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Entrevista:RAFAEL AGUIRRE | Ex decano de la Facultad de Teología de Deusto

"La Iglesia debe asumir la laicidad como positiva"

Rafael Aguirrre vive con preocupación los actuales momentos de la Iglesia católica y percibe que se incrementa la distancia entre la cultura que se genera de forma "endogámica" en su seno y los centros donde se crea la cultura democrática más viva. "Este abismo creciente es muy doloroso, y por eso es necesario que lo cristiano se reconcilie con la modernidad, y con la Ilustración, sin desvirtuar su identidad, pero sabiendo proponerlo en términos ilustrados y laicos", afirma.

Rodeado de numerosos libros, entre los que destacan, y muestra con cariño, los tres tomos de Veinte años de historia de El Salvador de su amigo Ignacio Ellacuría, asesinado por el Ejército de ese país centroamericano en noviembre de 1989; un mapamundi y dos grabados de Barceló de su serie africana sobre Malí, Aguirre recibe a EL PAÍS en su pequeño despacho de la cuarta planta del edificio principal de la Universidad de Deusto.

"La Iglesia no puede intentar imponer sus creencias al conjunto social"
"Hay sectores que aspiran a una presencia política de los cristianos"
"En España hay un contencioso religioso que no existe en otros países europeos"
"Durante mucho tiempo no se ha tenido solidaridad con las víctimas"
"Ha faltado valentía para descubrir lo que estaba tras el fenómeno terrorista"
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Pregunta. Muchos católicos se encuentran desconcertados por la orientación de la jerarquía eclesiástica, tanto la española como la del Vaticano. ¿A que se debe?

Respuesta. En la Iglesia hay un problema real de disenso no traumático respecto a muchas orientaciones de la jerarquía, sobre todo en lo referente a la moral sexual. Es un disenso que no se manifiesta como en otros tiempos en forma de cisma o herejía, sino como lo puede expresar una mentalidad radicalmente conservadora. Simplemente, se prescinde de lo que se dice, y eso por parte de gente que se reconoce cristiana, incluso practicante. Luego, existe otro problema, que es el de la falta de autoridad moral de la Iglesia, una cuestión que afecta específicamente a España y que no existe en América y en muchos países europeos, en donde la Iglesia goza de un reconocimiento social muy elevado.

P. Al parecer, para esa jerarquía, la Iglesia deja de ser un complemento para la gente y se coloca en primer plano por encima de la sociedad civil, democrática y plural, originando un claro conflicto sobre su papel.

R. Sí. El problema es saber cuál es el lugar de la Iglesia en una sociedad democrática, un problema que le preocupa extraordinariamente al actual Papa, y que también se presenta en España con unas características específicas por nuestra historia pasada y reciente. En mi opinión, la Iglesia tiene que asumir la democracia y la laicidad como algo positivo. Tiene que proponer su visión de la vida y los valores evangélicos con convicción y sin ocultarlos, pero lo que no puede hacer es intentar imponer sus creencias al conjunto de la sociedad. Tiene que adoptar una actitud propositiva y no estar siempre a la contra y con gesto malhumorado.

P. ¿No da la impresión de que la Iglesia intenta monopolizar el pensamiento de la sociedad con una ideología en contra del laicismo?

R. La laicidad es buena, porque permite una convivencia plural con una plataforma basada en los Derechos Humanos. También es admitir que una sociedad democrática tiene que regularse democráticamente, aceptando la voluntad mayoritaria de los ciudadanos. Eso no quiere decir que las diferentes cosmovisiones no puedan proponer sus convicciones y sus visiones de la vida, pero siempre respetando a los demás, y argumentándolas racionalmente: "Las defiendo en el ágora pública y no las impongo desde el púlpito".

P. ¿Ello supone que hay que adecuar la Iglesia a la laicidad moderna, como ya se hizo en otros países europeos, mientras que aquí, por razones históricas, no se movió?

R. Claro. En España, exagerando, hemos tenido la nostalgia de Recaredo I, y ahora tenemos una sociedad homogéneamente católica en donde también existe lo contrario, pues hay una generación que reacciona, por razones muy explicables, contra el nacionalcatolicismo en el que fue educada. En España, en donde existen dos polos y una confrontación, se da un contencioso religioso que no se da en otros países europeos.

