Grietas en las que crece la impunidad
Narcotráfico y violencia se extienden por el continente y se han convertido en un cáncer que afecta a todos los aspectos de la sociedad.
El problema del narcotráfico y la violencia en América Latina está lejos de ser un mito reductible a un juego de policías y ladrones: atañe a la economía, la política, la sociedad y la cultura. Muestra, ante todo, la grave crisis institucional de los países latinoamericanos. Su urgencia entre la búsqueda de un horizonte democrático, la gravitación de la economía global y el peso de sus inercias y desequilibrios históricos. En esas grietas ha prosperado la ineficacia, la ineptitud, la corrupción. Y el implante de un esquema económico en el que algunos privilegiados se benefician del negocio de la ilegalidad y su peligro más lacerante: la impunidad de la violencia y los delitos, la fractura en el cumplimiento de la ley y la práctica de la justicia.
Bajo el entrelazamiento entre el crimen organizado y las instituciones han prosperado los cárteles de la droga
La importancia del tráfico de drogas y su violencia está lejos de ser una suma de percepciones desatadas por los medios masivos de comunicación, como indicaría la burda "teoría de la bala mágica" (los medios tienen la capacidad de moldear al público y volcarlo a un solo punto de vista). El negocio pródigo de la ilegalidad se ha vuelto en América Latina uno de los mayores riesgos, ya que se mantiene a partir de poderes económicos y políticos que obtienen grandes beneficios, y gobiernos que combaten o simulan combatir el crimen organizado mientras su burocracia y cuerpos policiales y militares están expuestos a la corrupción, bajo un discurso de hipocresía y manipulaciones que está lejos de compaginar los dichos con los hechos.
Si algo trajo consigo la modernización de América Latina desde dos décadas y media atrás, fue la ineptitud por parte de sus clases dirigentes de atenuar las asimetrías entre la normativa democrática y la pobreza y la desigualdad: el recurso de que a través de alternancia partidaria y elecciones más o menos vigiladas se establecieran las bases de un desarrollo continuo. En cambio, prevalecen oligarquías y corporaciones rapaces, contrarias al principio igualitario. En este tiempo se han atestiguado las dificultades de contener la corrupción de todo nivel en diversos gobiernos, y el incremento de la economía subterránea, el tráfico de drogas y el resto de sus industrias criminales (blanqueo de dinero, secuestro, extorsión, robo, tráfico de indocumentados, explotación de personas, etcétera).
Bajo el entrelazamiento entre el crimen organizado y las instituciones han prosperado los cárteles de la droga (sobre todo los mexicanos) y las bandas criminales en América Latina, que ya influyen cada día más a lo largo y a lo ancho del continente y mantienen enlaces muy importantes con las economías de Estados Unidos y la Unión Europea. El reverso del triunfalismo del orden global se llama economía subterránea, cuya política favorita consiste en los usos violentos. La sangre, la muerte, la amenaza, la explotación, la ganancia, el armamentismo. Tales factores desbordan el proyecto de implantar sociedades policiacas mediante el establecimiento de una policía nacional única, la concentración y centralización de sus mandos en un ministerio del Interior, el ataque a las autonomías locales, una mayor integración militar con Estados Unidos, etcétera. Estas medidas se plantean como "solución" cuando más bien contribuyen a complicar el problema.
Meses atrás, la Oficina contra la Droga y el Delito de la Organización de las Nacionales Unidas (ONU) emitió un informe titulado La amenaza del narcotráfico en América Latina, en el que destaca la vulnerabilidad en estos países frente al crimen y, en particular, el narcotráfico, ya que éste "es el más responsable en términos de acción colectiva". Colombia, Perú y Bolivia producen mil toneladas de cocaína anuales, que llega al menos a diez millones de consumidores en Estados Unidos y Europa a través de otros países de América Latina, donde "casi cada país en el hemisferio es afectado". La producción de cocaína se ha incrementado tanto como los decomisos en diversos países (Venezuela, Trinidad y Tobago, Panamá, Costa Rica). Esto se debe a las dificultades de los narcotraficantes en Colombia, que extienden sus actividades a otras zonas. El crecimiento del consumo de cocaína en Europa ha multiplicado el narcotráfico hacia África occidental con implicaciones en Venezuela y los países del sur del Caribe. A pesar de que el consumo de cocaína ha descendido en Estados Unidos, su mercado es aún el mayor del mundo. En cuanto a la heroína, el hemisferio mantiene su demanda, con Colombia y México como proveedores de poco más de un millón de adictos. A su vez, el consumo de "cannabis es universal", y cada país proporciona su respectivo producto, si bien Paraguay, Colombia y Jamaica son exportadores de esta droga a otros países de la región.
