Historias de la Astronomía
La historia del conocimiento de esta ciencia se puede remontar fácilmente a la Edad de Piedra
Cada disciplina tiene su historia. La Historia, las contiene a todas. La Astronomía, claro, tiene así también su historia. Pero no sólo forma parte de la Historia, sino que es uno de sus motores más activos. El ser humano comienza a serlo al preguntarse el porqué de su existencia, de su lugar en el universo. Y al levantar la cabeza descubre la inmensidad de su ignorancia y la insignificancia de su presencia. Y lucha por las respuestas buscando el origen del firmamento, del calor del Sol o del brillo de la Luna: lucha haciendo Astronomía. Los astrónomos combaten contra sus prejuicios: son también filósofos. Y también son personas, con sus debilidades, sus sinrazones y sus equívocos. Así, revisando los grandes avances en la comprensión del universo, nos vamos encontrando con otras historias más cotidianas, las vidas muchas veces sencillas de personas que transformaron nuestra visión del mundo.
La historia del conocimiento astronómico se puede remontar fácilmente a la Edad de Piedra. Enterramientos colectivos en forma de túmulos corresponden al periodo Neolítico y existen numerosas evidencias que indican una relación de estos primitivos panteones con la Astronomía. El ser humano, anónimo aún, utiliza ya las estrellas para guiarse en vida y, quizá, cree que también después. Siglos más tarde nos llegan noticias de Mesopotamia, Babilonia y Egipto, donde la Astronomía se materializa en un afán de elaboración de un calendario. Por supuesto, todavía ligado a las diferentes creencias de cada pueblo y siempre con el objetivo de la predicción. El calendario ha sido siempre una de las grandes preocupaciones de la Astronomía. Ya en el tercer milenio antes de Cristo, el emperador chino Hoang-Ti manda construir un observatorio para estudiar el curso del Sol, la Luna y otros astros con el fin de corregir el calendario existente, que no parecía funcionar adecuadamente.
Los griegos comienzan recuperando muchos de los conocimientos de los pueblos anteriores: Tales, hacia el siglo VII antes de Cristo, veía las estrellas hechas de fuego, y se dice de él que predice el eclipse que puso fin a la guerra entre medos y lidios, probablemente debido a su gran dedicación a la política; afición ésta que no le impedía desatender los ruegos maternos en cuestiones de matrimonio. A Parménides de Elea, en el siglo VI a.C. se le atribuye el conocimiento de la esfericidad de la Tierra y de que la Luna no tiene luz propia, pero también su convencimiento de que la primera generación de hombres surgió del Sol y su afición a escribir filosofía en verso. Dice Aristóteles de Empédocles que le gustaba escribir tragedias y asuntos de política, y que inventó la retórica. Sin embargo le debemos a él la primera explicación correcta de los eclipses de Sol. Hiparco, hacia el siglo II a.C., da un giro a toda la astronomía griega. Elaboró el primer catálogo de estrellas, con más de mil, que contenían coordenadas en el cielo. Nació dos años antes de la muerte de Eratóstenes, quién había calculado la circunferencia de la Tierra al contemplar la sombra de un palo. La componente empírica, observacional, de Hiparco fue llevada hasta sus últimas consecuencias por Tolomeo hacia los siglos I-II d.C. para escribir su famoso Almagesto, tratado de astronomía que luego estuvo vigente toda la Edad Media.
Isidoro de Sevilla, preocupado por la cosmología
La astronomía medieval está plagada de hitos y personajes tan misteriosos como sorprendentes. Muchos de ellos se dedicaron a la transmisión y recopilación del saber pasado. Isidoro de Sevilla (s. VI-VII d.C.) es un buen ejemplo de un escritor enciclopédico, intérprete de textos latinos, preocupado por cuestiones cosmológicas pero conocedor de segunda mano de las cuestiones griegas. Debido a la invasión musulmana, la astronomía recibió un nuevo impulso hacia finales del siglo X. El emirato de Córdoba, bajo mandato de al-Rahman III, fue modélico en la preocupación por la actividad astronómica: se construían nuevos instrumentos de observación y de cálculo y exportó astrónomos a otras ciudades peninsulares, como Sevilla, Valencia, Zaragoza y Toledo. Fue exponente de toda esta actividad, hacia finales del siglo XI, Arzaquel con sus trabajos sobre el movimiento de las estrellas e incluso se cree que sugirió que las órbitas de los planetas eran elípticas. Sorprendentemente usando datos erróneos. El rey de León y Castilla, Alfonso X, en el siglo XIII, alentó la traducción del árabe al castellano de todos estos textos científicos, que ayudaron a la creación de nueva instrumentación astronómica y ordenó observaciones en Toledo, Sevilla y Burgos para la comprobación de algunos de los estudios de Arzaquel. La turbulencia de los tiempos, las rebeliones de la nobleza contra el rey y años profundamente dolorosos en lo personal no fueron impedimento para su compromiso con la expansión del saber.
Y llega la revolución. A partir del siglo XV se producen en la Astronomía una serie de sucesos que cambian para siempre nuestra visión del mundo. Copérnico, nacido en Polonia, fue canónigo asalariado de la catedral de Frombork, puesto que obtuvo sin duda por las influencias de su tío, obispo de Varmia. Esto le permitió construir una torre de observación y dedicarse tanto a la Astronomía como a mantener a su amante, la joven divorciada Anna Schillings. Pero eran tiempo revueltos. Muy revueltos. El sistema heliocéntrico propuesto por Copérnico situaba al Sol en el centro de todos los movimientos de los planetas, algo revolucionario en una época en la que se creía que la sífilis se propagaba por la corrupción del aire debida a la triple conjunción de Saturno, Júpiter y Marte. Llegaron después otros muchos con Brahe, Kepler y Galileo y con ellos el telescopio y los problemas derivados de una ciencia que iba mucho más deprisa que las creencias aceptadas en la época y con la presencia de una hoguera siempre dispuesta a solucionarlo.
Es imposible detallar aquí los logros de la época moderna en Astronomía o, como empieza a denominarse para dar a entender esa profunda transformación a partir de los avances industriales del siglo XIX, en Astrofísica. Pero éste y todos los periodos constituyen una historia fascinante que poco a poco y con ayuda del lector y sus preguntas iremos desgranando en esta nueva sección, que surge para conocer un poco mejor a todas estas personas que nos regalaron un peldaño del conocimiento mientras disfrutaban o padecían una vida tan normal como la nuestra.
Rodrigo Gil-Merino Rubio pertenece al Instituto de Física de Cantabria (CSIC-UC)
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