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Reportaje:Agenda

Cuando Alberto dio el golpe

Berasategui-Bruguera, la única final de Roland Garros con presencia vasca, cumple 15 años - El vizcaíno dirige una empresa de andamios

Érase una vez un tenista vasco, qué rareza, que se codeó con la élite del tenis mundial, habitada en aquel tiempo por Sampras, Agassi, Edberg, Courier y compañía. No ocurrió anteayer, pero tampoco en la última glaciación.

El 5 de junio de 1994, ayer hizo 15 años, un vizcaíno de Arrigorriaga que había escandalizado a los puristas con un golpeo nunca visto en el circuito (le atizaba a la pelota con la misma cara de la raqueta tanto de drive como de revés), se plantó en la Philippe-Chatrier, la monumental pista central de Roland Garros, atestadas sus 14.840 butacas, decidido a discutirle el trono mundial de arcilla al monarca del momento, Sergi Bruguera. Prosperó el catalán, pero marcó Berasategui un hito inimaginable hoy para el yermo tenis vasco. Aquel mágico 1994, añadió a esa final siete torneos, la disputa del Masters y el séptimo puesto de la ATP.

1994 fue su año mágico: finalista en París, 14 títulos, 7º de la ATP y 'maestro'
Se retiró a los 27: "La cabeza no me daba más de sí, el tenis es un deporte solitario"

"En estos 15 años no he visto una imagen de aquella final, y no porque la perdiese: me da nostalgia recordar cosas de juventud", explica Berasategui. Aun así, Alberto se asoma por un instante al balcón de la memoria y recuerda que no afrontó aquella final todo lo tensionado que debía, colmada su ambición con su disputa. "Jugué bien [perdió en cuatro sets], pero hoy la plantearía de otro modo", reconoce, que no lamenta. "Jugué ante Bruguera, que era en tierra batida lo que hoy es Nadal, el número uno".

Tenía Alberto 21 años y una jubilosa carrera por delante, pero ya no volvería a picar tan alto. Deprimido, colgó la raqueta a los 27. "De vez en cuando pienso que me retiré demasiado pronto, que pude haber seguido, pero la cabeza no me daba más de sí", evoca hoy desde Barcelona. "Me liberé. Llevaba año y medio sufriendo, pasándolo mal en las pistas, jugando los torneos en los que me había curtido... El tenis, con todo su glamour, es un deporte solitario: juegas contra tu rival y contra ti mismo", justifica. Hoy, la soledad no constituye una amenaza: Alberto y su esposa, Arantxa, viven en un barrio residencial del cinturón barcelonés con sus cuatro hijos: Unai, Aimar, Iker y Lucía.

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Casi desvinculado del tenis, Berasategui dirige con dos socios la sucursal de la empresa de montaje de andamios que fundó su padre, el mismo que, airado, rechazó las 50.000 pesetas que le ofreció el Gobierno vasco cuando solicitó para su hijo, figura en ciernes, una beca para formarse en el extranjero. Aun así, Alberto se echó el petate al hombro y partió, con 13 años, a Florida. "Si no salía tenista, al menos aprendería inglés", argumenta. A los 16, el Plan ADO le arrastró a Barcelona, para no moverse más.

"El tenis me formó a nivel personal. Me enseñó modales, me dio una pauta de comportamiento. Y moldeó mi carácter. Antes de ir a Estados Unidos, era un niño muy tímido. Allí me abrí", dice, aunque no lo hiciera del todo: no acabó de digerir la fama, tantos ojos clavadas en su nuca, tantas exigencias colgadas de su raqueta. Pero, por encima de todas, el tenis le impartió una lección magistral. "Para llegar a algo en esta vida tienes que arriesgar y luchar. Si no lo haces, tus posibilidades de prosperar se reducen al mínimo".

Alberto Berasategui, el pasado miércoles en el Real Club de Tenis de Barcelona, la ciudad donde reside.
Alberto Berasategui, el pasado miércoles en el Real Club de Tenis de Barcelona, la ciudad donde reside.EDU BAYER

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