Poesía reunida (1979-2011)
Poesía. Afirma Ramón Irigoyen (Pamplona, 1942) que todo poema ha de ser una pedrada en la sien. Los suyos lo son. Pero si se les exige que, además de golpear la sien, muevan el corazón, cabría cuestionar el alcance lírico de algunas composiciones de su breve obra, reunida ahora en volumen. Su mejor libro, excelente a trechos, es también el primero, Cielos e inviernos (1979), donde el sarcasmo y la crueldad se alían con la belleza y el estremecimiento. El lenguaje, que transcribe la educación sentimental de su generación, es desenvuelto y alborotado, con cabriolas del viejo postismo. La lobreguez religiosa, los seminarios hoscos (les debe el buen latín y el anticlericalismo), las amenazas de castigos eviternos, los curas con barriga y barragana... se despliegan en algún poema terrible ('Adolescencia'); otras veces el discurso se encoge en una suerte de microrrelato, entre el apotegma y el chiste ('Caridad cristiana'): "Me diste una manzana / y las dos podridas"; ello cuando la pretensión blasfematoria no se reduce a una chuscada de comecuras ('El polvo del Calovario').
Poesía reunida (1979-2011)
Ramón Irigoyen
Visor. Madrid, 2011
312 páginas. 14 euros
Su siguiente y hasta ayer último libro de poemas, Los abanicos del Caudillo (1982), tuvo una polémica recepción a raíz del impago del segundo plazo de una Ayuda a la Creación del Ministerio de Cultura. Los miembros del jurado rechazaron el resultado por pobre y procaz, según se deduce de los documentos aportados. Al cabo, Los abanicos del Caudillo es un panfleto de asonancias vagamente arromanzadas contra Franco y el franquismo residual, "la fetidez de sus sagrarios" y la violencia patriarcal encarnada en la figura del padre. El sujeto que vocea de este modo se nutre del espíritu de los juglares, la cultura goliárdica y la desfachatez antisocial a lo François Villon. Los otros conjuntos de esta recopilación, hasta ahora inéditos en volumen, son un Romancero satírico, difundido en buena parte en un programa radiofónico, y La mosca en misa. Los versos a propósito de monseñor Rouco, doña Letizia o Rociíto tienen gracejo, sí: algo es, pero no lo suficiente para apagar la añoranza del poeta feroz y poderoso que escribió Cielos e inviernos.
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