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Tribuna:LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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De tentetiesos y tortugas

Los mismos que arruinaron el planeta se jactan de que vuelven a engrosar sus cuentas con 'bonus' millonarios. Y en España, un Gobierno aturdido se defiende en formación similar a la de los legionarios romanos

José María Izquierdo

José K., un tanto sorprendido, ha advertido que habla solo. Habla solo todo el rato: en casa, por la calle, mientras viaja en el tren, mientras compra en el súper. No es que hable, no, es que conversa, charla, pega la hebra, hace el gasto. Y sin remilgos: lo mismo del café de la mañana, qué caliente estaba, tampoco es para tanto, como de la última novela de Leonardo Padura: está bien, sí, pero veremos cómo resuelve, etcétera, etcétera. Se ha convertido en un hablador impenitente, un palabrero, un sacamuelas, un tarabilla... consigo mismo. Conclusión evidente de tal hallazgo: para qué buscar contrario si él mismo es toda una conferencia interactiva, una tertulia rica y permanente.

El patrón de los patrones sufre porque nadie cree que no esté pidiendo el despido libre
Los ministros van y vienen diciendo cosas distintas sobre cualquier cosa

Así, convencido de que a nadie necesita y nadie le necesita para pensar, cogitar o cavilar, José K. coge el tole y arranca hacia el café. Allí dirá buenos días al camarero de siempre y ya, frente al consuetudinario cortadito y armado con su periódico de siempre, hoy tan en el candelabro, no tendrá por qué interrumpir la feraz conversación que mantiene con su correspondiente. A lo más, en lugar de dialogar, canturrea por lo bajinis, y se arranca con un bolero, qué otra cosa iba a ser, cuando llega a las páginas de Economía. Ha recordado Sombras y va tarareando según pasa las páginas y lee los titulares. Primera de la sección: pude ser feliz, y estoy en vida muriendo; segunda: y entre lágrimas viviendo; tercera: los pasajes más horrendos, y cuarta: de este drama sin final.

Y aquí, en esta tragedia sin término, quiere detenerse nuestro amigo. Enfadado, enojado, cabreado, ve José K. cómo aquellos delincuentes, que con corbata y traje de banqueros llevaron a la ruina a millones y millones de personas vuelven a campar por sus respetos pavoneándose de sus chequeras y, restregándonos su impudicia, se atreven a gallear frente a los Estados que les salvaron la cara y, como siempre hicieron, de sus humildes víctimas, sin que esta democracia líquida, difusa, sin contornos, el blando aletargamiento de Tocqueville, encuentre manera de derribar al tentetieso. Ya saben, si leen los periódicos, que los bancos siguen ganando pasta a espuertas y que sus ejecutivos vuelven a engrosar sus cuentas con talones millonarios. Es más: son los mismos bancos que los Estados, con el dinero suyo y mío, les hizo los favores que nunca hacen ni a usted ni a mí (ni el Estado ni el banco).

José K. ya les supone enterados de todo ello y sólo ofrece algunos datos para cuando alguien haga el libro Guinness de la ignominia: Merrill Lynch, Citigroup y otros siete grandes van a repartir 32.600 millones en bonus; recibieron 175.000 millones de las arcas públicas. Goldman Sachs, que da almuerzos a los periodistas con bocadillos en platos de plástico para mostrar cómo ahorra en tiempos de crisis, piensa distribuir 11.000 millones de dólares en sobresueldos, la mayor cantidad en su historia. Pero no son sólo los banqueros: aquellos lacrimosos magnates del automóvil de Detroit que iban a mendigar a Washington en jet privado ya curan sus males: General Motors va a pagar tres millones de dólares al año a sus 25 primeros ejecutivos. ¿Les gusta?, se pregunta y les inquiere José K.

Así que como todo se juega en su cráneo, se permite el lujo de recordarse que a los tentetiesos no se les hace caer: se les arranca la base o se les encierra en mazmorras. Y no, José K. nada espera de la reunión del G-20 en Pittsburgh y sus ánimos reguladores, que siempre se quedan en la mitad de la mitad de la mitad de la...

