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Rock / Willie Nile
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La euforia correosa

El veterano neoyorquino no rehúye los tópicos, pero su fiesta en El Sol fue irrefutable

Ni el temido fútbol ni demás gaitas exógenas ejercieron esta vez como factor disuasorio. Definitivamente, Willie Nile goza del predicamento necesario entre la hinchada española para que El Sol luciera este miércoles un casi lleno con motivo de la presentación de su décimo álbum, una nueva andanada que lleva por título World war Willie. La proclama guerrera es, en el caso del rockero de Buffalo, casi un pleonasmo, una redundancia. Desde el primer tema, el himno de nuevo cuño Forever Wild, Willie y sus escuderos repitieron un gesto que les define, esos puños cerrados y desafiantes que se elevaban al cielo siguiendo el compás.

Así son las cosas con Nile desde la noche de los tiempos. O desde los años ochenta, que andaban cerca. Aunque no los aparenta, el menudo rockero neoyorquino transita ya por las 68 primaveras y conserva sus fidelidades: por la maraña de rizos sobre la cabeza y hacia su rock épico y machacón, adaptación de las sensaciones del estadio al ambiente deliciosamente turbio, caldeado y jaranero de un local crápula.

La inyección de adrenalina bordea tanto el arquetipo que el cuarteto llega a parecer una banda tributo... de una banda yanqui. Incluida la imprescindible diatriba contra Donald Trump, que en este caso llegó justo antes de The innocent ones. Es cierto: no anda este disparatado mundo para muchas almas cándidas.

Willie es capaz de rimar Never, Forever y Together en versos consecutivos sin inmutarse, así haya varios millones de ejemplos similares antes que el suyo. Incomodan la escuadra y el cartabón, sí, pero todo ello se perdona ante episodios como Love is a train, tiempo medio con el poso de Tom Petty y un final creciente y deliciosamente apoteósico. Salvo por la disparatada idea, ejem, de incluir como solo de guitarra el himno nacional español.

El tramo final se supera en encanto gracias a momentazos como Land of a thousand guitars, un emotivo monumento a los caídos, desde Hendrix a Hooker o Lennon, articulado en torno a una estructura muy tradicional. Nile, que en ese momento parece una versión trasatlántica de The Waterboys, prolonga su generosidad elegíaca hincándole sucesivamente el diente a Sweet Jane (Reed) y al Heroes de Bowie.

Olvídense de la sofisticación berlinesa del original. Para Willie Nile, el rock ha de ser correoso siempre. Y eufórico, como en la vertiente más desinhibida de su amigo Springsteen. La fiesta es total con los bises, y más si caen Hear you breathe y... ¡A hard day's night! Pero es fiesta sincera. Tanto como para que el hijo de nuestro protagonista se encarame sobre el escenario para saltar y corear junto a papá.

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