El arma secreta de Voltaire
Según confesión propia, W. C. Fields consideraba "borracho" a todo el que bebía más que él. Algunos intelectuales actuales denominan airadamente "mediáticos" a todos los restantes intelectuales que ocupan a su juicio más espacio que ellos en los medios de comunicación. Pero la verdad es que tachar de "mediático" a un intelectual es como señalar con desaprobación la costumbre de los peces de vivir en el agua. La figura del intelectual -es decir, del escritor, artista o científico que aprovecha su prestigio público para opinar y tratar de influir en el ámbito cívico- es inseparable de los medios de comunicación modernos. Aparece con ellos, conquista mediante ellos su audiencia no profesional ni especializada y a través del tiempo va configurando su propio perfil junto a su responsabilidad de acuerdo con la evolución de dichos traicioneros instrumentos. El intelectual cabalga un tigre que al menor descuido puede devorarle, peligro sin duda mucho mayor hoy que cuando todo empezó, allá en el siglo XVIII. Para bien o para mal -para bien y para mal- la patente de esta nueva figura entre los muchos oficios humanos corresponde a Voltaire.
CUENTOS COMPLETOS EN PROSA Y VERSO
Voltaire
Edición de Mauro Armiño
Traducción de M. Armiño
y M. Domínguez
Siruela. Madrid, 2006
929 páginas. 36 euros
Como lo de "mediático" no era
todavía una descalificación al uso en su época, los censores e inquisidores de aquellos días se la ahorraron a Voltaire. Pero le tributaron con inquina vehemente (¡y con envidia mal disimulada!) casi todas las demás: falsario, frívolo, vanidoso, simplista, avaro, amigo de príncipes y poderosos, sectario, demagogo, hipócrita, ambicioso... Dijeron que era el maestro de lo obvio, el especialista en decir en voz alta lo que ya todo el mundo sabía: pero nunca aclararon por qué sus obviedades archiconocidas les irritaban tanto y resultaban a menudo tan subversivas. Lo más chocante -y los volterianos honrados, que los hay, no tenemos más remedio que admitirlo- es que tomados de uno en uno la mayoría de esos dicterios están bastante justificados. No hay cosa más fácil que encontrarle defectos a este personaje zascandil, siempre patente y ávido devorador de notoriedad. Claro que tampoco le faltaron virtudes: fue generoso, valiente, alegre, perspicaz, compasivo, cosmopolita y trepidante de curiosidad. De principio a fin, estuvo siempre abrumadora e insultantemente vivo. Pero sobre todo supo poner tanto sus defectos como sus virtudes al servicio de causas racionales y humanistas que hoy la mayoría de nosotros asumimos con tal naturalidad que apenas somos capaces de recordar cuánto hubo que luchar al principio para abrirles paso.
Hay escritores que fabrican literatura como los pajaritos cantan, porque es lo único que saben hacer y así celebran su existencia. Otros en cambio escriben para conseguir algo o para derrotar a sus enemigos: entre estos últimos, pocos autores han sido tan intencionales como Voltaire. Prácticamente nunca escribió una línea de prosa ni un verso sin proponerse un objetivo, una meta: sonriente y floral, jamás abandonó el campo de batalla. Sin embargo, nada en sus ficciones cede casi nunca a la gravedad trabajosa del doctrinario o del dómine. Sus cuentos, sus fábulas, sus apólogos breves, sus diálogos, sus poemas jocosos... todo es siempre maravillosamente ligero, aéreo, espumoso, picante: digerible. A diferencia de la mayoría de sus enemigos y de quienes hoy propinan sesudas reprimendas a los "mediáticos", Voltaire nunca supo ser indigesto. Su arma secreta, que utilizó permanentemente con sabia dosificación y temible contundencia, es el humor. La sonrisa irónica de Voltaire ha sido desde hace doscientos y pico años más eficaz en la demolición de sus adversarios que espadas y cañones. Es cierto que para disfrutarle plenamente hoy, los lectores tenemos que conocer un poco el contexto polémico en el que se inscribe cada una de sus páginas. De otro modo, podemos tomar por caprichoso o gratuito lo que siempre responde a una calculada malicia que busca, si es posible, convencer y cuando no, al menos seducir para el bando más justo... Aunque parece tornadizo, siempre se mantuvo fiel a unas cuantas enemistades básicas: contra los dogmas, contra las supersticiones clericales, contra los sanguinarios. ¡Qué placer hubiera sido leer alguna parábola suya sobre Al Qaeda o Txapote!
En este espléndido volumen
ofrecido por Siruela, un auténtico festín no sólo para la inteligencia sino también para los sentidos por lo elegante de la edición, se reúnen todas las ficciones más o menos didácticas en prosa y verso del autor. Es decir, lo más característico de su obra polifacética, de la que él apreciaba sobre todo las tragedias y poemas épicos que hoy nos resultan perfectamente prescindibles. La edición es excelente como no podía ser menos estando al cuidado de Mauro Armiño, quizás el más inteligente y devoto estudioso de las letras francesas con que tenemos la suerte de contar en España. Es tópico hablar de "joya bibliográfica" pero aquí, como tantas otras veces, el tópico no hace más que sancionar la realidad.
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