El follón de la política británica
La maltrecha maquinaria política del Reino Unido exige una rápida y contundente toma de posturas. En caso contrario, es posible que en el futuro se acabe por poner en tela de juicio el sistema en pleno
Qué ha sido del momento constitucional de Reino Unido? Cuando salí del país hace tres meses sólo se hablaba de "una nueva política" y la reforma de todo el sistema, desde las raíces hasta la copa. Al regresar, me encuentro con que hemos vuelto a las controversias sobre gastos de los parlamentarios, escándalos individuales y dirigentes de los partidos que toman posiciones con frases sonoras para las elecciones del próximo año. La indignación popular ante los políticos y sus formas de actuar sigue estando presente, pero la idea de que es el sistema entero el que es preciso arreglar se ha perdido por el camino.
En su lugar tenemos a miembros del Parlamento que vociferan por tener que devolver lo cobrado por gastos, mientras que todo el mundo vende sus versiones de las cosas en el círculo de política-medios de comunicación-política de Westminster. Además de eso, una serie de propuestas concretas e improvisadas para cambiar esta parte o aquélla de esa maltrecha maquinaria que llamamos el sistema político británico. Más cinta adhesiva, cartón y cola de pegar. El incrementalismo de Burke sin un fin a la vista. En resumen, una mezcla de pragmatismo y culebrón muy propio del Reino Unido del siglo XXI. Cuanto más cambia, más igual sigue siendo. Como en Atrapado en el tiempo.
Los británicos suelen desconectar ante la mera mención de la palabra Constitución, en agudo contraste con EE UU
Reino Unido es ya una especie de Imperio Austro-Húngaro en miniatura, lleno de heroicos anacronismos
Los líderes de los grandes partidos han eludido la cuestión constitucional en los discursos pronunciados en sus respectivos congresos. Gordon Brown incluyó, casi de pasada, propuestas para que los votantes tengan derecho a abjurar de sus representantes parlamentarios, para un referéndum sobre la introducción del sistema electoral del voto alternativo y (no se rían) para la reforma de la Cámara de los Lores; algo que el nuevo laborismo sólo ha tenido 12 años y medio para hacer.
David Cameron elaboró algunas ideas interesantes sobre el recorte de competencias del Estado y el Gobierno, para dar más poder a las personas, las familias y las comunidades locales; pero no parecía que tuviera en mente toda la estructura del Estado en el que vivimos. Al fin y al cabo, una de las cosas importantes que hace una Constitución es determinar quién tiene poder para hacer qué y a qué nivel. Por el contrario, el Partido Conservador, si consiguiera una clara mayoría parlamentaria, entregaría graciosamente esos poderes a los súbditos de su majestad como quien da una limosna. El Gobierno decidiría en qué tendría que hacer menos; el todopoderoso Ejecutivo sería el encargado de recortar las facultades del todopoderoso Ejecutivo. La gente tendría poco o nada que decir a la hora de decidir qué le corresponde. Los británicos, que dispondrían de más transparencia sobre el comportamiento relativo de los proveedores de servicios públicos -cosa que es una buena idea-, adquirirían más poder como consumidores de esos servicios, pero no como ciudadanos.
Los demócratas liberales no lo hicieron mejor, lo cual, en su caso, quiere decir que lo hicieron peor. Ellos, más que nadie, deberían haber aprovechado esta oportunidad para cambiar las reglas del juego. En cambio, su líder, Nick Clegg, no incluyó más que un breve fragmento casi de compromiso sobre la necesidad de una "drástica reforma electoral", seguido de una parrafada mucho más larga y sentimental sobre un Gobierno totalmente demócrata-liberal. Ni lo sueñes, Nick, ni lo sueñes. A propósito de los gastos, como en otros asuntos, Clegg aparece como un santurrón ligeramente más radical que los otros dos; pero, en esencia, sigue jugando a lo mismo.
Sin duda, sus asesores le dicen que es demasiado arriesgado jugar a otra cosa. Quizá lo sea. Quizá el gran público británico, aunque está enfadado con los parlamentarios, no está preparado para ello. En una encuesta de The Guardian-Rowntree Trust realizada este año, el 75% de los entrevistados decían que, en su opinión, el sistema de gobierno del Reino Unido podía mejorarse "mucho" o "muchísimo"; pero eso no significa que la reforma constitucional sea una de sus prioridades personales. De hecho, los británicos suelen desconectar ante la mera mención de la palabra "Constitución", en agudo contraste con Estados Unidos, donde los comentaristas, políticos y ciudadanos siguen debatiendo apasionadamente sobre un documento del siglo XVIII. Y como es evidente, en Reino Unido y en otros países, la economía, el empleo, la sanidad y la seguridad serán los elementos que decidirán las elecciones, no las reformas políticas.
