El hambre regresa con fuerza a los países del sur de Asia
El número de desnutridos de la región ha aumentado un 30% en dos años
Una madre y sus dos hijos comen ansiosamente de un plato de arroz bajo un árbol en las calles de Nueva Delhi, la capital de India. "Hoy tuvimos suerte y pude conseguir un poco de pescado, pero comer carne es un lujo", cuenta Mahayavi, de 35 años. Desde hace dos su marido está en la cárcel, y ella tiene que mendigar para conseguir de 50 a 90 rupias diarias (de 0,75 a 1,35 euros), lo que le alcanza para llevar algo a la boca de su familia, pero nada más: el árbol bajo el que comen es su único refugio en esta ciudad de climas extremos. Estos días no es raro que el termómetro llegue a los 45 grados centígrados durante el día y que alguna noche una tormenta lo inunde todo.
El encarcelamiento del marido de Mahayavi dejó a su familia desprotegida en el peor momento. El hambre crónica se ha cebado en 100 millones más de personas en el sur de Asia en los últimos dos años, según un informe de Unicef publicado esta semana. Aunque el problema ya era de por sí grave en la región -que incluye Afganistán, Pakistán, India, Nepal, Bangladesh, Sri Lanka, Bután y las Maldivas-, se ha llegado a más de 400 millones de hambrientos, las peores cifras en los últimos cuarenta años (y un 40% del total en todo el mundo). Un paso atrás muy acusado en una región cuyo PIB subió de promedio casi un 10% entre 2005 y 2007.
Ya son 400 millones las personas que no comen lo suficiente
La subida del PIB no ha servido para reducir las desigualdades
Menor crecimiento
Aunque el crecimiento se ha desacelerado (según el FMI sólo será del 3,9% en 2009), la crisis es menos dura que en el resto del mundo. Pero el despegue económico no ha logrado parar la desigualdad. "El crecimiento no ha sido inclusivo en los países de la región. El campo está totalmente descuidado e incluso dentro de los sectores que crecen, es sólo para unos cuantos", explica C. P. Chandrashekhar, economista de la Universidad Jawaharlal Nehru.
El problema es de una dimensión aplastante: el 33% de la población come menos de las 2.100 calorías recomendadas al día. Y el 74% vive, como la familia de Mahayavi, con menos dos dólares al día (1,40 euros), según el informe Un asunto de magnitud.
Justo esos 1.180 millones de personas que viven bajo el límite de pobreza que marca el Banco Mundial son los más afectados ante el aumento de precios por la crisis, porque gastan del 60% al 70% de sus ingresos en comida. De entre los pobres, tanto en las ciudades como en el campo, los niños y las mujeres fueron todavía los más golpeados.
Es el caso de Fatma y su bebé, a la que parió a la intemperie hace una semana en Nueva Delhi. "A mi niña por ahora le doy el pecho, pero yo hay días que no como", cuenta la joven de 24 años. Aunque no ha llevado a la recién nacida a un doctor por falta de dinero, las vecinas aseguran que ha nacido baja de peso, algo más que probable, pues la madre es anémica y hasta el 45% de los niños menores de 5 años (un total de 175 millones) en la región está malnutrido. Una tasa que es la más alta del mundo, incluido el África subsahariana.
La crisis se suma a situaciones ya existentes como desigualdad en los ingresos, la rápida urbanización, polarización social, falta de atención de los gobiernos a la agricultura y el desarrollo social, así como de los crecientes efectos del cambio climático, como sequías, inundaciones y ciclones.
Como las familias de Fatma y Mahayav, en épocas de crisis se tiende a comer más barato y menos nutritivo, lo que causa mayores índices de pérdida de peso y malnutrición, especialmente dañinos en niños pequeños y embarazadas, dice el organización de las Naciones Unidas para la infancia.
India es el país con más afectados por el hambre -que han aumentado hasta 230 millones de hambrientos, de 209,5 millones que había en 2006-. Este gigante económico ha sufrido por pérdidas de empleo, reducción de exportaciones y remesas. Aún así, no es donde la situación a empeorado más. En Nepal, la gente que no cumple sus necesidades alimenticias aumentó en 50%, de seis a nueve millones en sólo seis meses. En Pakistán se disparó de 37,5 millones hace tres años a los actuales 84 millones. Y en Bangladesh ha subido un 13%: ahora hay 65,3 millones hambrientos.
En esta alarmante situación "la gente pobre está teniendo que tomar decisiones que no son aceptables, como sacar de la escuela a sus hijos o tener menos comida en la mesa", denuncia Dan Toole, director de Unicef en la región. Lo que hace más trágica la espiral insalvable de la miseria: los niños que salen de la escuela para trabajar casi nunca regresan y por lo tanto tienen muchas menos posibilidades de mejorar sus vidas.
Los representantes de Unicef advierten de que se está al borde de la catástrofe. "Sin una urgente e inclusiva respuesta gubernamental, los pobres del sur de Asia -casi el 20% de la población mundial- van a sumirse aún más en la pobreza y la malnutrición, con consecuencias negativas para el crecimiento y desarrollo de la región y el mundo".
Pero si los países no mejoraron sus condiciones sociales antes de la crisis, cuando sus PIB crecían en promedio hasta casi 10%, ¿cómo lo harán ahora? Unicef insiste en que deben hacerlo. "Las inversiones en el capital social pagan por sí mismas", asegura Aniruddha Bonnerjee, un consultor económico de la organización. Y de ejemplo ponen a China y Singapur invirtiendo en educación y salud. Además, "la cuestión de supervivencia", el hambre, no se debe a la falta de comida, sino a la desigualdad y las políticas. "Todos los presupuestos son decisiones", aseguran los representantes de Unicef, que creen que por ejemplo podría reducirse el gasto militar en la zona (que en India y Pakistán llega hasta el 14% y 18% respectivamente del presupuesto) y aumentarse en programas sociales.
Según el organismo de Naciones Unidas, los países del sur de Asia, tienen que seguir centrándose en el crecimiento, pero de una forma inclusiva, con redes sociales de salud, educación, empleo y oportunidades para todos. Esto también redundaría en asegurar la "estabilidad política". También se pueden usar programas de estímulos fiscales y ayuda del extranjero para aumentar la provisión de los servicio sociales básicos y sobre todo centrarse en programas de entrenamiento y trabajo para la juventud, pues más de la mitad de la población del sur de Asia es menor de 25 años.
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