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Tentaciones

El Shangri-la indie-pop: anoraks y pantalones de cuero

Sam Knee recopila en ‘A Scene in Between’ el look perdido de los ochenta de bandas como Orange Juice, The Smiths, The Pastels, Primal Scream o los primeros My Bloody Valentine

Unos jovencísimos Jesus & Mary Chain. 1985, de izquierda a derecha, Bobby Gillespie (que luego dejaría la batería para fundar Primal Scream) y los hermanos Jim y William Reid
Unos jovencísimos Jesus & Mary Chain. 1985, de izquierda a derecha, Bobby Gillespie (que luego dejaría la batería para fundar Primal Scream) y los hermanos Jim y William ReidJames Finch

Dentro del relato lineal de la historia (del pop), al que se suman con alegría solemne tantos en 2013: la música murió un 3 de febrero de 1959 cuando Buddy Holly decidió tomar un avión porque estaba cansado de viajar en bus (su americana transpiraba mal y estaba harto de oler a sudor en el escenario; el avión se estrelló ese día con el genial gafotas, Ritchie Valens y The Big Bopper… justo unos meses antes de que los Beatles viajaran a Hamburgo). Por otro lado, según Nik Cohn el pop se volvió aburrido para siempre después del Sgt Pepper’s (aunque por aquel entonces millares de mocosos con acné rasgaran miles de guitarras baratas en los garajes de zonas residenciales yanquis) y, según tantísimos, el punk llegaría como única respuesta al tedioso rock progresivo de gongs, flautas traveseras y canciones que duraban lo que medio partido de fútbol.

Por el mismo método simplificador, los ochenta serían la época del estilo decadente, las hombreras modelo minibar y los aros de tamaño hula-hoop en las orejas, incluso la de looks nuevos como hard times, etiqueta inventada por Robert Elms en un The Face de 1982 (la ropa de un nuevo soulcialismo, aunque luego esos tejanos rotos pasaran a la historia por esos gemelos que respondían por el nombre de Bros).

Si eso de explicar la historia del pop fuera tan fácil, un libro como A Scene in Between. Tripping through the fashions of UK indie music 1980-1988 (Cicada) no tendría sentido. Pero resulta que siempre hay tradiciones algo relegadas en su día, cuya estética acaba un par de décadas después en Top Shop y en gran parte de los grupos de guitarras del siglo XXI.

La portada de 'A scene in between'
La portada de 'A scene in between'

Sam Knee era un adolescente algo cansado de los cánones del revival mod que tuvo la suerte de que a su hermana un día se le ocurriera pinchar en la habitación contigua el Psychedelic Jungle de The Cramps. Y enloqueció: le pidió unas planchas para el pelo a una amiga del cole, compró un par de Chelsea boots baratas y una cazadora de cuero. Él ya sabía que en el prólogo a los conciertos de punk se escuchaban los trallazos garajeros recopilados en los Nuggets, pero fue a por el look punk sesentero definitivo. “Los Cramps fueron capitales para mí a los 15 años, cuando además descubrimos a The Scientists, que acababan de llegar a Londres. Los vimos abriendo para The Gun Club y nos voló la cabeza su indiferencia delincuente y su visión grimosa de los sesenta”, explica Knee a este diario. “Ellos se adelantaron un poco a la explosión de The Jesus and Mary Chain… Supongo que el hilo conductor era: chicos de los ochenta obsesionados con los márgenes más ruidosos de los sesenta”. Y añade: “Al principio la ropa era lo primero, al menos cuando yo militaba en el revival mod, me fascinaban visualmente pero encontraba a las bandas algo estiradas y previsibles, así que me mudé rápido a la escena garaje e indie, donde las ropas tenían algo de los sesenta pero de forma más punk y caótica; y allí la música estaba menos acartonada, era más fascinante”.

Desde entonces, Knee fue corrigiendo levemente su apariencia y su colección de discos con cada nueva epifanía, de Orange Juice, The Smiths y Josef K a los primeros My Bloody Valentine o a The Pastels. Y coleccionando imágenes y portadas. Ahora recopila todas esas obsesiones en un tomo repleto de fotografías inéditas de todas esas bandas que le cambiaron la vida en los ochenta, editado cuando muchos de los rasgos de ese estilo se han normalizado en las grandes cadenas de ropa (zapatos flecha, botines lustrados, pantalones pitillo, camisas polka-dot), grupos como The Pastels regresan con nuevo álbum, Morrissey lanza su autobiografía en la colección de Dickens y Evelyn Waugh (Penguin Classics) y se reedita en CD (una extraña pirueta de prematura recuperación vintage mediante un formato digital con la reputación de una meretriz victoriana) un cassette, editado por la revista NME, que marcó el rumbo de esa época: C-86.

‘Antiglamour glamour’

En ese mismo relato oficial, aunque en su versión indie, las bandas de twee y pop guitarrero cristalino pero algo deslavazado vieron cómo su líbido se desplomaba y consagraban su vida a hornear magdalenas y a recordar los recreos del cole. Sin embargo, Amelia Fletcher, de Talulah Gosh, recuerda en una de las entrevistas que incluye este libro: “Bobby Gillespie y Stephen Pastels jugaban con el imaginario infantil, en contacto con tu lado más aniñado, con el anorak, que es twee y deliberadamente naíf, pero luego llevaban esos pantalones de cuero, que era algo así como decir: ‘ha, ha, en realidad no tan aniñado’”.