P. ¿Por qué la Iglesia no ha aceptado la crítica a su comportamiento durante la Guerra Civil y el franquismo?

R. Quizá no lo haya hecho como muchos lo hubiesen deseado. Sin embargo, en el momento de la Transición sí supo modificar sus actitudes y, de alguna manera, se acomodó a la nueva situación e incluso contribuyó a la llegada de la democracia. Pero se ha dado un paso atrás. Se ha dado un giro que se refleja en una pastoral restauracionista de alguna manera, que también se manifiesta en unos nombramientos episcopales muy diferentes a los de la línea de Tarancón y que se caracterizan por aspirar realmente a una presencia política de lo cristiano.

P. ¿Presencia en la calle y en el discurso político, cuando acusa al Gobierno de fomentar "el laicismo agresivo"?

R. Dentro de la Iglesia española existe pluralidad, incluso dentro del episcopado, pero hay algunos sectores que aspiran a una presencia política de los cristianos, que probablemente no es adecuada. Me parece, que el PP y su actual dirección no responde a lo que algunos sectores cristianos desearían, que no quieren convertirse en el brazo político de ese catolicismo conservador. Esa diferencia también existe en la Conferencia Episcopal.

P. ¿Se da también en el País Vasco en las relaciones entre la jerarquía eclesiástica y las autoridades nacionalistas?

R. En la Iglesia vasca durante mucho tiempo, no solo en la jerarquía, sino sociológicamente, se ha dado una afinidad muy notable con el nacionalismo. Lo cual, en mi opinión, ha condicionado y de forma muy negativa la actitud que se ha adoptado ante el terrorismo. Le ha quitado lucidez a la Iglesia para interpretar qué significaba el fenómeno de ETA y cuales eran sus raíces ideológicas e idolátricas.

P. Se acusaba a la Iglesia de equidistancia, de falta de sensibilidad con las víctimas del terrorismo. ¿Ha cambiado esta postura, se ha rectificado?

R. Sí, se ha reorientado. Durante mucho tiempo no ha tenido suficiente solidaridad con las víctimas, pero coincidiendo con el 50º aniversario de la creación de la diócesis de Vizcaya, en un acto presidido por monseñor Blázquez, la Iglesia reconoció sus defectos en esta materia y pidió perdón por su falta de solidaridad con las víctimas. Creo que en esto la Iglesia ha cambiado.

P. ¿Esa falta de crítica se ha producido también con respecto a las autoridades nacionalistas en algunos de sus planteamientos políticos?

R. Lo que sí creo es que el Gobierno vasco, en algunas cuestiones, ha favorecido mucho a la Iglesia, pero lo que no ha habido es una crítica a la ideología nacionalista, sobre todo en la medida en que esa ideología estaba incubando un fenómeno de fanatismo y de terrorismo. Eso en términos teológicos es idolatría, porque es poner a la patria por encima de los seres humanos. Me parece que ahí ha faltado perspicacia y valentía para descubrir lo que estaba detrás del fenómeno terrorista, y denunciar sus raíces ideológicas. Sus vinculaciones con el nacionalismo le han hipotecado negativamente durante muchos años. Insisto; creo que últimamente esta trayectoria se ha corregido notablemente.

P. Cuando recogió el Premio Principe de Asturias de las Letras, en 2004, el escritor Claudio Magris dijo que "la laicidad europea no está amenazada por ninguna religión, sino por los nacionalismos". ¿Lo comparte?

R. Estoy de acuerdo con ello. La religión bien entendida es profundamente respetuosa con la laicidad. Otra cosa es una religión fundamentalista. Ahora bien, el nacionalismo, en la medida en que pretende configurar identitariamente de una manera uniforme a toda la sociedad, atenta radicalmente contra la laicidad, que se basa en la ciudadanía. Y el ciudadano libre puede recibir propuestas morales y religiosas muy diferentes, y además es bueno que las haya. Si intentamos imponer estamos amputando de forma drástica la laicidad que funciona en Europa.

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