Flexiones
Según su entrenador personal, el ex presidente Aznar, de 56 años, es capaz de hacer en un día nada menos que 2.000 flexiones. Acude todos los días al gimnasio durante dos horas y está tan estupendo que ha conseguido reducir su edad y tiene ya doce años menos que su edad biológica. Nada más leer la noticia me he puesto a la tarea, pues me he dicho que, si con un programa adecuado conseguía las 4.000 flexiones diarias, eso me supondría una reducción de 24 años respecto a mi edad biológica y que a partir de ese punto hasta podría ir pensando en asaltar la eternidad. Después me he fijado en una foto reciente de Aznar y se me han enfriado un poco los ánimos. He empezado a entender por qué se le está poniendo esa cara de locatis. Pásense ustedes dos horas diarias contando, 198, 199...1.435, etc., y sólo con imaginárselo les crecerá esa melena-chuletón de Tolosa y se les pondrá esa mirada febril de mañana cien más y yo puedo con todo. Además, compruebo que, aunque hubiera conseguido reducir su edad biológica a cero y convertirse en un bebé hiperatlético, Aznar no hubiera ganado un solo año de glamour y seguiría siendo un tipo de polo, jersecito al hombro y pantalón Burberry a media pierna. Churchill, con su gordura y su cabeza-cebolleta, era mucho más glamouroso, pese a que no creo que sus costumbres le restaran un solo año a su pletórica madurez.
Después de la famosa 'mano invisible', ahora nos dedicamos a hablar de la destrucción creativa
Estamos tan obsesionados con perder años para poder ganarlos, que cualquier cosa nos parece válida para conseguirlo, hasta echar la vida a perder. Confiamos esperanzados en los milagros de la ciencia para alcanzar la inmortalidad y mientras tanto recurrimos al parecer a esa artesanía atlética de rejuvenecimiento que sólo consigue convertir nuestra madurez en parodia de lo que ya no somos. La belleza de los años está en la mirada, que es donde los años se hacen hermosos. Ahí se aúnan belleza, sabiduría y bondad, pero ese es ya un ideal periclitado y hoy sólo nos interesa durar. Queremos ser inmortales, un empeño loable que no creo que sea ajeno a nuestros anhelos religiosos, y para lograrlo no tenemos reparos en violentar la naturaleza. Es curioso lo contradictorios que somos en nuestros criterios.
Escribo en pleno lunes negro, después de que se haya hecho pública la bancarrota de Lehman Brothers y mientras se desploman las bolsas de todo el mundo. Y por lo que observo y leo, llego a la conclusión de que concebimos la economía, que es fruto de la actividad humana, como si fuera un fenómeno de la naturaleza. Como los huracanes, que se suceden periódicamente, así son las crisis económicas, un fenómeno natural que barre lo viejo y sirve para construir lo nuevo. Lo sorprendente es que nos preocupen tanto los huracanes y sus víctimas y seamos tan fatalistas respecto a las crisis y las suyas. Queremos eliminar los huracanes, lo que seguramente no está a nuestro alcance, y esperamos impávidos a la próxima crisis, a la que hemos convertido en algo así como en la voz de Dios.
Ya la famosa mano invisible, que regula los mercados y armoniza sus tensiones, era una figura de la divinidad construida a la medida del capitalismo triunfante. Ahora nos dedicamos a hablar de la destrucción creativa y los pedantes nos regocijamos citando a Schumpeter. La destrucción creativa podía ser también una forma de actuar de la divinidad, cuyos criterios eran inescrutables pero alentaban la esperanza. No sabemos si lo que limpia la destrucción actual era bueno o malo, pero deja a sus desechos poco margen para la esperanza. Queremos vencer a la naturaleza y apropiarnos de lo que nos enseñaron los dioses, pero convertimos nuestras obras en naturaleza y las celebramos como a un dios. Extraña paradoja, aunque tal vez encierre algún tipo de necesidad. El resultado puede ser una inmortalidad para suicidas. Salvo que las flexiones resulten ser una excelente terapia para superar las sucesivas crisis que nos deparen los huracanes humanos durante la eterna eternidad.
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