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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La cruda realidad

Con retraso, pero con loable convicción, la Comisión Europea presentó el miércoles sus propuestas para articular un mercado unificado de gas y electricidad que salvaguarde la transparencia y la libertad de elección de los consumidores. La propuesta es muy genérica, pero demuestra al menos que Bruselas tiene ideas claras sobre cuáles son los problemas reales del mosaico de mercados nacionales que constituye la deprimente realidad energética europea.

Propone que se aplique una separación efectiva entre producción de energía y propiedad de las redes de transporte, para evitar que las compañías utilicen las redes como barreras de acceso a los mercados; que se constituya una agencia de regulación de los operadores europeos y que los monopolios extracomunitarios no puedan acceder a los mercados europeos si no respetan en sus países normas de competencia similares a las europeas. No es mal pretexto para evitar la irrupción en los jugosos mercados europeos de Gazprom o Sonatrach, que disponen de sobrada capacidad financiera para apoderarse de empresas estratégicas continentales.

Las propuestas, en general, son acertadas. Nadie puede discutir seriamente que la propiedad y el transporte de energía deben gestionarse por separado, que Europa necesita coordinar las decisiones de los reguladores nacionales, todos con criterios distintos en función de los intereses de cada país o que hay que facilitar los intercambios de energía entre países. Ahora bien, lo que vale es cómo se pondrán en práctica estas propuestas. Hasta el momento, no hay demasiadas razones para el optimismo. La presión de Francia, Alemania e Italia ha fabricado una alternativa a la separación drástica entre producción y transporte, que sería la decisión óptima, en forma de sociedad independiente que gestione las redes, que seguirían siendo propiedad de las grandes compañías francesas, alemanas o italianas. Y la Agencia de Regulación de los Operadores Europeos es un retroceso político y económico sobre la idea de un regulador energético único en Europa.

La Comisión carece hoy de poder para quebrar la resistencia de los intereses políticos fuertemente entrelazados con la gestión en empresas como EDF, E.ON o ENI. Hay que esperar un forcejeo prolongado y en ocasiones desesperante antes de que, en el plazo de varios años, logre articularse un mercado energético europeo con cierto grado de transparencia en los precios y con mecanismos de solidaridad en el suministro. Pero, al menos, este intento servirá para que la CE se dé de bruces con la realidad de un mercado que dista mucho de parecerse a la fluida globalización e intercambios instantáneos que tiene el mercado financiero. Es la cruda realidad que explica porqué la OPA de E.ON sobre Endesa no puede entenderse sólo en términos de "libre circulación de capitales".

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