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Tribuna
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Una hora menos en España

Rajoy y Rubalcaba se les ha parado el reloj en los ochenta; se oponen a un nacionalismo que es ya una etiqueta inútil

El Gobierno español está escribiendo la declaración unilateral de independencia. Lo hace sin querer y puede que la redacte sin tan siquiera saber que no puede evitarlo. Repite el error que más le gusta y que más réditos le da a corto plazo: dar una respuesta vieja a un problema nuevo. Demuestra una vez más que no ha entendido que los tiempos le sobrepasan y que los ritmos de los acontecimientos escapan a su comprensión. Los poderes españoles se han especializado en intentar detener el tiempo para ponerlo a su favor, es un error en el que se encuentran la mar de cómodos. Hablan todavía de partidos nacionalistas y aplican categorías de los ochenta para definir lo que está sucediendo en Cataluña que, en el fondo, tendría más que ver con el nacionalismo español que con el catalán.

El tiempo del nacionalismo catalán pasó, no es una etiqueta incómoda: es una etiqueta inútil. Quien trate de utilizarla para describir o analizar lo que ha sucedido durante la última década obtendrá una visión tan sesgada como la que proponen los poderes estatales y paraestatales, de la CEOE a la Conferencia Episcopal.

El tiempo se mueve y, queramos o no, o nos movemos con él o nos pasa por encima. Que los líderes del Gobierno y de la oposición sean Rajoy y Rubalcaba es la prueba que la historia de España se ha encallado, puede que hasta involucione. Respondieron en el Congreso a la propuesta del Parlament como si le estuvieran hablando a Miquel Roca, como si nada hubiese cambiado desde finales de los ochenta. No es que no hayan entendido nada, es que no pueden entenderlo. El camino de la afirmación nacional no dejaba de ser un chollo de tan previsto como estaba todo también aquí, peix al cove y Pax Romana: este a la eléctrica, el otro al gas y siempre nos quedan las autopistas.

El independentismo añade factores de incertidumbre que el poder detesta. Para aclarar las cosas y ganarme otra aguja en la figura de vudú, creo que el automatismo que colocó a David Madí al frente de Endesa en Cataluña hoy no funcionaría con la misma fiabilidad. Cada vez va a ser más difícil repetir ese comportamiento sin que pase factura.

Puede que eso funcione en el BOE, en el palco del Bernabéu o en algún departamento universitario, pero no va a funcionar en Cataluña

Se comprende que Pujol, cuyo lenguaje era el del pacto con el PSOE y con el PP, esté ojiplático desde la consulta de Arenys de Munt. Mal que les pese a sus antagonistas, Pujol explicaba un mundo de una forma que coincide con el ámbito de los escritores, intelectuales y filósofos diversos que hoy y aquí nos hablan de las bondades de la Constitución. No importa que piensen lo contrario: el tiempo de sus opiniones es el mismo. Y su espacio también, deben de haber estado viviendo en una burbuja, no deben de haber salido de entre la Diagonal y la Bonanova. Si no, no se entiende que no vieran venir todo esto. Es comprensible que los lectores españoles no hayan tenido jamás una visión fiable de lo que sucede aquí. ¡Qué cercanos a la sociedad, algunos narradores que no se enteraron de nada!

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Como Rubalcaba, como Rajoy, responden a Mas como antes contestaban a Pujol y no saben que yendo por ahí dejan sin interlocutor a Coscubiela y a Herrera, a Tura y a Martí, a Junqueras, a la ANC y, sobre todo, a millones de personas que pensaban que estos últimos cuarenta años habían servido de algo. En el fondo, ¿qué diferencia la respuesta de Rubalcaba de la que pudiera haber dado González? ¿Qué diferencia la actitud de Rajoy de la que pudiera tener Martín Villa? Las palabras de Joan Rosell las firmaría Cuevas añadiendo algún exabrupto y el gran Rouco Varela lleva fuera solo un par de semanas. ¿Qué diferencia el Foro Babel de aquellos tiempos de la demagogia ciudadanesca? Se les paró el reloj a todos ellos. Se quedaron en la universidad de los ochenta, funcionarizando.

El desfase es de la misma magnitud que la exigencia que los tiempos aplican sobre la gente, se le exige diligencia, se la presiona para que cada vez demuestre más profesionalidad… Enviamos documentos que llegan al otro lado del mundo en un instante, cambiamos de trabajo, viajamos, decidimos cada día sobre miles de cosas y hechos pero estamos gobernados por funcionarios de Estado, por un registrador de la propiedad que sabe que en España dilatar las decisiones significa medio acertarlas para los suyos. Y la no alternativa, Rubalcaba.

Puede que eso funcione en el BOE, en el palco del Bernabéu o en algún departamento universitario, perdonen la redundancia, pero no va a funcionar en Cataluña. ¿Cómo quieren que entendamos que hay que pasar años negociando para cambiar una Constitución que ya no nos concierne para luego cambiar un sistema de financiación que sabemos que volverá ser, otra vez, un apaño temporal? ¿Para qué? ¿Para que dentro de quince años volvamos a estar con los mismos déficits democráticos, culturales y económicos? ¿Quieren que nos creamos que los mismos que hace pocos años recogían firmas contra Cataluña o se jactaban de haberse cepillado el Estatut respetarían un nuevo pacto? ¿De verdad? ¿Y todo eso para evitar un referéndum?

Como si prohibiendo el referéndum fueran a cambiar lo que cada vez más gente votaría en él. Ya.

Francesc Serés es escritor.

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