Eucaristía de doce en Colón
Un periódico romano calificó hace una semana de "violenta requisitoria antiespañola" las críticas del arzobispo Amato, destacado miembro del Gobierno del Papa, al Ejecutivo Zapatero. "En España avanza la estadolatría y crece el indoctrinamiento laico. En el Vaticano lo sabemos bien, y la Iglesia española da una respuesta pública y clara", había dicho. No ha ayudado al cardenal Rouco a llenar la plaza de Colón, pero excitó las execraciones de más obispos contra el divorcio express, el matrimonio gay, la despenalización del aborto, la promoción del condón o la asignatura de Ciudadanía. Más de la mitad de los prelados se quedó ayer en sus diócesis, sordos a la llamada del líder de la Conferencia Episcopal. No acudieron los cardenales Sistach (Barcelona) y Amigo (Sevilla), ni siquiera el vicepresidente del episcopado, el obispo de Bilbao, Blázquez.
Ayer hubo misa de doce en la plaza de Colón, con asistencia de fieles de provincias. Apenas más, pese a las expectativas del año pasado. La diferencia ha sido abismal: lo que va de una solemne eucaristía con sermón de domingo, a una concentración de masas enfervorizadas por varios discursos de alto voltaje político. Es que no hay elecciones generales a la vista, ni el Ejecutivo parece ya interesado en las reformas laicistas aprobadas con entusiasmo por el último congreso del PSOE.
Los obispos dijeron antes de llegar a Colón lo que llevan dentro, dolidos aún por la legalización de las uniones de personas del mismo sexo con el nombre de matrimonio. Esa medida de Zapatero la siguen considerando "el momento más excepcional y grave en la historia de la Iglesia". Aún sangran por la herida, a veces con impertinencia. "¿Quién es el Gobierno para adoctrinar a los adolescentes? ¿Por qué no se dedica a resolver los verdaderos problemas, en vez de tratar, con su supuesta progresía, de ganar votos de jovencitos burgueses proporcionándoles sexo seguro, que es inseguro y que embrutece?". Lo ha dicho en su homilía dominical el arzobispo de Valladolid, Braulio Rodríguez, escrita antes de salir para Madrid.
Esta requisitoria contra el condón y el sexo seguro contrasta con el predicado espanto episcopal ante la proliferación de abortos por embarazos no deseados, y por su despenalización. ¿Meterían los obispos en la cárcel a las decenas de miles de jóvenes que abortan cada año? La pregunta desvela una parte de las contradicciones de la jerarquía. Predican el matrimonio, pero detestan casarse y formar una familia. Defienden la indisolubilidad del matrimonio, pero la propia Iglesia católica cuenta con muy rentables tribunales especiales para su disolución. E incluso algún cardenal oficia pomposas uniones entre divorciados, mejor si son entre príncipes que entre particulares.
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