"Hay que dejar paso a los amantes de la paz"
Habla en voz muy baja. No quiere llamar la atención, pero no puede pasar inadvertida. La vistosa melfa estampada que luce y que la cubre de los pies a la cabeza choca hasta en un restaurante en el centro de Madrid que, con su decoración y comida, quiere evocar las jaimas y arenas del desierto africano. Aminetu Haidar nació en la ciudad de El Aaiún a finales de los sesenta cuando el Sáhara Occidental era todavía una provincia española. A pesar de su origen y cultura nómada, Aminetu evita acomodarse en la parte del restaurante donde las mesas están a ras del suelo. "Yo no he vivido en el desierto de forma continua, mis padres se quedaron en El Aaiún después de la Marcha Verde, pero buena parte de mi familia, igual que la mitad de mi pueblo, se tuvo que exiliar a los campamentos de refugiados que los saharauis levantamos en Argelia".
La dirigente saharaui pasó cuatro años en la 'cárcel negra' de El Aaiún
Aminetu Haidar se sorprende en Madrid ante un plato de cuscús de cordero. "Ya no lo puedo tomar. Me encantaba, pero mi salud no me lo permite". Mientras come un tajín de pollo y verduras, relata el origen de sus males: en 1987 quiso acercarse a una delegación de la ONU que visitaba El Aaiún y la policía marroquí la sorprendió con un montón de panfletos. Fue detenida. Permaneció hasta 1991 en la cárcel negra de El Aaiún. Los tres primeros años, con los ojos vendados. En todo ese tiempo la dieron por desaparecida, ni su familia ni ninguna organización supieron nada de ella. Relata el horror con voz suave y tranquila y ha hecho de la resistencia pacífica el símbolo de la lucha de su pueblo. "Supe después que a muchos de los chicos que detuvieron conmigo les arrancaron las uñas; otros, murieron; a algunos les tuvieron varios días colgados y les azotaron".
Sin embargo, Haidar no esboza ni el más mínimo sentimiento de odio hacia los marroquíes que viven ahora en El Aaiún mezclados con la población autóctona. "De tantos años por el desierto, la cultura nómada de los saharauis se ha basado en tratar bien a los vecinos. Estamos en contra de la ocupación y nuestra oposición es hacia el régimen de Marruecos, no contra su pueblo, al que consideramos hermano y que no tiene la culpa de nada".
La columna vertebral hecha añicos, la vista disminuida, las costillas frágiles y una úlcera de estómago son las consecuencias físicas que aún perduran de las torturas. De las psicológicas y morales, habla con pudor, queriendo derivar su sufrimiento al de todo su pueblo.
Cumplidos ya los 40, tiene una hija, Hayad, de 15, y un hijo, Mohamed, de 13. Las emocionantes cartas que les escribía desde la cárcel en las que les describía mundos idílicos entre playas y palmeras para que ellos no perdieran la esperanza le valieron el apelativo de madre coraje saharaui. Aminetu Haidar está en Madrid para paliar en el hospital La Paz parte de las secuelas físicas de su lucha. Saboreando un vaso de té al final de la comida, del que dice que no sabe igual de bien que los que ella hace con todo el pausado ritual saharaui, se permite una llamada al mundo: "Hay que dejar paso ya a los amantes de la paz. Que nuestro caso sea una excepción".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.