Oscuridad y placer
A mediados del siglo XVIII Edmund Burke escribía "todas las privaciones generales son sublimes: el vacío, la oscuridad, la soledad, el silencio", a las que añade más adelante el aislamiento, la luz cegadora y el sufrimiento. La obra de Bernardí Roig (Palma de Mallorca, 1965) trata de estos temas pero no pretende la sublimidad, lo cual no es ni bueno ni malo, pero es un asunto que es necesario aclarar ya que sino su trabajo será mal enjuiciado. Con decisión y seguridad Bernardí Roig ha ido avanzando en su carrera artística afianzando no solo un tipo de figuras y recursos plásticos que hacen inconfundible su autoría sino también un tipo de escenas y de episodios narrativos propios. Partiendo de la escultura y, más concretamente, de representaciones de la figura humana, que reproduce en inmaculado blanco, traspasa los límites de lo estatuario, instantáneo e inerte, para entrar en el mundo de la narración, el discurso y la teatralidad, desbordando de esta manera lo meramente escultórico.
Bernardí Roig
Casa de placer
Galería Max Estrella. Santo Tomé, 6. Madrid
Hasta el 26 de julio
Además, su obra ha ido cobrando profundidad gracias a las referencias literarias y cinematográficas que en esta exposición, en la que se muestran sus últimos trabajos, se apoyan en la obra de Thomas Bernhard. Esculturas, lámparas fluorescentes, dibujos, palabras, películas y vídeos conforman un escenario existencialista y terrorífico, en el que el aislamiento, la soledad y el dolor son los protagonistas. En un mundo desbordado por las imágenes, como es el que vivimos, Bernardí Roig no ha pretendido ilustrar con su trabajo el texto de Bernhard Der Italiener, en el que se basa, ni se ha molestado mucho en proponer nuevos iconos personales para tratar las situaciones que plantea dicho texto sino que, actuando como un apropiacionista, se ha servido de largas secuencias de la película que Ferry Radax hizo sobre ese libro; de un fragmento de El año pasado en Marienbad, de Alain Resnais y Alain Robbe-Grillet, que intercala en un vídeo en el cual el artista se cose sus propios labios; y de la potente imagen de El buey desollado de Rembrandt, de cuyo vientre se derraman unos tubos fluorescentes. Con estos elementos como centro, Bernardí Roig construye una instalación que recrea un ambiente duro e impactante.
El tema de esta muestra no es la sublimidad sino el establecimiento de una especie de empatía entre el mundo cerrado y morboso de Thomas Bernhard y una proposición de placer que roza el sufrimiento y la soledad, para ello ha construido esta Lusthaus (casa de placer). Bernardí Roig quiere traducir las ideas y las pasiones del escritor austriaco en imágenes de su propia experiencia plástica. Es más, experimenta en su propio cuerpo el dolor y lo presenta como espectáculo. Hay algo de excesivo en todas estas obras, pero también se aprecia profundidad. El artista, sin dejar de lado las imágenes y formas que le caracterizan, sedimenta contenidos de gran intensidad que excitan sentimientos profundos, como angustia, miedo o repulsión, lo cual indica que al arte aún le quedan motivos para seguir existiendo si es capaz de distanciarse de la banalidad del mundo de la comunicación y del consumo.
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