No les cacheteen, por favor
Hay tantas normas escritas, tantas legislaciones ambiguas que al final el ciudadano se vuelve loco o le tienta ese espíritu rebelde que todos llevamos dentro para incumplirlas. Evidentemente, unos más que otros. Es bueno que exista jurisprudencia sobre cualquier aspecto de la vida social, pero también lo es que toda regulación se aplique con sensatez y sin rigidez.
Viene esto a cuento de la decisión del Senado de tumbar uno de los artículos estrella del proyecto de ley de adopción internacional por culpa del polémico cachete paterno. Regresa al Congreso una vez que PP, CiU, PNV y Coalición Canaria se hayan opuesto a la abrogación de dos artículos del Código Civil según los cuales los padres y los tutores tienen potestad para "corregir razonable y moderadamente" a los menores. La Cámara baja sustituyó tal "corrección" (en román paladino, el cachete) por el "respeto a su integridad física y psicológica" con el fin de evitar el castigo físico a los niños.
Está claro que la bofetada o el azote son reflejo de una impotencia de los mayores frente a un comportamiento reprensible del niño. Y es igualmente evidente que el gesto violento del adulto no significa forzosamente que el menor haya entendido que ha hecho una cosa indebida y que, por consiguiente, no lo hará nunca más. Ahora bien, convertir un acto aislado en teoría puede frisar el absurdo. Uno debe ser consciente de que el niño todavía no tiene obviamente la capacidad intelectual del adulto, con lo que resulta un tanto incoherente que éste pretenda colocarlo a su mismo nivel de razonamiento.
Los psicólogos no logran ponerse de acuerdo sobre el efecto de un gesto así. Pero sí lo consideran dañino psicológicamente, y lo censuran si es recurrente. No solamente lo creen ellos, sino también los adultos. Una reciente encuesta del CIS señala que la bofetada pierde fuerza en España. Doce países de la UE ya han eliminado de su legislación la posibilidad de pegar a los hijos y otros dos (Italia y Portugal) lo han declarado ilegal. Así que, por favor, nada de cachetes, pero, con todo el respeto para el niño, no saquemos las cosas de quicio si por una vez se nos escapa una bofetada.
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