Liniers, el historietista macanudo
Chanana, chanana, chanana...
Una sala sumida en un desorden alegre -cedés, pinceles, lápices, cómics-, el piso de madera salpicado de pintura, y allí, en la sala, un hombre tararea y simula un acorde sobre el diapasón de una guitarra imaginaria.
-Chanana, chanana, chanana. Y después empieza. "Knock, knock, knockin...".
Ricardo Liniers Siri esboza el inicio de Knockin'on heaven's door, la canción que, guitarra en mano, cantó hace un par de semanas durante uno de los shows de su amigo, el músico argentino Kevin Johansen, en el escenario de un teatro importante de Buenos Aires.
-Knockin... es todo lo que sé. No puedo tocar otra cosa. No me sale.
Ricardo Liniers Siri es historietista, argentino, conocido como Liniers e intérprete de esa sola canción, de la que sabe, además, sólo tres acordes, que son, también, los únicos tres acordes necesarios para tocarla.
"No me sale ninguna otra cosa y no iría nunca a tomar clases de música. Tengo la fantasía del autodidacta: llegar solo"
-No me sale ninguna otra cosa y no iría nunca a tomar clases de música. Porque tengo la fantasía del autodidacta: llegar solo.
Ricardo Liniers Siri es, también, el último gran fenómeno del humor gráfico en un país con nombres como Quino, Fontanarrosa, Maitena, y vino hasta aquí -hasta este presente en el que firma una tira diaria en uno de los periódicos más importantes del país, en el que lleva publicados 13 libros- siguiendo, precisamente, la fantasía del autodidacta: llegando solo. Claro que, durante muchos años, no supo dónde quería llegar, ni para qué.
Liniers nació en 1973 en Buenos Aires, hijo de una familia acomodada -padre abogado, madre multivocacional, dos hermanos menores- y, aunque ahora es un fenómeno de ventas con libros, traducciones, ediciones en España y un ejército de fans, hasta mediados de los noventa fue un joven adulto con vocación extraviada para quien ser historietista no era una opción.
-Aunque dibujo desde siempre, no se me pasaba por la cabeza ser historietista, porque yo leía a Mafalda, pero para mí Quino no era una persona. Era un ser de un panteón inalcanzable. No podía imaginar que alguien viviera de hacer dibujitos.
Llegó a los 18 años sin saber qué haría para ganarse el pan. Estudió abogacía -siete meses-, publicidad -tres años-, fue mesero (por un día), cadete (por un mes) y repartidor de pantuflas (por dos años).
-Mi mamá había empezado a fabricar pantuflas, y yo las repartía. Es un trabajo que explica cierta ternura en mi sentido del humor. Me hizo sentir cariño por el perdedor.
Mientras repartía pantuflas, dibujaba. Hacía ilustraciones de folletos de turismo, de etiquetas de dulce de leche. Un día de 1997 le mostró, al editor de No, el suplemento de música del periódico Página/12, una tira llamada 'Bonjour', algo así como el Mister Hyde del señor Liniers: chistes sobre muchachas que esnifaban jabón en polvo y papis que les regalaban a sus hijos perritos muertos para jugar.
-Empecé a publicar 'Bonjour' en Página/12, y pensé: "Voy a tratar de vivir de esto". Cuando se lo comuniqué a mi viejo no dijo nada, pero habrá pensado: "Bueno, lo voy a tener que mantener hasta los 50".
Tiempo después, todo cambiaba para siempre.
Liniers había cruzado con Maitena un par de mails de simpatía mutua: me gustan tus pingüinos, dijo ella; te admiro desde siempre, dijo él. Maitena era un panzer del humor y Liniers un chico que dibujaba cosas muy bizarras en un suplemento de rock.
-Un día le pregunté a Maitena si me podía dar el nombre de alguien en La Nación para mostrarle mis dibujos. Y me dijo: "No, te voy a llevar yo". Me acompañó, me presentó a los jefes. Yo llevé unos cuantos chistes, para mostrar, y en el diario los miraban, y me decían: "Mucho no se entiende, ¿no?".
