El cerebro como arma
Narrativa. Dave Gurney, policía retirado después de 25 años de éxitos en el Departamento de Homicidios, es un investigador genial, como ya demostró en la primera novela de John Verdon, Sé lo que estás pensando. Su cerebro es su única arma. Sus colegas lo detestan, por envidia. Ahora, en No abras los ojos, sigue viviendo en el campo con su mujer, Madeleine, muy molesta con la indestructible vocación u obsesión de su marido: desentrañar misterios criminales. Los asesinatos que imagina Verdon tienen algo de imposible, como números de ilusionismo. El asesino, por ejemplo, adivina la cifra que vas a pensar, o la decapitación de la víctima sucede en una habitación cerrada, donde sólo hay un sospechoso que inmediatamente se esfuma en el aire. Así es en No abras los ojos, muerte operística durante la celebración de una boda, matanza nupcial en la que la novia acaba con la cabeza encima de una mesa, mirando al cuerpo vestido de blanco. Y todo está grabado por cuatro cámaras de vídeo menos lo que pasa dentro de la habitación cerrada. El mundo de Verdon abunda en millonarios. El viudo de la mujer descabezada es un psiquiatra famoso, director de una institución para niñas maníacas sexuales violentas. La esposa malograda es una antigua alumna. Entonces encuentran otra cabeza en un congelador debajo de 40 kilos de pechugas de pollo, e irrumpe la cabalgata de las mujeres decapitadas, todas compañeras de internado, como si estuviéramos al arbitrio de la Reina de Corazones de Alicia en el País de las Maravillas. San Juan Bautista le corta la cabeza a Salomé. ¿Estamos ante un criminal en serie y un caso de venganza en masa? La imaginación sensacional de Verdon construye un pandemonio de crímenes sexuales internacionales, aunque el corazón del mal sea un reducto angosto y podrido: una familia, siempre la familia, sagrada institución.
Edición en catalán: No obris els ulls. Traducción de Mercè Santaulàlia y Esther Roig. Proa. 21 euros.
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