La pesada herencia de Juan Pablo II
No parece elegante culpar a los muertos, pero es comprensible cualquier referencia a Juan Pablo II por el encubrimiento de eclesiásticos pederastas ante la justicia civil. Uno de sus colaboradores, el colombiano Darío Castrillón, lo acaba de reconocer, candoroso, en la Universidad Católica de Murcia, donde la semana pasada se celebró un simposio a mayor gloria del famoso papa polaco. El cardenal Castrillón contó allí que en 2001 había felicitado por carta a un obispo francés por no denunciar a un sacerdote finalmente condenado a 18 años de cárcel. La felicitación tuvo el visto bueno de Juan Pablo II. "Estoy encantado de tener un compañero que habría preferido la cárcel antes que denunciar a su hijo sacerdote", escribía Castrillón al obispo francés, condenado más tarde a tres meses de cárcel por encubridor. Al Vaticano no le ha gustado la confidencia, pero ahí ha quedado el disgusto. Imposible desmentir a quien durante casi una década fue prefecto (ministro) de la Congregación para el Clero con el pontífice polaco.
El propósito de Benedicto XVI es elevar a los altares cuanto antes a su antecesor, el papa más carismático de todos los tiempos y también uno de los más polémicos. Se dejaría llevar por el grito de "santo subito" (santo ya), de decenas de miles de cristianos en el Vaticano nada más enterarse de la muerte de Juan Pablo II, hace apenas cinco años. Si su sucesor hace caso, Karol Wojtyla subirá a los altares con mayor celeridad aún que la religiosa Teresa de Calcuta. Juan Pablo II la beatificó en octubre de 2003, seis años después de morir en India, en septiembre de 1997.
Estos escándalos pueden ser un contratiempo. Hay otros. Pese a que en algunos medios de comunicación empiezan a llamarle Juan Pablo II el Magno, para compararlo con Gregorio Magno, o así, el pontificado de Wojtyla esta colmado de sombras. Las peores son esta actitud encubridora de abusos sexuales, cuyo ejemplo principal fue el trato amistoso que dispensó al fundador de los Legionarios de Cristo, el sacerdote mexicano Marcial Maciel, finalmente castigado a marcharse de Roma por Benedicto XVI a cambio de olvidar procesos por pederastia contra él y varios de sus sacerdotes. En los procesos de canonización ya no actúa la famosa figura del abogado del diablo, pero el papa polaco tampoco superaría un examen imparcial por sus relaciones con siniestros dictadores como el chileno Pinochet, o la inmisericorde execración de teólogos de la liberación a los que acusaba de hacer política en Latinoamérica (él, el más político de los papas).
La función del abogado del diablo, vigente desde 1587, era exigir pruebas de las virtudes y descubrir errores o pecados del futuro santo. Su trabajo a veces tumbaba los procesos, o los hacía interminables. La extinción de esa tarea fiscal permitió a Juan Pablo II realizar en apenas 26 años unas 1.800 beatificaciones o canonizaciones, tantas como todos sus predecesores juntos. Un ejemplo de esa celeridad se produjo con el español san Josemaría Escrivá, el polémico fundador del Opus Dei. Juan Pablo II, protegido suyo, lo elevó a los altares en menos de 27 años, en octubre de 2002. Había muerto en 1975. Pese a problemas inesperados con el milagro que abría paso a una inminente beatificación, pocos dudan de que Benedicto XVI está decidido por la celeridad.
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