En la ciudad de los muertos
Narrativa. Enseguida vemos que se trata de recrear el mundo vampírico en la época actual. Latorre presenta en una ciudad imaginaria de un lugar apartado de Hungría los escenarios y peculiaridades que delatan el fondo del asunto. Una forma poco habitual de obtener un trabajo, el de bibliotecaria (asociado a recogimiento, vecindad con el pasado, ensueños...), un castillo casi deshabitado en un lugar neblinoso y de difícil acceso, la ausencia de espejos, los lobos que aúllan, y el conde que, naturalmente, prefiere no cenar pues ya ha comido antes. Es la presentación impetuosa y sugestiva de lo conocido. La atmósfera "ominosa" y las miradas "enfermizas" nos conquistan enseguida. ¿La novedad? Que el mayor adversario del vampiro es una mujer. Una mujer de nuestros días, inteligente e industriosa, obligada a cuidar sola de su hijo tras la muerte de su marido, envuelta de pronto en un angustioso torbellino cuando es requerida como compañera sexual por un ser de ultratumba. Ella, protagonista y narradora, nos cuenta el violento y radical enfrentamiento, una aventura teñida de romanticismo trágico y erotismo necrófilo. Todo se precipita. Latorre ofrece una narración muy visual y física. Los espesos bosques, las aguas turbias y el barro viscoso y pegadizo, alambres y despojos de un pabellón descompuesto alcanzan una poderosa materialidad. Latorre rinde homenaje a su admirado Terence Fisher cuando ella y el cura que la acompaña trazan, al igual que en la película La novia del diablo, un círculo de tiza (casi oímos el ruido producido) que protege a los que están dentro de los ataques del maligno (por cierto, la sotana del cura es otro destacado elemento dramático). La aventura es incierta y la muerte se presenta como el único premio. Es el elemento fundamental de un universo gótico, oscuro, en que la única pasión es narrar sin descanso, interminablemente.
En la ciudad de los muertos
José María Latorre
Valdemar. Madrid, 2011
242 páginas. 9 euros
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