Pero sí quiere matizar algunas cosas nuestro ceñudo autoconversador. Sabe, por ejemplo, que la eliminación de la suma de todos esos sueldos, bonus, etcétera, no conjura la crisis. Por eso, de esta canallada le preocupan otras cosas. Y pregunta: ¿para qué se pagan esos sueldos estratosféricos a unos jóvenes recién salidos de Harvard o de cualquier escuela de negocios? ¿Quizá para que ayuden a salvar la crisis y ofrezcan salidas imaginativas a quienes más han padecido sus desmanes? Qué va. Les pagan para que imaginen nuevas bazofias como las subprimes y volver a hacerse inmensamente ricos a costa, por ejemplo, de ancianos enfermos.

José K. sabe que suena excesivo y melodramático, pero lo ha leído en su periódico, en un artículo de The New York Times. Ahora quieren hacer la misma gracia de la titularización, venta en masa a terceros, etcétera, etcétera, con los seguros de vida. Pero para que sea rentable hay que elegir a aquellos que ya vislumbran la barca de Caronte o, por lo menos, el río Aqueronte. La naturaleza humana, que dice Greenspan.

¿Y aquí, cómo andamos? Más o menos en las mismas, se dice a sí mismo José K. BBVA y Santander se han revalorizado un 150%, el patrón de los patrones sigue sufriendo porque nadie le cree que no esté pidiendo el despido libre, y ahora se nos acaba de destapar un gran genio de la cosa pública que vaya usted a saber por qué preside las cajas de ahorros en lugar de ser candidato de algún partido. Quiere Juan Ramón Quintás elecciones anticipadas. Por si le interesa, José K. quiere que se gestionen mejor las cajas de ahorros, si es que han de existir, y que no haya que fusionarlas para sacarlas de la ruina. Es más: a José K. le importa una higa lo que el señor Quintás piense sobre las elecciones. Y sobre cualquier otra cosa, si a eso vamos.

Mientras la oposición dormita en el limbo de la nada, el Gobierno y su presidente andan, más o menos, como Matthew Fox y el resto del elenco de la serie Perdidos. Zarandeados por un guión escrito por fumetas, los ministros van y vienen diciendo cosas distintas sobre cualquier cosa que se les pregunte, con un gusto especial por los impuestos. Conste que a José K., como no podía ser de otra manera, le encantan los giros a la izquierda que promete, cacarea y apalabra el presidente. Pero, ay, desconfía de su realización. Cree José K. que el joven mandatario ha elegido una manera de gobernar más parecida a la del pollo sin cabeza que al de cabeza del pollo. Demiurgo en su Moncloa, dice hágase y espera que cientos de hormiguitas le ofrezcan jícaras de leche y miel. Así fue con el Estatuto, así con Garoña, así con los impuestos, así con los famosos 400 euros y así con la nonata Ley de Economía Sostenible. Dice la palabra mágica y allá se las compongan partido y Gobierno.

José K. se levanta del café y camina hacia su casa. Se dice cosas y se responde airado. Se admira, por ejemplo, de cómo se protegen quienes hoy mandan frente a las críticas. Recuerda su Gladiator y se le va la imaginación, de nuevo, a la Roma Antigua. No sabe por qué, pero después de la frugal cena, en ese chismorrear con su parejo en la sobremesa, se imagina al Gobierno formado en tortuga, con los escudos bien altos, tratando de protegerse de lanzas y flechas de fuego amigo. Y ha visto la formación en triplex acies de los legionarios romanos. Primero, los más jóvenes, los hastati; después, de edad media, los principes; finalmente, los veteranos, llamados triarii. Sí, entreténganse y pongan ustedes los nombres.

A punto de la llegada del sueño tardío, en el cada vez más largo duermevela, José K. mezcla los siglos y confunde a los tribunos militares y prefectos de campo con los ministros. Sí recuerda que a los legionarios se les recompensaba por sus acciones en el campo de batalla y vislumbra cómo sale ufano de la formación el más fiel y aguerrido. No sólo enseñó a sus compañeros a ahorrar energía prescindiendo algunos días de la lorica hamaca, la cota de malla, sino que se ofreció voluntario para la alcaldía de Roma -una escabechina- y hasta consiguió que el Senado regalara antorchas gratis a la población. Con un ojo semiabierto, José K. se comadrea a sí mismo en qué consiste la condecoración: corona de oro, lanza de plata y estandarte pequeño de oro. Cree adivinar, a punto de caer en la fase REM, que al prefecto de campo o al ministro, ya no sabe, también se le ofrece una piedra bien pulida. Y adivina, última visión, que en ella figura la definición de monopolio.

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