¿Qué hacemos con el Islam?
De cada cuatro seres humanos uno será de religión islámica en 2030. Ahora estamos ya bastante cerca de esta cifra, pues los 1.600 millones de musulmanes que habitan la tierra representan algo más del 23% del conjunto de la población. El dato significativo, analizado por el Pew Research Center, es que la población musulmana crecerá en los próximos 20 años a una velocidad que duplica la del resto de la población, con el único consuelo para quienes teman tales tendencias de que el pico en el crecimiento ya se habrá producido precisamente entre la última década del siglo XX y la primera década del siglo XXI.
Las proyecciones demográficas realizadas por este prestigioso instituto estadounidense ponen de relieve datos muy interesantes, sobre todo desde el punto de vista geopolítico. Por ejemplo, que el mayor país musulmán del mundo, con 256 millones de habitantes, será Pakistán, actualmente el segundo detrás de Indonesia y destacado centro de agitación del extremismo terrorista. El Islam estadounidense seguirá siendo muy minoritario: alcanzará el 1,7% de la población desde su actual 0,8%, algo más de seis millones, fruto sobre todo de la inmigración.
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En Europa, donde ahora los musulmanes representan el 6% de la población llegarán hasta el 8%, lo que en números absolutos significa que pasarán de 44 a 58 millones. El estudio revela, pues, que la Eurabia temida por Oriana Fallaci tiene pocos visos de prosperar, al menos demográficos.
El crecimiento de la población musulmana en Israel es otra de las proyecciones significativas. Era un 14% de la población en 1990, antes de los acuerdos de Oslo; son un 17,7% ahora, en pleno estancamiento de las negociaciones de paz; y significarán el 23,2%, más de dos millones, en 2030. Este dato, en el que no se mezclan los datos demográficos de los territorios ocupados, es uno más de los muchos conocidos que aconsejan la creación del Estado palestino antes de que se produzca el empate demográfico sobre el mismo territorio entre el Jordán y el Mediterráneo.
Todo estos datos, en todo caso, interrogan seriamente a las políticas que se hacen en Europa y Estados Unidos en relación con el Islam para su normalización como cualquier otra religión en el marco de Estados de derecho, laicos y democráticos. Nada más desaconsejable que las actitudes que favorecen el encuadramiento disciplinado de todos los musulmanes como miembros de una misma comunidad global separada. Es lo que buscan ciertas tendencias fundamentalistas a través de telepredicadores de alcance planetario que enervan los reflejos antioccidentales entre los jóvenes inmigrantes. Pero también es una incitación al extremismo la islamofobia practicada por ciertos populismos europeos que exhiben una supuesta superioridad cristiana como método de exclusión.
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