Simón Zabell
En los trabajos más recientes de Simón Zabell (Málaga, 1970), la pintura rivaliza con prácticas fotográficas de las vanguardias. En el pigmento negro que tiñe el lienzo aparecen breves figuras: unas parecen agudos puntos de luz y otras, igualmente luminosas, abren a su alrededor un matizado resplandor. En obras fechadas el pasado año, las figuras eran libros abiertos (ante un hipotético lector) y son, en trabajos más recientes flores o, mejor, imágenes de flores, como veremos. El modo de proceder es estrictamente pictórico: el pigmento, aplicado con pulverizador, deja sobre el lienzo la huella del objeto, tocada siempre por el azar. Tanto aquella luminosa huella como su punta de aleatoriedad hacen pensar en los fotogramas de Moholy Nagy o las rayografías de Man Ray, figuras obtenidas al exponer objetos al sol sobre papel fotográfico. Hay claras diferencias, vinculadas a la materialidad del soporte o a la propia praxis pictórica (Zabell añade a sus imágenes notas de color con diferente intención), pero como en aquellos ensayos fotográficos, en estos cuadros la imagen parece rescatada del tiempo y fijada en un instante de gracia.
Simón Zabell
Galería Sandunga
Profesor Sainz Cantero, 13. Granada
Hasta el 17 de julio
Ambas series, en efecto, son figuras de la memoria. Las vibrantes siluetas de los libros hacen pensar en el recuerdo de unas páginas, releídas, que dejan la huella aún de su localización material. En los cuadros más recientes, las imágenes rememoran aquellas flores de las islas Hawai que, reducidas hoy a reclamo turístico, fueron en otro tiempo signo de su cultura junto con la música. Las flores trazan sobre el lienzo el rastro de una pérdida y sus variados ritmos parecen señalar su irrecuperable contenido. Hay en los cuadros pues un rastro de la antigua melancolía, aunque unida, más que a la sensibilidad de los hijos de Saturno a la desazón que produce el prepotente desprecio de lo diferente.
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