la nostalgia digamos pop es un recurso cada vez más explotado como fenómeno de mercado es algo difícil de negar. La última en subirse al carro es la compañía japonesa Nintendo, que saca al mercado la Nintendo Classic Mini. Es, en pocas palabras, una consola a tamaño reducido de la versión de sobremesa que la gran N sacó al mercado allá por 1983, con 30 de sus más famosos juegos integrados. La consola sale a la venta este viernes, por un precio de 60 euros (más 6 euros si se quiere un segundo mando) y es una consola intuitiva, fácil de usar y atractiva. Un movimiento inteligente de cara a las fechas que se avecinan.

Final Fantasy I, Megaman, Ninja Gaiden... 30 juegos ya clásicos de la primera edad de oro del videojuego. 30 juegos, eso sí, que cubren un arco temporal amplio, por lo que las diferencias entre ellos son notables. Algunos son más profundos, largos y pulidos, como Metroid, Mario Bros 3 o Kirby’s Adventure (que salió en 1993); otros más simples como Dr Mario, Ice Climber o Donkey Kong (aparecido en 1983).

La verdad es que de forma subjetiva uno, que tiene unos años, siente una sensación familiar, casi hogareña al volver a estos juegos; pero es que, de forma objetiva, uno siente que entre las manos tiene un artefacto bien trabajado, solvente, consecuente con sus aspiraciones y muy digno. También, claro, muy divertido.

Los juegos integrados son, además, un vivero de mecánicas que han venido desarrollándose hasta hoy: Link se mueve por un mapa cuyos ecos resuenan en los posteriores juegos de Pokemon; el día y la noche se suceden en el Castlevania alterando la experiencia de juego; el Double Dragon introduce la profundidad en un juego de scroll horizontal; si coge impulso, Mario patina un poco al final de su carrera, y hacerse con ese control es algo tremendamente gozoso.

Por cierto que ese exacto control del muñeco Mario es algo que se repetirá en las sucesivas consolas de Nintendo y en los juegos bidimensionales de Mario hasta el día de hoy, lo que demuestra que dar con la clave de una mecánica es como dar con la nota justa en una partitura: toda una generación tiene grabada esa jugabilidad a fuego en la memoria sensitiva de la piel que envuelve sus manos. Aquí viene un punto clave: definir este acierto ligado al tacto no es tan fácil como señalar las virtudes de otras creaciones culturales. No es tan fácil como enumerar las frases gloriosas de una novela, o como indicar lo rupturista que es un movimiento pictórico. Pero hacerlo, intentarlo al menos, es el fin último tanto de este blog como de esta forma de entender los videojuegos como experiencia artística e interactiva.

Mejorarán los gráficos, mejorará la inmersión en los juegos, mejorarán algunos controles y los espectáculos visuales serán cada vez más lujosos, es lo que toca. Usemos sin embargo esta pequeña Nintendo para comprender que algunos logros, que hoy consideramos modestos, son sencillamente insuperables.

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Sobre la firma

Jorge Morla
Jorge Morla es redactor de EL PAÍS. Desde 2014 ha pasado por Babelia, Cierre o Internacional, y colabora en diferentes suplementos. Desde 2016 se ocupa también de la información sobre videojuegos, y ejerce de divulgador cultural en charlas y exposiciones. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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