Un adolescente extraordinario
Alberto Manguel tiene 62 años, pero no sólo por eso es un adolescente extraordinario. A su edad, y después de una experiencia que lo ha llevado a muchos países y a numerosos libros, e incluso a la cárcel argentina cuando era un muchacho díscolo frente al poder militar, aún se pone rojo como un tomate cuando la timidez lo vence. Esa es una facultad que se convierte en virtud cuando uno tiene 62 años. Y acaso es esa perpetuación de la adolescencia la que late debajo de este libro singular al que uno se enfrenta como si fuera a leer una conversación erudita y sale de él con la frescura de haber asistido a un divertidísimo recuento de las andanzas de un hombre al que uno imaginaba acechado por los libros, ajeno a la vida, un poco como Jorge Luis Borges, o como la mitología dice que fue el gran ciego de Buenos Aires. El libro es Conversaciones con un amigo y es el conjunto de charlas, muy bien conducidas, que tuvo con Manguel el editor francés Claude Rouquet a lo largo de varias semanas. La edición de entrevistas es un arte, y conviene aprender de esta que emprendió Rouquet, pues en ningún momento se olvida uno de que es una conversación, porque en todo momento se sabe uno involucrado en ella, participando en una peripecia que el arte de la entrevista convierte en una buena experiencia propia. Aunque se habla de libros, sobre todo, se habla también de la vida, y de mucha vida, pues, como con Borges, que fue su amigo, y a quien leyó en un periodo singular de la vida, con Manguel hay un malentendido si uno cree que sólo está preocupado por lo que nace de la lectura, que por otra parte es su saludable obsesión perpetua. Borges era un hombre risueño y bromista, no estaba todo el día rodeado de legajos; y a Manguel le pasa algo parecido: está rodeado de libros, esa es su geografía, pero hay mucho más en Manguel; la suya es una mirada distraída y minuciosa, mira como si escribiera, y se ríe o se enfada mirando, no es un ermitaño alojado en la torre húmeda de Montaigne. Este es, pues, un libro sobre la vida y se lee como si fuera una reflexión sobre el tiempo en función de los libros. Incluye el acontecer realmente singular de su padre diplomático, peronista y vagabundo, la expresión indignada del joven Manguel y la raíz de su pasión por la escritura, que es un ejercicio muy generoso en su caso, pues escribe de otros, obsesivamente escribe de otros, aunque también aborda la novela propia de la que la vida emerge. Los libros son tan importantes que le sirven, incluso, para marcar su propio tiempo. Es muy emocionante leer esta confesión de Manguel que ya tiñe el recuerdo del libro: "No creo en el más allá, creo que me convertiré en un polvo que, espero, ayudará a que crezcan algunos zapallos. Lo que me importa es saber que todo esto va a terminar. El tiempo que pasa me permite medir lo que me queda por hacer". Cuando era adolescente se consideraba capaz de todo, de leerlo todo; ahora sabe que ya no es posible. "Me da lo mismo. Como cualquier lector, tuve la suerte de haber encontrado algunos textos interesantes". En el libro aparecen esos textos, desde policiales a la Divina Comedia, pasando por Kipling y Chesterton. Esta biblioteca, dice, es un autorretrato. Y el libro es un retrato en el que Manguel aparece como un adolescente extraordinario que no parará de leer.
Conversaciones con un amigo
Alberto Manguel
Introducción de Claude Rouquet
Traducción de Pedro B. Rey
Páginas de Espuma / La Compañía Madrid, 2011
254 páginas. 15 euros
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