El informe de la ONU destaca que la producción de metanfetaminas para abastecer el consumo doméstico al inicio fue más agudo en Estados Unidos. Este abasto se ha extendido a México y, a partir de allí, aún más al Sur. La Oficina contra la Droga y el Delito alerta acerca de cómo el narcotráfico impacta en otras formas del crimen, incluso en la insurgencia, como lo ejemplifica Colombia -y, a últimas fechas, México-. En general, en América Latina el narcotráfico es indisociable del auge de la violencia. Si el narcotráfico parece estar en todas partes es porque las sociedades registran dicha ubicuidad, cuyo centro expansivo está en las propias instituciones y sus dobleces. El caso de México sería el más visible ahora en el ámbito internacional, aunque su Gobierno lo niegue: tan sólo en el primer semestre de 2009, el número de 10.000 ejecuciones rebasó a las de todo el año anterior. Asimismo, causa alarma en el mundo la violación de derechos humanos por parte de su ejército y policías.
El informe citado expresa: "Vistos como una totalidad, América Latina y el Caribe presentan hoy los más altos índices de violencia criminal en todo el mundo. Bajo cualquier examen numérico, Venezuela, El Salvador, Guatemala y Jamaica están entre los países con más altos rangos de homicidio, y datos semejantes se encuentran en países tan distintos como Colombia, Brasil, República Dominicana y Trinidad y Tobago". Esto obedece a que "el narcotráfico trae consigo el uso de armas ilícitas, la violencia que puede extenderse más allá de los participantes en el tráfico de drogas".
De allí el auge de bandas criminales que emblematizan los grupos centroamericanos -como "las maras" y su propia subcultura de afirmación delincuencial. El informe resalta el blanqueo de dinero y la corrupción como factores adicionales que erosionan la economía y el Gobierno en este "problema hemisférico". A su vez destaca que, por ejemplo, el consumo de marihuana ha crecido en Latinoamérica, sobre todo, en Argentina, Uruguay, Paraguay, Perú, Venezuela, Jamaica, República Dominicana, Honduras y México. Y concluye: "El narcotráfico es una de las muchas fuentes del crimen que confrontan la región pero, por supuesto, es la más grande y, quizás, la más difícil", pues "no hay país en América Latina que no esté afectado por el tráfico de drogas". Mientras la violencia relacionada con la droga puede ser difusa en grandes poblaciones de países consumidores, se concentra a menudo en "cuellos de botella", zonas y trayectos donde se da su tráfico. Dicha violencia está lejos de ser un conflicto social como cualquier otro, ya que se trata, por el contrario, de un efecto cíclico: "El narcotráfico trasmina el imperio de la ley, y la debilidad del imperio de la ley facilita el narcotráfico".
La violencia del narcotráfico en América Latina ha generado por lo menos cuatro grandes narrativas contradictorias entre sí que convergen en la vida pública: a) la versión oficial que funde la información con las manipulaciones contrainformativas y la propaganda; b) la narrativa periodística en la que confluyen la versión oficial y, a veces, el examen crítico de ésta o la denuncia de los hechos; c) los registros académicos y de organismos internacionales sobre los distintos fenómenos violentos; d) la narrativa cultural -construida por la literatura, el cine, la música, el arte- que busca reinventar la realidad o defender la verdad histórica y se basa en reportajes, relatos, ficciones, o creencias comunitarias, el habla y las expresiones emergentes que proporcionan la riqueza de los contenidos. Esta diversidad de narrativas encara el conflicto de sus respectivos fundamentos y propósitos. Pero permite una tarea comparativa que auxilia a la comprensión del fenómeno del narcotráfico y la violencia en América Latina. Minimizar este problema ahora y hacia el futuro sólo implica la ruta de la mentira y la defección. -
Sergio González Rodríguez (Ciudad de México, 1950) es periodista, experto en narcotráfico y violencia, y autor de Huesos en el desierto y El hombre sin cabeza (Anagrama. Barcelona, 2009. 192 páginas. 14,50 euros
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