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Columna
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La hipocresía

Hoy en día recibe más ayuda un automóvil recién nacido que un bebé. Hay informaciones básicas, silenciadas, que de repente refulgen y ponen en evidencia grandes hipocresías establecidas. Una de ellas, de las hipocresías, es la que atañe al aborto. Tengo un recuerdo que me marcó para siempre como periodista. En el período de polémica atroz que precedió a la primera ley democrática que despenalizó la interrupción del embarazo y liberó a las mujeres de la mazmorra por este asunto, realicé un reportaje en el que salíamos a la calle micrófono en ristre. Era en Santiago. Curas y estudiantes daban su opinión con desparpajo. Pero la primera mujer trabajadora que abordamos palideció cuando le hicimos la fatídica pregunta de qué opinaba sobre el aborto: "¡Yo no soy de aquí, que he venido a comprar unos zapatos!". Y así seguimos. Las mujeres, sobre todo las trabajadoras, no son de aquí. Seamos sinceros. No habría ningún debate sobre la interrupción del embarazo si fuesen los hombres quienes tuviesen que parir. En ese caso, los niños recibirían por lo menos tanta ayuda como la de los automóviles recién nacidos. La verdad de las verdades refulgía en el informe que este diario publicó ayer y se resume en este sumario: "Tres de cada cuatro madres tuvieron incidencias en su carrera profesional". Ser madre es un problema. Está penalizado por esta sociedad donde, según las estadísticas, es mayoritaria la religión que venera a un Dios piadoso. Mientras la natalidad aumenta en países como Francia, hay partes de España, las muy conservadoras, por cierto, donde la caída demográfica se revela como el más dramático problema. La diferencial no es el aborto. Son los mínimos de justicia social. Se dice que sobre el aborto las posturas son irreconciliables. No. Ahí tienen un inmenso espacio común. Para empezar, podemos pedir en misa que los niños tengan al menos tantas ayudas, estatales y autonómicas, como los automóviles.

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