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La huella química del autismo

La identificación de rasgos metabólicos asociados a la enfermedad abre la posibilidad de desarrollar una simple prueba de orina para el diagnóstico precoz

Aunque las personas que padecen autismo presentan un amplio abanico de síntomas, los problemas de comunicación y habilidades sociales son rasgos comunes. Pero además, los afectados padecen alteraciones gastrointestinales determinadas, con una flora bacteriana específica en sus intestinos. Así, es posible distinguir con análisis de orina a un niño autista de otro que no lo es, analizando los subproductos de esa flora bacteriana específica y los procesos metabólicos del organismo. Los resultados concluyentes de la investigación, realizada por científicos del Reino Unido y de Australia, sugiere que sería posible desarrollar una sencilla prueba de orina para hacer el diagnóstico del autismo.

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La ventaja de un análisis rápido, precoz y no invasivo es obvia frente a los actuales métodos para determinar si alguien padece la enfermedad mediante estudios complejos de comportamiento social, comunicación y habilidades mentales. Además, resaltan los investigadores, el diagnóstico precoz permitiría aplicar terapias cuanto antes, lo que ayudaría a mejora el progreso de los afectados. Es difícil hacer un diagnóstico firme de autismo a niños de menos de año y medio, pero las alteraciones asociadas a la enfermedad deben ser son anteriores.

"El autismo afecta a las capacidades sociales de la persona, así que, de entrada, puede parecer extraño que haya una relación entre esa enfermedad y los intestinos de quien la padece", explica Jeremy Nicholson (Imperial College, Londres). "Sin embargo, el metabolismo y las características de la flora bacteriana intestinal reflejan muchas cosas, incluido el estilo de vida de la persona y sus genes; el autismo afecta a muchas partes diferentes del organismo de una persona y nuestro estudio demuestra que se pueden ver las alteraciones que provoca analizando el metabolismo y las bacterias intestinales".

Los investigadores, que presentan su trabajo en la revista Journal of Proteome Research, hicieron sus experimentos con tres grupos de niños de edades comprendidas entre los tres y los nueve años. El primer grupo estaba formado por 39 niños con autismo diagnosticado; el segundo, por 28 niños no autistas pero con hermanos que padecían la enfermedad, y el tercero, por 34 niños que no eran ni autistas ni familiares de autistas. Las pruebas de orina mediante espectroscopía mostraron que cada uno de los tres grupos tenían una huella química específica.

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