La tira, que ya se llamaba 'Macanudo' (una expresión argentina que significa "todo bien"), contradecía la regla básica de las tiras diarias: no tenía un protagonista sino varios -casi todos de única aparición- y muchos eran humanos, pero había también gatos, pingüinos, perros, sapos, osos de peluche. Para empeorar las cosas, nada terminaba en algo que pudiera llamarse remate: el cuadrito final se deslizaba con mansa impavidez, en las antípodas del efecto carcajada. El dibujo, de elegancia antigua, mezclaba el clima de mitad del siglo pasado (señores con bombín, señoritas con faldas castas), y cierto ácido urbanita muy siglo XXI, todo al servicio de un humor desprovisto de euforia, teñido por una melancolía que no resultaba triste. Sea como fuere, 'Macanudo' empezó a publicarse en La Nación en 2002. Mientras el país se sumergía en una crisis terminal -2001 había terminado con presidente depuesto, revuelta civil, desempleo por las nubes- la historieta de Liniers mostraba a una niña llamada Enriqueta que leía bajo un árbol las aventuras de Gulliver acompañada por su gato Fellini; a pingüinos tomando baños de inmersión; a robots sensibles que lloraban con las películas de Chaplin. Y entonces las cartas empezaron a llegar: lectores que exigían que ese tipo -que pretendía que un chiste acerca de dos boxeadores que se pedían disculpas por pegarse tanto fuera, realmente, un chiste- volviera al sitio del que había salido.
-Los lectores decían: "No se entiende", pero yo sentía que no había nada para entender. Y que además no tenía plan B. No sabía hacer otra cosa.
Todo siguió así hasta que, en 2004, publicó su primer libro. Se llamó Macanudo 1y el lanzamiento se hizo en el gigantesco auditorio del MALBA (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires), que fue invadido por una legión -impensada- de fanáticos. Ese día, Liniers descubrió que, después de todo, eran muchos los que encontraban altísima gracia en un pingüino que le pedía a una ballena que lo llevara a pasear en chorro, o en un sapo que le decía: "Mamá" a un Citroën 3CV.
Y, desde entonces, ya no se detuvo.
Publicó 13 libros entre 2004 y 2009, y eso incluye seis volúmenes de Macanudo (Mondadori); una antología de Bonjour (Ediciones de la Flor); Conejo de viaje (sus libretas de viaje, dibujadas, que Mondadori publicó primero en España y después en Argentina), y Macanudo Universal (Ediciones de la Flor), lanzado este año en la Feria del Libro de Buenos Aires, que reúne la tira en versión editada e inédita. Ilustró, además, tapas de discos (La lengua popular, de Andrés Calamaro; Logo, de Kevin Johansen) y en 2008 fundó con su mujer, Angie, una editorial propia -Editorial Común-, que fue debidamente inaugurada con Macanudo 6 y un plan de promoción digno de un psicópata.
-Dibujé las primeras cinco mil tapas a mano. Cuando iba por la ochocientas pensé: "Está buenísimo". Cuando iba por la tres mil ochocientas, decía: "Puta madre, esto no se termina más". Pero publicar Macanudo es lo que nos va a permitir publicar a otros dibujantes que no son conocidos y merecen serlo. Me encanta la idea de abrir un espacio para mostrar el trabajo de los demás. Que cuando ya no esté quede eso.
Ricardo Liniers Siri es historietista. Llegó hasta aquí siguiendo la fantasía del autodidacta pero, durante años, no supo dónde quería llegar, ni para qué. Ahora dibuja: dibuja duendes; dibuja pingüinos; se dibuja a sí mismo bajo la forma de un conejo para contar sus aventuras, que no son tales: para contar, por ejemplo, cómo utilizó, en Londres, una toalla femenina a modo de plantilla para paliar una lastimadura en la planta del pie. Prefiere a los Monty Python, a Chaplin, a Woody Allen. Lee (mucho), llora en el cine. Le gustan el frío y las bufandas. Tiene una hija con Angie, la mujer a quien pidió en matrimonio en julio de 2000 desde la tira 'Bonjour', preguntando (él, su caricatura): "Angie; ¿qué tal si nos casamos?". Le gusta la música, es puntual, se va a dormir temprano. Quiere, alguna vez, hacer una novela gráfica. Querría, alguna vez, irse a vivir al campo. Fue antes, es ahora: el hombre no tan común que juega a ser el hombre más común de todos. -
Macanudo 5. Mondadori, 2009. 12,90 euros. Macanudo 4. Mondadori, 2009. 12,90 euros
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