Hacia una economía baja en carbono
La energía ha vuelto al centro de la actualidad internacional como ocurrió en los años setenta del siglo XX a raíz de las crisis del petróleo de 1973 y 1979. Las guerras recientes de Irak han estado motivadas por el dominio de sus reservas de petróleo. El precio del petróleo y del gas se ha duplicado en los últimos tres años, lo que se ha traducido en un reposicionamiento geoestratégico de países como Rusia, Irán y Venezuela, que han visto que sus recursos energéticos significan dinero y poder. Existe una creciente preocupación por el cambio climático causado por los gases de efecto invernadero, y hay que recordar en ese sentido que la energía es responsable del 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero -"el cambio climático es el mayor fallo de mercado en la historia humana" (informe de sir Nicholas Stern, 2006)-.
La demanda energética global de petróleo se espera que crezca un 41% hasta 2030
La UE está bien situada para liderar un cambio global hacia una economía baja en carbono
Existen, sin embargo, importantes diferencias respecto a aquella época que es preciso tener en cuenta. En primer lugar, el mencionado cambio climático, ya que entonces no había emergido como problema ambiental global. En segundo lugar, se han modificado los equilibrios de poder con la emergencia de nuevas potencias económicas mundiales como China e India y potencias regionales como Brasil y Suráfrica. En tercer lugar, la energía nuclear presenta una credibilidad limitada como tecnología alternativa ante el encarecimiento del petróleo y el gas, al no haber resuelto el grave problema de los residuos y al presentar peligros asociados de proliferación nuclear -ver la situación actual de Irán-. En cuarto lugar, algunas energías alternativas ya han despegado en el mercado internacional. Así, la energía eólica mueve una cifra de negocio en la UE de 20.000 millones de euros y ocupa a 300.000 personas, al tiempo que la cuota del mercado mundial de las empresas europeas es del 60%. La eólica proporciona el 20% de la electricidad de Dinamarca, el 8% de España y el 6% de Alemania. Finalmente, las economías de la OCDE han estado mucho mejor preparadas que en los años setenta para aguantar el impacto del encarecimiento del crudo, al haber mejorado su resiliencia o capacidad de adaptación a situaciones de fuerte presión.
Ante el nuevo escenario, la UE se ha encontrado con un modelo energético con importantes debilidades: su total dependencia para el suministro del petróleo y del gas de países políticamente inestables, poco amigos de la libertad y la democracia, por no hablar de su alergia a la libertad de mercado -Arabia Saudí, Irán, Irak, Rusia, Venezuela-; unos precios del petróleo y del gas caros y extremadamente volátiles; un mercado no integrado a nivel europeo; una competencia imperfecta con situaciones de oligopolio en muchos estados miembros; ausencia de una política energética común, capaz de superar las tendencias centrífugas y de corregir los fallos de mercado. A ello hay que añadir el hecho positivo de una sociedad civil que exige actuaciones decididas y de largo alcance sobre el cambio climático.
La UE ha tomado consciencia de la fragilidad e inadecuación del modelo y ha presentado las bases de una nueva política de la energía. El mensaje implícito a la sociedad y a los agentes económicos es que el modelo energético basado en la combustión de hidrocarburos que ha dominado nuestra economía y sociedad los últimos 250 años está en la fase final de su largo ciclo histórico. Hay que preparar nuestra economía y nuestra sociedad para una transición ordenada hacia una economía baja en carbono en el horizonte 2050, con pasos intermedios claramente delienados. El nuevo modelo por el que apuesta Europa descansa en tres principios: la energía ha de ser sostenible, competitiva y segura. El reto es de tal envergadura que los documentos de la UE hablan de una nueva revolución industrial.
A la hora de diseñar la nueva política, la Comisión ha tenido en cuenta que las inversiones previstas en Europa a lo largo de los próximos 25 años para reemplazar las infraestructuras de generación existentes y responder a la creciente demanda de energía se calculan entre 900.000 millones y un billón de euros. Por tanto, es imprescindible una visión a largo plazo que oriente el sentido de las mismas. La demanda energética global de petróleo se espera que crezca un 41% hasta 2030, con la presión sobre los precios que eso va a suponer dadas las dificultades crecientes por parte de la oferta. En un escenario tendencial, la dependencia energética de la UE pasaría del actual 50% al 65% en 2030, con el agravante de implicar a un reducido grupo de estados. Por ejemplo, la mitad del consumo de gas de la UE depende de tres únicos países: Rusia, Noruega y Argelia. Incluso si se cumplen los objetivos sobre eficiencia y renovables, el petróleo y el gas van a seguir aportando la mitad de las necesidades energéticas de la UE en 2030.