Sin embargo, si seguimos así, con infinitos parches, con más medidas concretas de traspaso de poderes (tanto hacia abajo, a los consumidores y las comunidades -lo que propone Cameron- como hacia afuera, a naciones como Escocia y Gales), mientras dejemos que persistan grandes vacíos de legitimidad (una Cámara de los Lores no elegida, un sistema electoral injusto para los Comunes), llegará otro momento, tarde o temprano, en el que se ponga en tela de juicio todo el sistema. El Reino Unido es ya una especie de Imperio Austro-Húngaro en miniatura, lleno de heroicos anacronismos. Adaptando el famoso nombre que daba Robert Musil al difunto Imperio de Habsburgo, Kakania, el escritor escocés Tom Nairn lo ha llamado Ukania.
Los aspectos más absurdos de Ukania están recogidos en un documento satírico denominado The unspoken Constitution [La constitución tácita], elaborado por autores de Democratic Audit con la ayuda de otras dos iniciativas cívicas, Unlock Democracy y OurKingdom. En su cómico resumen de cómo está gobernado el Reino Unido, me gusta especialmente el artículo 3, titulado El imperio de la ley. Dice: "El Gobierno, como cualquier otro sujeto, tendrá libertad para hacer todo lo que no sea ilegal. El Gobierno decidirá qué es ilegal". Después de arremeter contra los Lores, unos cargos no electos que constituyen la Cámara más anacrónica de cualquier democracia avanzada, destaca el hecho de que dos de cada tres miembros del Parlamento poseen una circunscripción de las que se conocen como "escaño seguro", es decir, en la que los votantes no tienen verdaderamente elección. "La división de escaños", continúa, "permitirá a los dos partidos principales dominar la Cámara de los Comunes y hacer que los intentos de alterar el sistema electoral sean inútiles; y tendrá la ventaja añadida para los partidos de reducir drásticamente a menos de 200.000 el número de votos que necesitan para ganar una elección". Cuando se les pase la sonrisa se darán cuenta de que ésta es una situación insultante para cualquiera que desee ser ciudadano de una democracia liberal moderna.
Unos cuantos individuos y grupos, incluidos los responsables de The unspoken Constitution, están tratando de mantener encendida la llama de la reforma constitucional. Esta semana se presentó en los Comunes un proyecto de ley que propone una convención de ciudadanos. Se compondría de ciudadanos británicos escogidos al azar y estaría encargada de presentar reformas del sistema parlamentario y electoral que el primer ministro tendría que "poner en práctica" en un plazo de 12 meses, o sobre las que tendría que convocar un referéndum si no estuviera de acuerdo. Un movimiento con el insípido nombre de Power 2010 (suena a taladradora eléctrica) pretende celebrar una asamblea deliberativa a principios del próximo año; según creo entender, de ahí podrían salir varios compromisos de reforma política que se pediría que firmaran los candidatos durante la próxima campaña electoral. Pero el proyecto de ley sobre la convención de ciudadanos no se va a aprobar en este Parlamento. Y en el estado actual de la política y los medios británicos no creo (aunque me encantaría equivocarme) que la técnica de movilización de Power 2010 sirva tampoco para cambiar mucho las cosas.
Ukania lleva mucho tiempo en pie y, como la Kakania Austro-Húngara, seguramente puede seguir tambaleándose durante años. Pero habrá nuevas crisis. La chispa siempre es difícil de predecir (¿quién iba a imaginarse que el asunto de los gastos de los parlamentarios iba a desencadenar un debate constitucional?), pero entre las chispas que pueden surgir en el futuro están un referéndum sobre la independencia en Escocia, un Parlamento empatado, una fuerte presión sobre la libra o tal vez incluso la subida al trono del rey Carlos III.
La medida prudente y ultrabritánica sería prevenir la crisis mediante la reforma. Si el próximo Parlamento, espoleado por unos ciudadanos activos que además participen en ello, no presenta un gran programa de reformas para la Constitución británica, podemos esperar que se produzca otra explosión.
www.timothygartonash.com Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
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