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LA CRÓNICA DE BALEARES
Crónica
Texto informativo con interpretación

Billetes rotos y votos esclavos

No es una fantasía sino algo concreto y con sentido, contemporáneo, un apunte histórico del siglo XX. Política ‘negra’

Palma de Mallorca -
"Todo hombre tiene un precio y el que no lo tiene no vale nada", código mafioso mallorquín.
"Todo hombre tiene un precio y el que no lo tiene no vale nada", código mafioso mallorquín.TOLO RAMON

El interlocutor reproduce con gestos y pocas palabras los mecanismos de un episodio. Aparenta que toma una hoja de papel de la mesa, la pilla con dos dedos y en paralelo en cada mano.

Relata convincente algo que no se ve. En una mínima acción de mimo, maneja un papelito invisible. En su teatrillo junta los dos puños. Él es mayor y clarividente.

No juega a mago ni a cura en ceremonia. Rememora un suceso. Se lo narró el protagonista que ahora tendría 150 años. Él está en los 90 y revive el asunto como si fuera el otro pero si trascendencia.

Con gesto rápido representa que parte el papel, un billete imaginario que inutiliza, con desdén. “X rompía el papel en dos fragmentos”, subraya.

En un envite radical, el personaje que no está entregaba una mitad a un sujeto y se guardaba la otra en el bolsillo. Portaba mucho dinero, entero y roto.

No se trataba de una fantasía sino algo concreto y con sentido, contemporáneo, un apunte histórico del siglo XX. Política ‘negra’ por sucia, corrupción concertada en un régimen republicano anterior a la dictadura.

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Con la mano que había ofrecido la prenda, el medio billete inútil, se sacaba de la chaqueta un sobre de votación electoral, cerrado, lleno, con una papeleta. Con su saliva, a modo de lacra, sellaba las entregas para evitar los cambios. Junto al corazón el votante en la cartera iban el medio billete —su precio— y su voto.

Era una apuesta y un trato, el precio cerrado para dominar un instante, una opinión individual. Un voto pagado / comprado. La escena revive el 'negocio' de un delito.

El círculo se cerraba cuando el receptor había emitido su papeleta cautiva, patrocinado con el cebo y posterior cobro. Tras la votación se le entregaba la otra mitad del billete. El votante regresaba ante su 'mecenas' y era recompensado, rescataba la contraparte de la señal. Tras el voto subordinado, el pago completo.

Casar billetes desgarrados por la mitad no es difícil, la numeración ayuda. Medio papel moneda es papel mojado.

El corruptor creía saber que cada uno de sus emisarios actuaban como él ordenaba, encerrados en su propio chantaje. La suma final de sufragios cuadraba, reflejaba la inversión. “Más o menos, en votos por urnas, él suponía que no le engañaban demasiado”, apostilla el interlocutor.

Testimonio directo

El acto criminal multiplicado en lugares concretos, servía para intentar desequilibrar los mano a mano, los resultados inciertos. Eran cientos en cada pueblo, en los barrios de las ciudades, donde se amplificaba: partían dinero para sugerir y someter la voluntad de la gente, manipularla.

“Todo hombre tiene un precio y el que no lo tiene es que no vale nada”, señala un anatema del contrabando mallorquín.

Los tenedores de un billete partidos eran cooperadores en la adulteración de las elecciones, por necesidad, subordinación esclava o falta de escrúpulos. Siempre retornaban ante el pagador de votos. El instinto y la necesidad les hacían fieles, demostraban su poco peso. Una y otra vez, clientelismo.

En un solo ticket—-tantas veces reiterado— se reunía el gesto de la inmoralidad. Después de la humillación del semi pago mutilado se rendían de nuevo, iban buscar la contraparte, la mitad del dinero partido.

El promotor, quien dio el voto cerrado y el pedazo de papel que no era dinero, cerraba el trato desde una autoridad forjada en el peso de las relaciones caciquiles, en el mercadeo de voluntades, terrenos o tabaco.

Y el dinero ensuciado por el voto hipotecado y un billete rasgado, circulaba rápido, era usado u olvidado. Llevaba la marca de la ignominia. El capo patrocinador engrasaba la red de delegados locales y estos compraban votos.

El narrador transcribe con precisión lo que recuerda. El autor de la argucia del billete por voto era el jefe de filas local de un político avezado en estas maneras que se repetían en cada elección. El caso es de otra época pero aun hay testigos de referencia que usan la memoria sin hojarasca. Comprar el voto, ‘untar’ con pasta, comidas cafés y puros está documentado. Santiago Rusiñol, desde Ibiza, en las elecciones de 1913, dijo que horneaban carretadas de ensaimadas, para pagar votos el día de las elecciones. Rusiñol era 'Rauxa' en L'Esquella de la torratxa: la ensaimada tiene una fuerza y convencimiento político. “Sin ensaimada no se es nadie. El que quiere ser diputado ha de serlo a golpe de ensaimadas”. El escritor-pintor hacía, quizás un sarcasmo. El billete roto y el voto esclavo no es un tema irreal. Ocurría.

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