El director Hoover llega a la ciudad
El momento en que J. Edgar Hoover se hace cargo del FBI es uno de los instantes cruciales de la historia contemporánea de Estados Unidos. Hoover, sobre el que Anthonny Summers escribió una extraordinaria biografía, Oficial y confidencial (Anagrama), y que fue encarnado por Leonardo di Caprio en el filme de Clint Eastwood, fue uno de los hombres más poderosos de EE UU. Ocupó la dirección del FBI desde su creación en 1924 hasta su muerte en 1972 –tenía tanta información que ningún presidente se atrevió a destituirlo– y persiguió obsesivamente a comunistas y a cualquiera que se dedicase a lo que consideraba actividades antiamericanas, lo que, en los tiempos de la Guerra Fría, era un concepto muy amplio. Sin embargo, hubo algo que Hoover nunca tuvo en su radar, incluso negó una y otra vez su existencia misma: la Mafia. El hombre más poderoso de la policía federal de Estados Unidos creía que la criminalidad organizada no era peligrosa porque no existía, y que el verdadero peligro para la seguridad, interior y exterior de EE UU, eran los rojos. Este argumento está en el corazón de la cuarta temporada de Boardwalk empire, la serie de Terence Winter, Mark Whalberg y Martin Scorsese, que acaba de emitir Canal Plus.
Hoover, interpretado por Eric Ladin, se incorpora a la nómina de personajes reales que pululan por la serie, empezando por el propio Enoch Nucky Thompson (Steve Buscemi) y continuando por Arnold Rothstein, Lucky Luciano o Al Capone. Una de las grandes virtudes de Boardwalk empire es su capacidad para reconstruir lugares y personas, el Estados Unidos de la prohibición antes de la gran depresión; pero también los tipos que pululaban por los felices y violentos años veinte. Se trata de una reconstrucción precisa sin ser preciosista, magnífica en algunas ocasiones. Sin embargo, su mayor virtud también es su mayor peligro: la energía que dedica a la ambientación se pierde a veces en el guion y en los personajes.
Da la sensación de que Boardwalk empire da vueltas en torno al mismo argumento, tiene momentos brillantes, escenas de acción muy bien hechas, personajes extraordinarios (la vuelta de Patricia Arquette es siempre una buena noticia para el cine o la televisión); pero algo no funciona en esta última temporada, lo mismo que tampoco funcionaba en la segunda y la tercera. Más allá de las fiestas y los oropeles, de las correografías al más puro estilo Cotton Club de Coppola, la serie deja una cierta sensación de déjà vu, de vacío. Quizás lo mejor, lo más original, es la trama que gira en torno a Hoover, la creación del FBI y su relación con la criminalidad organizada que, precisamente en aquellos años, comenzó a coordinarse en todo el territorio y a ganar poder.
Boardwalk Empire es un gran espectáculo, una serie muy sólida y entretenida, pero sus personajes y sus tramas han ido perdiendo fuelle a lo largo de los años. Sus actores y sus creadores son lo bastante sólidos como para darle una nueva oportunidad a la quinta temporada. La prohición, la mafia y la política de los años veinte siguen siendo una gran historia.
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