La nueva política energética, que ha de ser aprobada en los próximos meses por el Consejo y el Parlamento europeos, ha definido una serie de objetivos cuantitativos a alcanzar en plazos precisos. Respecto al cambio climático, la Comisión ha propuesto que, más allá de los posibles acuerdos internacionales, Europa reduzca sus emisiones de gases de efecto invernadero un 20% para el año 2020, respecto al año de referencia 1990. La UE defenderá en las negociaciones internacionales una reducción del 30% por parte de los países desarrollados para ese mismo año. A más largo plazo, 2050, plantea avanzar hacia reducciones del 60-80% por parte de los países desarrollados, que contribuirían a una reducción global del 50%.
Respecto a la eficiencia, el objetivo es conseguir un 20% de reducción en el uso de energía primaria para 2020, lo que se traducirá en un consumo energético de la UE un 13% menor que el actual. El objetivo en renovables es alcanzar un 20% del mix energético en 2020. La Comisión es partidaria de que sea un objetivo legalmente vinculante y que los Estados miembros preparen sus respectivos planes nacionales. Ese objetivo implicará un crecimiento cualitativo en los tres ámbitos de las renovables: electricidad, biocombustibles y frío/calor.
En biocombustibles, el objetivo es que supongan como mínimo el 10% del combustible del transporte en 2020 y que el mismo sea también legalmente vinculante para los Estados miembros. Se incorpora el criterio de que sean producidos de manera sostenible dentro y fuera de la UE. En la estrategia energética europea tiene también su papel un uso de combustibles fósiles bajo en emisiones de CO2. Para ello, la Unión va a poner en funcionamiento para 2015 doce grandes instalaciones de demostración de plantas de generación eléctrica basadas en carbón y gas, cuyas emisiones de CO2 quedarán capturadas y almacenadas. En ese sentido, hay que tener en cuenta que países como China, Rusia y EE UU tienen gigantescas reservas de carbón, por lo que en la transición hacia una economía baja en carbono a nivel mundial las tecnologías de captura y almacenamiento de CO2 van a ser importantes durante un tiempo.
Respecto a la energía nuclear, la Comisión, a pesar de la intensa presión del lobby proatómico durante los dos últimos años, no plantea objetivos cuantitativos y deja esa opción en manos de los Estados miembros. Finalmente, el avance hacia un nuevo modelo energético requiere un salto tecnológico, por lo que en 2007 se presentará el Plan Estratégico sobre Tecnología Energética. La Comisión ya ha adelantado que, bajo el Séptimo Programa Marco de Investigación, el gasto anual en el ámbito de la energía se incrementará un 50% durante los próximos siete años.
Estamos, pues, en los inicios de un cambio de gran calado en el modelo energético. La apuesta de la Unión es de largo alcance y con ambición de estar en la vanguardia de una transformación global. En ese sentido, la UE parte de una situación de liderazgo internacional en la lucha contra el cambio climático, en la implantación de políticas de eficiencia energética y en el desarrollo de las renovables. Vista desde la perspectiva de la Estrategia de Lisboa, avanzar hacia una economía baja en carbono genera una gran oportunidad de mercado tanto a nivel de la propia Unión, como a nivel mundial. Las sociedades que sepan posicionarse adecuadamente ante el nuevo escenario global de la energía van a ganar importantes ventajas competitivas. El cambio climático, el encarecimiento del crudo y la fuerte inestabilidad geopolítica de Oriente Medio son torpedos en la línea de flotación de un modelo energético que desde la propia Agencia Internacional de la Energía ha sido calificado de sucio, caro, desigual y con fuertes tendencias a las prácticas monopolísticas. La UE está bien situada por visión, conocimiento, industria, tecnología y política para liderar un cambio global hacia una economía baja en carbono. Como efectos colaterales positivos tendremos prosperidad, puestos de trabajo de alto nivel y avances hacia una economía basada en el conocimiento.
Antxon Olabe es economista ambiental y socio de Naider
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.