Perseguir al verdugo
En las últimas décadas, las tabacaleras han sido la diana principal de cientos de querellas, individuales y colectivas, por haber ocultado a sabiendas y durante años el poder adictivo de la nicotina y la relación directa entre el cigarrillo y numerosas dolencias mortales del corazón, los pulmones y otros órganos vitales. La acumulación más reciente de la indisputable evidencia sobre lo dañino del humo del tabaco ha centrado la atención de los líderes sociales y las instituciones que velan por la salud pública en los consumidores que fuman en público y dañan la salud de terceros.
El consumo de tabaco en compañía de no fumadores es a la vez complicado y sencillo. Esta es la parte complicada: el tabaco es un producto legal que mata. Pero todos tenemos derecho a escoger nuestros propios venenos y el consumo de tabaco es una decisión consciente y libre. Para compensar la parte complicada ahí está la verdad sencilla: respirar el humo del tabaco de otros causa las mismas enfermedades y también nos saca de este mundo prematuramente, pero lo hace sin nuestro consentimiento.
Fumar es una adicción muy peligrosa. A menudo, también un rito. Los soldados comparten cigarrillos con sus prisioneros y el verdugo con el reo. En muchas sociedades fumar no es solo un acto individual, suele ser además, una ceremonia social. Ninguno somos inocentes. Todos somos cómplices.
Creo que, finalmente, el romance con el cigarrillo se ha roto. Desafortunadamente, demasiados hombres y mujeres continuarán dando su vida por el pitillo. Para muchos, el tabaco es un ingrediente indispensable de su vida, y también de su muerte. El problema es que antes o después alguna de las víctimas del humo de segunda mano va a ser alguien cercano. Y si vemos morir en nuestros brazos a una persona querida a causa del humo asesino, la única opción que nos queda es perseguir al verdugo.
Luis Rojas Marcos es profesor de psiquiatría de la Universidad de Nueva York y ex presidente ejecutivo del sistema de Salud y Hospitales Públicos de esta ciudad.
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