La belleza del excremento
La basura ha eliminado parte de su carácter negativo y despertar el interés de investigadores
¿Por qué las bolsas de basura tienen que ser tan feas? La firme relación entre continente y contenido, entre el signo y el significado, definía significativamente el paradigma de otra época. Las cacerolas eran negras porque el fuego las tiznaba. No tenían color puesto que, de antemano, eran recipientes que tratarían directamente con la carbonización del fuego.
La coherencia entre este negro y su misión, su signo y su significado, se repetía en los trajes del burgués del siglo XIX, cuyo color de luto hacía alusión a su rutina, su ordenación y la religiosa presencia de la muerte.
El orden, la falta de sorpresa, las clavadas virtudes como ferramentas, se correspondían con la oscuridad de su vestimenta. Igualmente, las máquinas de escribir de tantas oficinas adónde no se iba sino a teclear documentos jurídicos, comerciales o penitenciarios, estaban cubiertas de negro que si, de una parte, era señal de autoridad (como la ropa en los curas, los jueces, los antiguos árbitros de fútbol), de otra, era magnificación de lo sagrado.
Las esquelas negras, siempre muy negras, presentaban esta relación con lo muy serio y hasta mortalmente serio. El color habría sido inconveniente y escandaloso en ese mundo donde la seriedad y la austeridad venían a ser sinónimo de honradez y en donde la honradez se plasmaba en el fosco vestir de los políticos, los magistrados, los viajantes o las grandes personalidades de la ciencia.
La carga de su responsabilidad compactaba su masa en la marca del color negro. O lo que es lo mismo, en la ausencia de cualquier luz que pusiera en cuestión, con su rayo de libertad, el universo de la corrección, la ética del correccional y la estética del sacrificio.
Pero ahora ¿por qué las bolsas de basura tienen que ser negras? No lo son sino prolongando ideológicamente, inercialmente, la vieja ecuación que relaciona el contenido al continente, su contenido, en este caso, maldito con su significativa coloración de detritus.
El afuera y el adentro de la bolsa de plástico negra vinieron a reunirse como los dos aspectos gemelos de una misma ocultación. Ocultación de las formas desechas en el féretro de lo muerto y del posible oprobio causado por la privacidad de los desechos. En este sistema la sociedad comunicaba, sin vacilaciones, que la bolsa negra contenía materia negra.
Todo esto, sin embargo, va cambiando al compás de la transformación que escinde el signo del significado, el contenido del continente y rompe, en fin, la redundancia entre el parecer y el ser como norma de funcionamiento. Las baterías de cocina brillan y son inoxidables apartándose de la naturaleza de los alimentos que tratan, constitutivamente oxidables. Los vestidos son de colorines permitiendo los disfraces particulares, borrando el estamento y creando personajes particulares tras la decadencia del rigor y del linaje.
Los ordenadores, los frigoríficos o los automóviles, han ido liberándose del color gris de los primeros PC, sacudiéndose el blanco de todo aquello que hiela o alejándose del negro de la primera producción de coches en serie.
Así, en definitiva, han cambiado también y espectacularmente las bolsas de basura que ahora se emplean en Auckland, Nueva Zelanda donde, según muestra la revista Yorokobu (enero, 2001) se estampan con un verde jaspeado que remeda la visión de los setos alienados a la puerta de casa.
No ha triunfado mucho, en vista de los conceptos higienistas o puritanos el papel higiénico, rosa, azul, verde o estampado pero ya fue, hace años una revolución que la blancura de hoy sustituyera al recio rollo marrón, aliado con su cometido.
Como bien se sabe y se siente, la basura, en conjunto, hace tiempo que ganó una inesperada valoración fuera gracias al reciclaje, fuera en virtud de su susceptibilidad para crear energía fermentando o ardiendo. Con estos y otros aportes, el desecho ha logrado eliminar buena parte de su carácter negativo y, de paso, ha despertado el interés de variados investigadores. Sin ir lejos, en el mismo número de Yorokubo (enero, 2011) se expone el caso de las palomas urbanas que repudiadas hasta ahora por expulsar sólidos corrosivos pasarán pronto a ser amadas por defecar detergentes.
Sus heces han sido hasta este momento del orden del mal, y su color gris seña inconfundible de su activa decoloración de monumentos. Pero esto también corresponde a otra época.
Ahora, merced al belga Van Balen que ha culminado el proyecto bológico sintético Pigeon D?Or, con financiación flamenca, puede administrarse a estas aves una bacteria que cambia su metabolismo y, sin producirles daño, alteran su carácter de "ratas voladoras" en ángeles protectores. Del gris al blanco, del perjuicio de casas o monumentos, todos agrisados por sus diarreas, a la potenciación de los vistosos cromatismos originales de fachadas y ornamentos, iluminados con sus mierdas.
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