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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Política y representación

Se gobierna teniendo en frente a los movimientos, a los colectivos, a la gente que se organiza y que no quiere verse disuelta en una representación incondicional

Con las elecciones del 20-D, y a expensas de lo que decida el Parlament de Catalunya cerraremos el intenso ciclo político abierto en el 2011. Un año en el que la crisis se hizo insoslayable (comparecencia de Zapatero en las Cortes). El año de las plazas reclamando “Democracia real ya” y gritando “No nos representan”. El año de elecciones municipales y generales en las que el PP recogió los frutos de la desorientación de los socialistas y los miedos que generaban las incertidumbres económicas y de empleo. El año del cambio constitucional del artículo 135 que consagra las políticas de austeridad. También el año en que se celebró la consulta en Barcelona, cerrando las más de 500 realizadas en otros tantos municipios, que anticipaban las grandes movilizaciones soberanistas posteriores.

Cuatro años después, no todo ha cambiado, pero lo cierto es que el meneo ha sido y sigue siendo muy notable. La cantidad e intensidad de las movilizaciones y protestas no ha tenido parangón en Europa. Y sus efectos son significativos en el gobierno de muchos municipios y en la configuración de los sistemas políticos autonómicos.

Tenemos nuevos políticos, pero nos queda la duda de si todo esto ha servido para tener “nueva política”. Una de las claves de las movilizaciones fue la voluntad de protagonismo ciudadano y social ante instituciones muy encerradas en si mismas y muy condicionadas por intereses económicos. Era clara la exigencia de una mayor conexión entre representantes y gobernados. Los nuevos alcaldes y alcaldesas surgidos de las movilizaciones ciudadanas tratan de mantener abiertos los canales y las tensiones entre las dinámicas institucionales y las exigencias sociales. Y las nuevas formaciones políticas buscan salir de los estereotipos de representación tradicionales. Pero el problema es saber si más allá de los cambios en las formas de comunicar, de vestir y de hablar, la política (institucional) acaba siendo menos autónoma de lo que ha venido siendo desde la configuración inicial de la democracia representativa.

No se trataba solo de relacionarse de otra manera con los electores. Lo que estaba en juego era romper la tradicional desconexión entre políticos y ciudadanos tras las elecciones. Desde la ortodoxia de la democracia representativa, los políticos, una vez elegidos, rompen su compromiso con los electores. El estatuto de los “presentes” (los electos) les confiere plena libertad para hacer y deshacer a su antojo sin tener por qué cumplir sus compromisos ni sus promesas con “los ausentes” (los ciudadanos no presentes en las instituciones). El poder institucional busca su legitimidad no tanto en el pasado (las elecciones ya realizadas), sino en el futuro (los éxitos que consiga con su labor). Por tanto la política institucional es estructuralmente autónoma de la ciudadanía. La eficacia de la acción de gobierno es la clave, y no tanto el mantenimiento de los compromisos anteriormente realizados.

En este sentido la política en su expresión más institucional se separa de lo político, entendido como la constante tensión y conflicto que se da en la acción cotidiana, en la vida de cada quién. Nos referimos a la presencia de “lo político”, de los conflictos de poder que se dan en esferas como la salud, la educación, la vivienda, el reconocimiento de la diversidad, la calidad ambiental o las pautas de consumo más sostenibles. Desde las instituciones los ciudadanos son “gobernados”. Un colectivo abstracto al que se alude cuando se toman decisiones en su nombre, siguiendo los procedimientos previstos. Las dinámicas y los procesos sociales son directamente “políticos” ya que buscan responsables directos y concretos de lo que les acontece, y no la expresión abstracta y genérica que los partidos representan en las instituciones.

La nueva política surgida del gran ciclo de protestas y movilizaciones quiere gobernar con la gente, desde dentro y desde fuera de las instituciones. Pero ello exige entender que las dinámicas sociales son y han de seguir siendo autónomas, y que por mucho que quieras gobernar en su nombre, su identidad es específica y propia. Se gobierna teniendo en frente a los movimientos, a los colectivos, a la gente que se organiza y que no quiere verse disuelta en una representación incondicional. Hemos de buscar formas más directas para que la ciudadanía decida. Tenemos nuevos políticos, y tendremos más tras el 20-D. Lo que está por ver es si logramos ir afianzando esa nueva política más allá de formas y lenguajes.

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Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB

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