Múltiples miradas a Irán
Ensayo. Nada más fácil ni más difícil que escribir sobre Irán hoy. Fácil porque ante el reto geoestratégico que plantea el país, cualquier texto se recibe con anhelo. Difícil porque la tradicional opacidad del régimen islámico se ha reforzado desde las controvertidas elecciones presidenciales de junio de 2009 con un cerrojazo informativo e intelectual, y hay poco margen para ofrecer no ya un análisis original sino meros testimonios. Ahora aparecen en España dos libros de sendos periodistas que intentan aportar su granito de arena a ese hueco.
El primero, Puedes pisar mis ojos, es una traducción del francés de la obra de Serge Michel y el fotógrafo Paolo Woods, con quien ya firmó China en África. Michel vivió un par de años en Irán (de 1999 a 2001) y eso se nota en su acertada descripción de lo que califica como "el reino de las apariencias". Aunque el propio autor confía en el extenso prólogo (82 de las 260 páginas) que su objetivo inicial era escribir una serie de retratos de iraníes felices, romper el estereotipo que reduce Irán a un país de ayatolás, la realidad se ha mostrado tozuda.
Puedes pisar mis ojos. Un retrato del Irán actual
Serge Michel y Paolo Woods
Traducción de María Hernández Díaz
Alianza Editorial. Madrid, 2011
312 páginas. 19 euros
Michel y Woods han superado el encandilamiento del visitante primerizo ("Irán no es tan negro como lo pintan") y descubren que el "no hay que fiarse de las apariencias" debe mantenerse más allá de la segunda y la tercera mirada. Puedes pisar mis ojos se convierte en una sucesión de reportajes que, a modo de las pinceladas de un cuadro, se acercan bastante a la compleja realidad del Irán actual que intentan describir. Hay algún fallo, como dar por muerto a Said Hajjarian en un atentado (página 41) cuando en realidad quedó inválido como se explica después usando una transcripción distinta del nombre (página 208). También es improbable que los respetuosos iraníes utilicen el tuteo en una fórmula tan exageradamente cortés para dar la bienvenida a su casa como la que da título al libro. Pero en conjunto el texto resulta tan acertado como ameno.
Más ambicioso y denso, El jardín del fin de Ángela Rodicio se remonta al imperio aqueménida para buscar una explicación del presente en el pasado. La autora utiliza para ello un relato en zigzag que termina siendo confuso. En realidad, es como si hubiera fundido dos textos, el compendio histórico y las notas periodísticas. Sin duda, Rodicio ha hecho sus deberes en la biblioteca, pero resultan más interesantes las evocaciones y recuerdos personales de sus viajes a Irán que sin embargo se pierden entre las largas citas de otras obras. Tras el meticuloso esfuerzo de documentación de la periodista, sorprende que se hayan colado tantas erratas. Entre otras, dice que Ahmadineyad ganó las elecciones en el año 2000 (página 158) cuando no lo hizo hasta 2005; llama "central nuclear" a la planta de enriquecimiento de uranio de Natanz (página 214), o afirma que "la condena" de Jomeini a Rushdie "fue rebajada en tiempos de Rafsanyani" (página 168) cuando el Gobierno de Jatamí se comprometió a no insistir en el asunto, pero una fetua solo puede revocarla la autoridad religiosa que la emite.
El texto también tiene repeticiones y contradicciones (en una página Karrubí es progresista, en otra es moderado), pero son sobre todo los borrosos capítulos sobre el caviar, los hidrocarburos o la reelección de Ahmadineyad los que sugieren la necesidad de una reedición mejor editada.
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