Libretistas y lavanderas
Era la ópera un modo de vida: Stendhal lo vivió en Milán, en la Scala, "primer teatro del mundo", donde se exaltó ante personajes que, dentro y fuera del escenario, conciliaban traje y fisonomía espléndidos. La Scala es el salón de la ciudad. "Nos veremos en la Scala, se dice para toda clase de asuntos", amores y negocios, como si la Scala fuera un templo. Y Byron tuvo palco en La Fenice, en Venecia, por los mismos años, cuando la velada operística servía de inicio a una noche en blanco y a la vida en vilo de los días siguientes.
Ya no hay eso, como tampoco hay libretistas, ni aquellos músicos de entonces. La ópera ya no es vida cotidiana, sino ceremonia y culto. A nadie se le ocurriría hoy salir un momento del teatro para volver al acto o al aria siguiente antes de salir y entrar otra vez, a pesar de la intriga interesantísima. Entonces los libretistas urdían amores y odios desesperados, pasiones esenciales, elementales, sin importancia, a destajo. Rossini decía que, siendo el libreto insignificante, podía ponerle música a la cuenta de su lavandera y la máquina melodramática seguiría funcionando con el mismo placer.
Toda la ópera es un lugar bastante raro que recibe cada día más turistas
Convertida fundamentalmente la ópera en un repertorio de clásicos, en museo o panteón, las nuevas óperas suelen tener algo de rememoración religiosa o de sacrilegio, y se busca a escritores que solemnemente recen o blasfemen, es decir, pongan palabras a la obra nueva. Cuando se recurre al archivo canónico, es normal la adaptación de lo viejo a la espectacularidad actual, con tiranías modernas y campos de exterminio y problemas de identidad socio-sexual embutidos mediante alta tecnología escenográfica en los melodramas del pasado. De la misma manera, una misa celebrada según algún rito antiguo se aplica sin problemas a las intenciones de los fieles de hoy.
Casi todos los maestros italianos localizaron sus óperas en países míticos, desde el Orfeo: en la laguna Estigia o los dominios de Plutón, la Suiza de Guillermo Tell, la Inglaterra de Lucia di Lammermoor, Sevilla, París, Argel, Boston o Tebas. También Schoenberg, libretista de sí mismo, dio música a mundos bíblico-faraónicos. Las óperas que todavía se escriben parecen seguir necesitando como escenario un lugar fantástico, fabuloso, aunque muchas se desarrollen en espacios sin espacio, metafísicos, por decirlo así: su lugar mítico es la propia historia de la ópera. Toda la ópera es un lugar bastante raro que recibe cada día más turistas.
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