Ella, al margen de ser uno de los iconos femeninos de esa escena, junto a otros como Tracey Thorn de Marine Girls y Everything But The Girl (que recientemente también hablaba de todo esto en su autobiografía Bedsit Disco Queen), es la demostración de que esa visión del indie-pop de los ochenta es algo simplista y que esas bandas aportaron otros ángulos: una lucha contra la actitud macho (la guitarra como ortopedia fálica, como andropenis musical), un papel crucial de las mujeres en bandas (que prefiguró, reconocido por ellas, muchos aspectos del impulso riot grrrl) o una prolongación de la autonomía en fanzines y autoedición. “Todos esos puntos son importantes”, explica este fan, que atesora como fetiche favorito unas Chelsea boots de ante marrón de la firma Denson, “Lamentablemente con modas como el grunge o la cultura del éxtasi se vio un retroceso hacia actitudes ya superadas, como si el punk no hubiera existido nunca y estuviéramos en 1973 otra vez…”

También, un estilo audaz a partir de materiales baratos: Stephen Pastel confiesa en A Scene in Between que le cortaban el pelo sus amigas y que compraba sus jerseys con cuello de V en Marks & Spencer, los zapatos Clarks en cualquier tienda de barrio y el resto de polos, camisas, abrigos escolares o anoraks en mercadillos al aire libre: “No queríamos gastar demasiado… Y siempre ir cómodos. Como mucho buscábamos un glamour antiglamuroso, como cuando Jane Asher hace autostop en Alfie”. Un estilo inspirado en el de los manifestantes de la CND que aparecen en el libro Protest without ilusions, de Vernon Richards, pero también en las fotografías de contraportadas de la Velvet o en el crisol colorista de Kaleidoscope o The Byrds en 1965. Corte de tazón, camisas estampadas (topos, paramecios, quién da más), pantalones ceñidos, en cualquier caso.

“En los ochenta no había tiendas específicas para las escenas indies… Además, ten en cuenta que la gran mayoría de gente estaba arruinada, tanto estudiantes como gente en el paro durante los años de Thatcher, así que la mejor opción eran las charity shops y los mercadillos, además de los grandes almacenes para comprar básicos de marca blanca”, explica el autor, “Por suerte para mi generación, sólo habían pasado menos de 20 años desde los sesenta así que encontrabas aún saldos de aquella época”. Algo diferente a la situación actual, donde puedes ataviarte con un uniforme filomod o de inspiración rockabilly en cualquier cadena… “Sí, pero aquella dificultad hacía que todo fuera más orgánico, nadie vestía idéntico a otro, al margen de las Chelsea boots o de los creepers… Los diseñadores siempre han mirado a las modas callejeras para inspirarse, pero siempre con su interpretación cegata y estéril de algo que es real, normalmente equivocándose por completo. La de mi época se cultivó al margen del mundo mainstream y sin tener en cuenta a la sociedad más cuadriculada. La confusión, por ejemplo de todo lo surgido del postpunk, era entonces importante. Confusion is sex, que dirían Sonic Youth”.

Otro ejemplo: cuando llegaron The Jesus and Mary Chain, todos reconocen que a su lado tenían pinta de carcamales entrados en carnes y éstos confesaban la capital influencia del libro Rock’n’Roll Times, de Jurgen Vollmer (1982): estudiantes existencialistas, beatniks de instituto, Beatles en Hamburgo y peinados rectilíneos.

Morrissey, cambio de camisa

En aquellos años, Morrissey contesta postales a sus fans (que A Scene in Between también recoge). A Innis McAllister le dice que la fotografía para Zigzag Magazine le gusta, básicamente, porque “La camisa salió bien, lo cual es, por supuesto, lo único que importa” (una camisa negra abierta hasta el tercer botón con estampado de capullos blancos; no busquen simbolismos), si bien en un i-D Magazine del 83 se desmarca: “El estilo no tiene nada que ver con la ropa. Las prendas ya no son una ventana al alma como en los sesenta”.

Desfilan, pues, fotografías de los Smiths, de Primal Scream y de My Bloody Valentine, pero también de Josef K, The Pooh Sticks y Lawrence de Felt (camiseta Abanderado blanca con un bolsillo en la pechera abultado por un paquete de Marlboro Light). Los mitos son aquí Dan Treacey o Stephen Pastels y aparecen, en definitiva, muchos grupos que no tenían cameo propio en biblias del estilo en bandas de pop británico como The Look (Paul Gorman), The way we wore (Robert Elms) o en los artículos de Paolo Hewitt. Un shangri-la sartorialista, un Atlantis de influencias, que Knee repasa con montañas de material gráfico y con testimonios y recortes de sus protagonistas. “La idea de libro viene de lejos y ya la fui trabajando en mi blog Leaders of Men durante años. Pregunté a Stephen Pastel y a David Conway, de My Bloody Valentine, si tenían material con el que quisieran contribuir… y fueron increíblemente amables y me animaron a continuar. Este es el resultado”. Y el resultado es un manual de entomología de pintas e inspiraciones poco reconocidas y muy reconocibles a día de hoy.

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