Sin promesas ni peligros
El 58% de los ciudadanos de Estados Unidos cree que antes de que pasen 40 años volverá a haber una guerra mundial. Es decir, que antes de que sus hijos adolescentes se jubilen habrán tenido que sufrir no una guerra como la de Afganistán, ni tan siquiera un ataque terrorista, incluso nuclear, sino una verdadera III Guerra Mundial, con millones de muertos, como ocurrió en 1942. ¿Cómo es posible? ¿No habíamos acabado ya con la guerra fría? ¿No estábamos ya todos seguros de que, con la caída de la Unión Soviética, habían desaparecido también los enemigos irreconciliables y los modelos incompatibles?
Los resultados de la encuesta publicada esta semana por el Pew Center, en Estados Unidos, son perturbadores. Los norteamericanos ven "un futuro lleno de promesas y de peligros", resumen los analistas, porque al mismo tiempo son optimistas respecto a sí mismos y a su país. ¿Qué pasaría si esa encuesta se llevara a cabo en la Unión Europea? ¿Nos extrañaría que el resultado fuera el inverso? "Los europeos ven ante sí un futuro vacío de promesas y de peligros". Seguramente no hay un 58% de ciudadanos europeos que crea que sus hijos van a vivir una guerra mundial. Pero es también probable que muy pocos crean que tienen ante sí un futuro lleno de promesas.
Europa tiene dentro de sí una terrible historia de nacionalismos, que podrían revivir si aflojara el invento de la Unión
¿Cuál de estos dos estados de ánimo sería el más aproximado a la realidad? En el caso de los europeos, el "futuro vacío de promesas y peligros" puede ser un espejismo, en su primera parte injusto y en su segunda peligroso.
Injusto porque no es cierto que Europa esté vacía de promesas. Parece que los europeos nos empeñemos en rechazar la realidad. La UE es la mayor economía del mundo (mayor que la estadounidense), el primer socio comercial del mundo, el primer polo de ayuda para los países en desarrollo, el que mejor resultados medioambientales registra.
"La Unión Europea es la zona del mundo que mejor ha reaccionado ante la irrupción de China como agente económico global", asegura en un reciente artículo el ex comisario Chris Patten. "Ante China, Estados Unidos ha perdido siete puntos porcentuales en el comercio mundial, mientras que Europa solo ha sufrido un descenso de 2,4 puntos", explica. Europa combina libertad y estado de bienestar, y mantiene un sano y vigoroso pluralismo. Lo que sí es cierto, sugiere Patten, es que todo esto le hace sentirse satisfecha, pero muy escéptica en cuanto a su capacidad de adaptación y, desde luego, respecto a posibles promesas.
En cuanto a ver un horizonte "vacío de peligros", esa sería realmente una impresión peligrosa. No porque Europa pueda ser objeto de ataques exteriores capaces de llevarla a una III Guerra Mundial, sino porque la misma Europa tiene dentro de sí una terrible historia de nacionalismos extremos, que han sido sometidos gracias, en buena parte, a la UE, pero que podrían revivir en cuanto desapareciera, o se aflojara, el invento de la Unión.
¿Vacía de peligros? ¿Y qué es sino un peligro la decisión del Parlamento húngaro de declarar el 4 de junio Día de la Unidad Nacional? No se trata, como explicaba Cristina Galindo en este mismo periódico, de una medida inocente: el 4 de junio conmemora la firma del Tratado de Trianon, en 1920, por el que Hungría perdió buena parte de su territorio. No tardó mucho el partido de centroderecha Fidesz en aprobar esa ley ni en preocupar a sus vecinos concediendo el derecho a la nacionalidad a los más de dos millones y medio de personas de habla magiar que quedaron englobadas en otros países a partir de ese Tratado. La cuestión es satisfacer al electorado del partido ultraderechista y antisemita llamado Jobbik, al que votó uno de cada seis húngaros en los últimos comicios. ¿Hundir el euro y romper el núcleo duro de la Unión? ¿Aflojar los lazos políticos de la UE? ¿De qué estamos hablando?
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