"No debemos ser esclavos de nuestro pasado"
Un océano azul intenso. Olas que rompen con fuerza para deleite de surferos que vuelan sobre tablas hacia una paradisiaca playa de arena blanca que se funde con la característica tierra rojo sangre sobre la que brincan miles de canguros. Más allá, ciudades vanguardistas vibran con arte, cultura y ocio. ¿Bienvenidos a la Australia del siglo XXI? No a la de Christos Tsiolkas (Melbourne, 1965). En el pequeño universo que describe en su cuarta novela, La bofetada (RBA), no caben idílicas panorámicas a vista de pájaro. La suya es una visión más propia de una cucaracha. Cercana, furtiva y desagradable. "Es un libro que hace sentir mal al lector", reconoce este narrador, dramaturgo y guionista de origen griego que disecciona sin piedad a todos sus personajes para dibujar un retrato gris de la Australia actual, de suburbio, un lugar muy alejado de los edulcorados clichés que predominan en el imaginario colectivo.
"Quiero encontrar un lenguaje nuevo que sea a la vez real y diferente del inglés que nos llega de Reino Unido y de América"
Todo comienza con el sopapo que da título a la novela. Harry, primo del anfitrión de una barbacoa entre amigos, suelta un sonoro manotazo al pequeño Hugo, un chaval maleducado que es un compendio de todos los males del sistema educativo occidental actual, cuando ya no aguanta más sus estupideces. "La bofetada pareció resonar", escribe Tsiolkas. "Resquebrajó el crepúsculo. El niño levantó la vista hacia el hombre, conmocionado. Hubo un largo silencio". Después, el drama se desata. Indignados, los padres de Hugo amenazan con llamar a la policía, y más adelante pondrán una denuncia que enfrenta a amigos y familiares. Porque otros aplauden en sus entrañas lo que a ellos les hubiese gustado hacer. Y el propio Harry está convencido de que se quedó corto. "No tenía que haberle dado una bofetada al crío, debería haberle quitado el bate y golpear una, dos, cien veces, en la cabeza a aquel pequeño cabroncete, hasta hacerlo picadillo".
¿Maltrato infantil o necesario correctivo? Tsiolkas asegura que en ningún momento ha tratado de crear un debate sobre esta cuestión, "aunque es una discusión que está en la sociedad de muchos países". Él no tiene dudas al respecto. "No tenemos un sistema educativo que cree personas éticamente responsables; de hecho, la educación en Occidente está en clara regresión, y lo mismo sucede con los valores éticos o morales de la sociedad. Los padres sobreprotegen a sus cachorros con tal egoísmo que, finalmente, solo se preocupan de ellos, sin que les importe quienes les rodean. Eso crea adolescentes egocéntricos como Hugo, que te sacan de tus casillas. Pero la bofetada estuvo mal. Saber controlar la violencia es parte indispensable del hacerse adulto". Curiosamente, el libro cierra con otra bofetada "con la que nadie ha estado en desacuerdo". Entre ambos manotazos Tsiolkas desarrolla un drama que compone una imagen octogonal del australiano medio. Desde Connie, la adolescente británica que mantiene una relación secreta con un hombre casado, hasta Manolis, un emigrante griego sesentón que busca la redención como padre, pasando por Aisha, descendiente de indios y mujer infiel. No se salva ninguno de los ocho personajes a los que Tsiolkas dedica capítulos que podrían funcionar como relatos independientes, pero que se integran en una narración lineal sin concesiones al flash back. Después de darle varias vueltas y de sumar su creencia "muy griega" en la predestinación, el novelista admite su pesimismo antropológico. No en vano, airea los trapos sucios de una sociedad multicultural "en la que todos -incluso él mismo- son de algún otro sitio".
De hecho, La bofetada es una recreación en miniatura del universo multicultural fruto de la globalización. "Aunque los personajes son australianos, sus vivencias, sus problemas, sus contradicciones existenciales, son las de millones de personas que habitan los países desarrollados, sobre todo en aquellos que comparten la experiencia colonial. Quizá por eso, muchos críticos australianos describen La bofetada como una "novela sobre el estado de la nación", y a él no le desagrada la comparación con el debate político por antonomasia. Porque lo suyo es provocar emociones encontradas y "enfrentar al lector con lo peor de sí mismo". Así se entiende que los comentarios sobre el libro no hayan encontrado término medio. Es una obra sin parangón para unos, y basura vacía para otros. Sexo, drogas y rock and roll en la superficie. Infidelidad, frustración, soledad, miedo y pobreza de espíritu bajo la piel. Y muchos secretos. Los ocho personajes que vertebran, a través de otros tantos relatos encadenados, las más de quinientas páginas de La bofetada sirven para "analizar la identidad de la población australiana".
