Teoría del presente
En una entrevista concedida a la prensa, el escritor segoviano Alberto Olmos afirmaba que su nueva novela, Ejército enemigo, no es una novela de ideas. Luego de leída, también estoy convencido de que no lo es. Pero que no lo sea no significa que no tenga ideas, que las tiene y muy relacionadas con el diseño social y moral que la globalización impuso a las sociedades de nuestros días. Otra cosa es que las ideas que articulan su novela no sean del agrado de algunos lectores. Yo mismo tendría muchos motivos para sentarme con el protagonista de la novela de Olmos y no parar de disentir. Eso nos pasa muy a menudo con algunas novelas. O con algunos autores. Ahora bien: ¿por qué estamos de acuerdo con Olmos en que Ejército enemigo no es una novela de ideas, aunque esté plagada de ellas (y no todas de nuestro agrado)? Porque lo que Olmos ha construido con esmerado privilegio es una voz narradora. Esa voz, la del protagonista que se llama Santiago, arma la estructura del relato. A su lado conviven otros protagonistas. Son las de éstos también voces como más alejadas, aunque simétricas en su exposición ideológica. La excelencia narrativa de esta novela estriba en que, sin estar de acuerdo con lo que piensa Santiago, algo nos sugiere que tampoco tendríamos que coincidir con los postulados reivindicativos contra los que arremete el protagonista. Y no tanto por su contenido (que podríamos compartir en líneas generales) sino por la forma en que ese contenido es distribuido, y por cierto aire impostor y coyuntural, además de una irritante ligereza doctrinal. En esta línea contradictoria, es lo mismo que nos sucede con las voces que se cruzan en Los hermanos Karamázov de Dostoievski. O Meursault, un individuo que carga con un nihilismo insufrible, pero que Camus nos lo hace digerible desde la única instancia posible, la de su estilo y su escritura.
Ejército enemigo
Alberto Olmos
Mondadori. Barcelona, 2011
279 páginas. 19,90 euros
Ejército enemigo nos relata la historia de un publicista, Santiago, en la treintena de su vida, que se ha impuesto renegar de la sociedad actual: la sociedad de las redes sociales y de los canales de ayuda a los más desfavorecidos, llámense oenegés, fundaciones o multitudinarios festivales musicales. Un día hereda de un amigo muerto en sospechosas circunstancias, muy comprometido con las causas que el publicista rechaza, la clave para entrar en su correo electrónico personal. Santiago da rienda suelta a su exasperación, además de tener a su alcance toda la gama de intimidad ajena a su disposición, aunque saber tanto de esa manera lo llena de mala conciencia, amén de la inutilidad de tanta información. Santiago escribe un diario, que es el que nosotros leemos. Allí consigna día a día la investigación sobre la extraña muerte de su amigo. Pero sobre todo, expone su teoría del presente. Pesimismo y una intolerancia radical con el negocio de la pena y las desgracias sociales que se producen en el mundo. Algo del espíritu nihilista de A bordo del naufragio, su primera novela publicada en 1998, encontramos en Ejército enemigo. El uso de la primera persona no tiene nada que ver con una confesión o un grito de rabia: tiene más bien la forma de un discurso antipolítico, una suerte de poética de la disidencia respecto a la solidaridad, la intimidad invadida y el papel de los medios.
Si tuviera que resumir con una palabra el funcionamiento de la estructura interna de esta novela, tal palabra sería deconstrucción, un eficacísimo e inteligente intento por sorprender infraganti las grandes contradicciones que alimentan el discurso progresista o izquierdista o voluntarista de nuestro presente. Olmos pudo escribir un ensayo sobre esta urgente materia, pero prefirió la ambivalencia y la polisemia de la ficción. Descartó la prosa ensayística en beneficio de la voz de un lúcido antihéroe bastante irritante que se habla a sí mismo en la soledad de su resentimiento y escepticismo.
La novela de Olmos resiste una lectura ideológica y política. Como también la resisten las novelas de Belén Gopegui, por citar a una autora muy afín a las tesituras de Olmos. Muchas de las ideas que desparrama por el texto Santiago podrían perfectamente suscribirlas el polémico filósofo esloveno Slavoj Zizek: no habría más que leer su ensayo Violencia, sobre todo su capítulo dedicado a la revuelta de los suburbios de París de 2008. Y también Bauman, a juzgar por su interpretación del movimiento 15-M. Pero a mí me interesa insistir en la vertiente narrativa de Ejército enemigo. Ese grupo de amigos y de amigos de amigos de pronto me recordó una novela de Paul Nizan publicada en 1938, La conspiración. Un grupo de amigos, jóvenes burgueses excepto uno, se unen para conspirar contra el orden establecido. Son chicos que tienen una meta, conspirar pero sin abandonar sus privilegios de clase acomodada. Nizan trata este delicado asunto moral con un cierto tono de piedad para con sus criaturas de ficción. A su manera, Santiago también siente piedad por sus amigos. Todos son hijos de la desilusión y el resentimiento. Unos porque descreen de la democracia y el otro porque descree, además de la democracia, de los primeros. Podrá gustar más o menos lo que se dirime en esta amarga novela, pero se lee con el absoluto convencimiento de que no es innecesaria.
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