América incandescente
Cuando en 2007 Gabriel Pérez-Barreiro proponía en la muestra esencial del Blanton, Geometría de la esperanza, su recorrido entre el "arte abstracto" producido en América Latina desde el regreso de Torres García a Montevideo a mediados de los treinta hasta los años setenta, dejaba claro que aquellas formas bellísimas y "limpias" eran mucho más que una cara bonita. De hecho, partiendo de la soberbia colección Cisneros, una de las más reputadas para el arte del periodo, Pérez-Barreiro planteaba cómo esas fórmulas artísticas escondían muchas cosas bajo sus superficies elegantes: no en vano durante aquellos años América Latina había vivido un periodo de gran auge cultural y hasta económico; un periodo de esperanza. Sin embargo, otra cuestión se ponía de manifiesto en Geometría de la esperanza, siguiendo las reflexiones sobre las cuales se insiste siempre desde los foros especializados en arte de América Latina: esa propuesta geométrica no tenía nada que ver con el minimalismo, estilo impuesto desde el discurso dominante de Estados Unidos que trata de presentar un mundo "limpio" y sin fisuras y en el cual lo que "se ve es lo que se ve".
Tal reflexión no es en absoluto ociosa, ya que en Europa y Estados Unidos se tiende a presentar la producción de América Latina en esos años como "limpia" sin más, higienizada, desproblematizada: minimalista o, lo que es igual, sin contenidos detrás de las formas. Se trata, claro, de una estrategia del poder que intenta a cada paso llevar los conflictos a su terreno, que no es otro sino el de la "despolitización". Y tal vez por eso en Geometrías algunas obras "sucias", contaminadas, vivientes, de Clark, Oiticica o Leño del propio Soto, llamaban la atención de los espectadores menos avezados. La irrupción de la materia, de los opuestos, de lo rugoso, del cuerpo en suma, no dejaban lugar a dudas: en el arte no figurativo de América Latina lo que se ve es siempre mucho más de lo que se ve. Al final, dicho arte es todo menos frío -aunque frío se oponga a la idea caliente y carioca de la Tropicalia que tan agudo retomaría el mismo Oticica por otro lado-.
Se demuestra en América fría, la exposición estupenda de la Fundación Juan March de Madrid, comisariada por Osbel Suárez y que sin duda representa el primer esfuerzo de esta envergadura propuesto por una institución española. Se trata de una muestra excitante, incluso para los especialistas, pues tiene como una de sus virtudes más notables el haber rescatado a algunos artistas interesantes y casi desconocidos. En toda la muestra, y en especial en el caso de Cuba donde se muestran algunas piezas muy poco vistas, es fascinante notar la influencia de artistas como Sophie Tauber Arp, una de las grandes protagonistas de la temprana bienal de São Paulo. Más que excelente la documentación y un gran esfuerzo el del catálogo, donde junto a los textos de conocedores reputadísimos se recopilan textos históricos, tan útiles, como hicieron en la misma Fundación para la de Tarsila do Amaral. Hay momentos en el recorrido en que echo de menos algunas de las obras más contradictorias de Clark o de Oiticica, las que enfatizan el conflicto de opuestos implícito en la producción de aquellos años en esa parte del mundo, pero se trata, seguro, de manía de especialista. Porque la verdad, me estoy poniendo en plan especialista y ya saben ustedes lo pesados que podemos llegar a ser. Lo cierto es que sea fría o incandescente, esta América fascinante, riquísima, antihigiénica en el sentido de antiminimalista y, a veces, tristemente poco conocida entre nosotros, es siempre bienvenida en la ciudad. Así que no dejen de ir a ver la exposición de la March: merece mucho la pena.
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