Tsiolkas masca las ideas sobre el papel y de viva voz. Se disculpa cuando quiere puntualizar algo de lo que ha dicho antes. Al principio de la entrevista asegura que La bofetada responde a la pregunta de cómo es la sociedad australiana contemporánea, y con ella pretende desmarcarse de la literatura que ha dominado el país hasta ahora "y que se ha centrado en episodios históricos vergonzantes sobre la colonización y el abuso de las poblaciones indígenas". Pero, un expreso doble y varios cigarrillos después, reconoce que quizá su texto sirva para describir solamente a un puñado de infelices del extrarradio de Melbourne. Y nada mejor que dejar a sus protagonistas que se expresen sin censura para que se retraten fielmente. Pero los insultos que profieren continuamente sus personajes han salpicado al novelista. Lectores y críticos anglosajones consideran que falta arte en el lenguaje de La bofetada, un dardo que a Tsiolkas le duele especialmente. El escritor se revuelve en el sofá del pequeño café de Shanghai en el que transcurre la entrevista, endurece la expresión, y los ojos se clavan en el periodista. Las palabras esta vez fluyen con rapidez y contundencia. De hecho, admite que le gustaría soltar algún que otro fuck para responder a la pregunta. Pero se contiene. "Quiero encontrar un lenguaje nuevo que sea a la vez real y diferente del inglés que nos llega de Reino Unido y de América. El del escritor sin duda es un oficio artístico que todavía estoy lejos de perfeccionar, pero creo que lo vulgar puede ser también excitante, y estoy cansado de leer novelas banales escritas con un lenguaje tan florido como vacío. Tengo que reconocer que me interesa más la televisión americana que la literatura".
La corrección política también crispa a Tsiolkas. "Se ha convertido en una obsesión que nos quita energía, y no sé para qué. Nos impide escribir sobre la realidad tal y como es, y nos pone una censura en la cabeza. Hasta lo que se proclama como políticamente incorrecto no puede traspasar cierta frontera y se ha convertido en un reclamo comercial. Yo quiero reflejar una realidad con sus claroscuros, sin tener que preocuparme por lo que puede molestar a unos y a otros. Eso es lo que me parece interesante".
Y, a juzgar por el éxito de su cuarta novela, Tsiolkas no está solo. Aunque no ha conseguido colarse entre los seis finalistas del Premio Booker de este año, entre los que sí se encuentra su compatriota Peter Carey, sí ha estado entre los 13 semifinalistas del prestigioso galardón, y se trata del mayor éxito comercial del escritor australiano, cuya fama sube como la espuma. Incluso se está rodando una miniserie sobre La bofetada, y Tsiolkas se ha convertido en el abanderado de un nuevo estilo que ha conseguido acercar la literatura australiana al gran público y a él le ha reportado invitaciones para participar en congresos de literatura hasta en China. Claro que el Gran Dragón no permitirá que se publique en sus dominios La bofetada "si antes no se eliminan las referencias a la homosexualidad y las drogas".
Y Tsiolkas no se doblegará. Porque, aunque se muestra "eufórico" ante el triunfo de su cuarto libro, el único lector en el que piensa cuando escribe es en él mismo. "El éxito comercial se convierte en una tentación que hay que combatir. Proporciona dinero, seguridad financiera. Pero, de momento, solo me preocupa que la próxima novela cumpla unas expectativas: las mías". En ella quiere plantear una cuestión más difícil todavía. Un doble mortal con tirabuzón incluido: "Cómo ser un buen hombre".
Las dudas sobre la identidad de Tsiolkas dan para mucho. Tanto que las respuestas, siempre incompletas, se alargan más allá de una novela. En Loaded (1995), convertida posteriormente en el filme Head On; The Jesus Man (1999) y The Devil's Playground (2002), Tsiolkas se sumergió en la pérdida de la fe. "Más en el sentido político que en el religioso, aunque, sin duda, el segundo también influye en el declive moral de la sociedad". Luego optó por indagar en un terreno más personal todavía. "Escribir es un exorcismo para mí", reconoce este escritor que "quería ser europeo". Pero, aunque sus padres nacieron en Grecia y allí se encuentran algunas de sus raíces culturales, no lo es. Cuando se dio cuenta de ello, decidió despacharse a gusto con su anterior historia, Dead Europe. "No podemos escapar de nuestro pasado pero tampoco debemos ser esclavos de él. Yo siempre miraba a Atenas, a Europa, en busca de respuestas. No al mundo anglosajón. Cuando uno es hijo de emigrantes existe una obligación autoimpuesta para descubrir qué provocó la marcha de los padres. Los míos dejaron una Europa devastada tras la Segunda Guerra Mundial, en un periodo de mucho sufrimiento y pobreza. Mis decisiones personales, entre las que está ser escritor, supusieron una rebelión contra ellos y por eso sentía cierta culpa y necesidad de encontrar mis raíces allí donde ellos las dejaron. Pero después de varios viajes descubrí que mi hogar está en Australia". Y para aceptarlo tuvo que escribir una novela.
Algo parecido le sucede con la sexualidad. Ahora se reconoce abiertamente gay, pero como a Richie, personaje de La bofetada, a Tsiolkas le costó salir del armario. "Como muchos otros, viví una doble vida, que luego también me ha servido para describir ambientes que de otra forma no habría descubierto, hasta que acepté las cosas tal y como son, algo a lo que también me ha ayudado la literatura". No obstante, algunos le han tachado de pornográfico. Y, sin duda, no falta sexo descrito con todo lujo de detalles en La bofetada. Sexo bestia, animal. "Quizá es que yo lo practico así", bromea. Si bien reconoce que "tener una mente pornográfica es una tentación contemporánea", cree que "hay que entender el sexo como un complejo mecanismo social a través del cual fluyen sentimientos tan diversos como la rabia, el amor o la culpa. Por eso está presente en todas sus variantes".
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