Desintegración del matrimonio
Como dice la Infanta Elena, lo que ha sucedido en su relación es lo mismo que ocurre hoy en tantos otros matrimonios españoles. Muy oportunamente, como pedido de encargo, el Instituto Nacional de Estadística ha publicado una catarata de cifras sobre las separaciones conyugales entre españoles.
Cuatrocientas parejas se separan cada día y más de mil contrayentes terminan con su boda en menos. Las uniones todavía superan en algo a las desuniones pero la proporción se invertirá en apenas unos meses. ¿Se está acabando el matrimonio?
La sociedad tradicional clamaba hace medio siglo contra el fin de la familia, pero ahora se trata no sólo de esa unidad celular sino del embrión mismo. Más que una institución a prueba de bombas, el matrimonio tiende a convertirse en una estación tan inestable que todas las nuevas ideas sobre contratos conyugales de siete, cuatro o tres años han quedado obsoletas antes de nacer.
¿Esperar bendiciones del matrimonio? Su carácter sagrado sólo es fe para unas minorías
Las parejas, con boda o no, soportan mal que su vinculación las limite, las reduzca o las aburra y el vínculo se desintegra cuando las primeras aportaciones de apoyo, autoestima y radiación vital desfallecen o se hacen rutina. Se piensa, como en otros asuntos, que no habiendo más vida que esta merece la pena vivirla en su mejor versión y aprovechando, gracias a la cultura de consumo, las oportunidades del sistema más abierto y surtido. Así, de la misma manera que se sustituyen aparatos o automóviles obsoletos si avenirse a grandes reparaciones, la relación se abandona cuando, muy estropeada, deja de ilusionar.
¿Estrategias contra averías? En los países nórdicos o en las grandes capitales europeas el número de hogares compuestos por una sola persona ronda o supera el 40% y el número de matrimonios conmmuters que sólo se encuentran los fines de semana o unos días mensualmente se ha incrementado hasta llegar a ser relativamente comunes en Estados Unidos. La menor flexibilidad del empleo y el aún fuerte arraigo local y familiar ha contenido el modelo en países como España pero la tendencia es global. No cambia el matrimonio por degradaciones morales sino por transformación de las relaciones sociales de producción. No significa una pérdida del amor por las demás personas sino de una forma amorosa en múltiples y menores plazos. Como decía Bertrand Russel sobre los países divorcistas no se trata de que estas regiones abominen del matrimonio sino de que lo aprecian tanto que lo repiten más de una vez.
Efectivamente, las relaciones generales con los hijos serán y están siendo de otro tipo, pero ¿cómo iban a seguir invariadas? Sería absurdo creer que la formidable transformación en todas las comunicaciones no iba a afectar la comunicación de amor.
Casarse para toda la vida, como escribir novelas a la manera de Chateaubriand, se halla a disposición de quien decida elegirlo. Otra cosa es que obtengan éxito en el empeño.
La esperanza de felicidad ha cambiado radicalmente de ubicación y de domiciliarse metafísicamente en el más allá ha venido a exigirse aquí y de concebirse como un proceloso banquete ha pasado a degustarse como una cambiante golosina portátil. ¿Esperar bendiciones del matrimonio? Su carácter sagrado sólo es fe para unas minorías y todo, en general, se ha paganizado hasta hacerse menos grave, más ingrávido. Los homosexuales perdieron carácter cuando consiguieron el matrimonio y el matrimonio perdía carácter para allanarse.
Unos y otros se aligeraron de identidad y esta es la ley de la época: todo aquello que pesa se hunde y todo lo tendente a la liviandad asciende. Siendo, además, esta ley no necesariamente un mal sino la naturaleza reinante y funcional del tiempo que hasta la casa real practica.
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