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Grandes reportajes

JOSU BILBAO FULLAONDO

Fernando Moleres (Orduña, 1963) esta exponiendo en la sala que la agencia Grazzia Neri tiene en Milán. Se trata de un gran reportaje sobre la explotación laboral de los niños en el mundo que acaba de alcanzar el premio adicional Eugene Smith. Se trata de una mención de elevado prestigio que mantiene viva la memoria del fotoperiodista de Magnum que vivió trece desembarcos, durante la Segunda Guerra Mundial, en el frente del Pacífico. Es también una manera de establecer un trazo paralelo entre el excelente autor americano y los profesionales que hoy día siguen pateando el mundo en busca de nuevos poemas icónicos.

Moleres es un caso relevante de incorporación tardía a la actividad fotográfica. Estudió enfermería y ejerció esta profesión en un ambulatorio hasta los 30 años. El manejo de la cámara y el cuarto oscuro lo fue descubriendo en el fotoclub de la ciudad de Orduña, pero fundamentalmente de manera autodidacta. Los primeros modelos fueron sus amigos y las escenas que le llamaban la atención en sus viajes y excursiones de ocio. Una inquietud por conocer otras realidades, de ayudar y meterse en la piel de los demás, tal vez impulsado por su vocación sanitaria, le llevó a interesarse definitivamente por la imagen como una sintomatología recurrente y crónica. El virus llegó de aquellas tomas de niños durmiendo en las calles de Portugal en 1985. Pero, hasta 1991 el efecto no tuvo consecuencias definitivas. El reportaje que realiza en África del Sur sobre el corte de caña de azúcar marca el inicio del nuevo ejercicio laboral. Queda atrás la consulta médica y llegan publicaciones en El País Semanal, Stern, The Sunday Times Magazine, L"Evenement, La Stampa, Figaro Magazine, entre otros periódicos y revistas.

De esta manera, sin desechar otros aspectos, inicia una investigación cuya columna vertebral se fundamenta en la explotación laboral infantil. Un ensayo fotográfico de larga duración y meticulosidad. Su interés temático crece con la lírica de una plástica sobre papel, en blanco y negro, donde la narración y expresión testimonian un estilo dramático con reminiscencias místicas. Esta intensidad merece el apoyo puntual de instituciones como Mother Jones (USA), Fotopres (España) o Víctor & Erna Hasselblad (Suecia) que, con la concesión de becas, le permiten llevar adelante su proyecto.

Se trata de un tema observado desde los primeros años del fotoperiodismo. Jacob A. Riis (1849-1914) lo trató en 1908 y fue referencia de lo que se entiende como fotografía comprometida socialmente. Luego lo hizo el sociólogo Lewis W. Hine (1874-1940) cuyas imágenes, denunciando las condiciones de los niños trabajadores, convulsionaron la conciencia pública norteamericana. Sus encuadres, sin manipulaciones arbitrarias, son precursores de la foto live (viva). Sus puntos de vista rompen la superficialidad burguesa y entran en el espacio del otro de manera solidaria. Unos criterios que estimularon la aparición de la Photo-League en 1928 en New York.

Moleres es brillante heredero de la corriente expresada por los autores citados. Su intención, trasladada en el tiempo, es similar. Para contribuir a la lucha contra la explotación de los menores sus fotos descubren aspectos chocantes. Así ocurre cuando vemos a un niño entre una formación guerrillera de El Salvador, a los jóvenes homosexuales y las chicas prostitutas de Manila, al pequeño barbero de la India, el minero colombiano, cuya estatura no alcanza la altura de la pala con la que debe escarbar la tierra, el cansancio infantil de quien busca desesperadamente en los basureros de Guatemala o los esfuerzos del niño pescador en Zanzíbar cuando vapulea unos pulpos que le doblan en tamaño. Ésta es la tónica de una narración que recorre medio mundo. Testimonios con una selección escénica donde se integran convicciones íntimas y demanda de unos circuitos comerciales con tintes redentoristas. Encuadres repletos de exigencias técnicas, composiciones exultantes de intensidad y contrastes generosos.

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