El 'caso Wulff'
Raro es el día en que el ciudadano alemán no se desayune con la noticia de un nuevo escándalo, una nueva mentira, un nuevo arrepentimiento y petición de disculpas del actual presidente de la República Federal de Alemania, el democristiano Christian Wulff, en funciones desde junio de 2010. Por motivos menores dimitió su antecesor, Köhler, un economista a quien bastaron las críticas adversas suscitadas por unas declaraciones suyas sobre el estacionamiento de tropas alemanas en Afganistán para dejar el cargo.
Detalles deshonrosos de la vida privada de Christian Wulff andan estos días en boca de todo el mundo. Asistimos desde diciembre a un despellejamiento diario de su persona en periódicos, cadenas de televisión, emisoras de radio, foros de Internet... Wulff aguanta en el puesto sin más valedores de renombre que Angela Merkel, que insistió, erre que erre, en su candidatura (hay quienes aseguran que para librarse de un serio rival en el camino hacia la cancillería), y el propio Wulff, cuyo cinismo llegó recientemente al extremo de declarar ante micrófonos que dentro de un año lo suyo estará olvidado.
Ante su pérdida de credibilidad, Gobierno y oposición buscan un sustituto para el presidente de la RFA
La presidencia de la República es un cargo sin poder que, de acuerdo con la Constitución alemana, ha de ejercerse al margen de intereses partidistas. Se mire por donde se mire, despide un tufillo a sucedáneo monárquico. El presidente reside en el suntuoso palacio de Bellevue, situado en una zona noble de Berlín. Sus atribuciones recuerdan las de los monarcas de las modernas democracias parlamentarias. Pronuncia discursos, recibe mandatarios, entrega condecoraciones. Esas cosas.
Frente a la cruda economiza-ción de la política actual, la presidencia de la República representa una suerte de contrapeso moral. El presidente postula valores democráticos y encarna, en nombre de Alemania, una firme voluntad de paz y concordia. Se espera de él, en consecuencia, que tenga aquello de lo que Christian Wulff carece: credibilidad.
Ha habido días atrás concentraciones de ciudadanos que, zapato en mano a la manera árabe, han exigido a gritos su dimisión delante del palacio.
Nacido en 1959, la rápida y ascendente carrera política de Christian Wulff se ha basado en el cultivo de una imagen de hombre sosegado. Su apego al orden, la familia, los principios religiosos, las maneras ceremoniosas, exentas de espontaneidad, le viene directamente de la educación conservadora que recibió de niño.
En sus discursos revela una tendencia constante a la identificación de política y moral. El político, se dijera, es tanto un gestor como un modelo de conducta. Con tales premisas, unidas a la ambición personal y a una innegable habilidad para la oratoria elevada, Christian Wulff hizo fortuna en y con el partido democristiano CDU.
La investigación periodística ha dado al traste en poco tiempo con su apariencia de hombre íntegro. Actuaciones de dudosa honorabilidad, que hasta podrían ser constitutivas de delito, incapacitan en opinión de una mayoría de ciudadanos a Christian Wulff para ejercer el cargo que ostenta. La lista de reproches no cesa de crecer. Algunas imputaciones remiten a los tiempos en que fue presidente del Gobierno de Baja Sajonia, land donde se prohíbe por ley que los funcionarios reciban obsequios de un valor superior a los 10 euros.
Wulff aceptó por entonces beneficios bancarios y créditos privados de muy bajo interés sobre los cuales no dijo la verdad en el Parlamento regional. Lo reconoció durante una entrevista televisada el pasado 4 de enero. Con llamativa frecuencia se alojó durante las vacaciones en villas de potentados, afirmando, cuando le pidieron cuentas, que los conocía del colegio, lo cual resultó ser una verdad a medias. Se le atribuye una oscura intervención como consejero de administración de Volkswagen para evitar pérdidas económicas de Porsche. Es autor de un libro titulado Mejor la verdad. Con no se sabe qué fin, un multimillonario de Hannover compró 5.000 ejemplares de la primera edición.
En 2007 pagó asientos de segunda clase, para él y su familia, en un vuelo desde Miami a Alemania con Lufthansa. Dentro del avión le fueron proporcionados asientos de primera. Al respecto declaró que había pagado la diferencia con bonos-premio. Los llevaba reuniendo desde finales de los ochenta, aun cuando dichos bonos no existían antes de 1993.
Sabiendo que la prensa planeaba difundir estas y otras confidencias, cometió la torpeza de grabar amenazas en el contestador automático del jefe de redacción del periódico sensacionalista Bild y en el del jefe de la casa editora Springer, lo que fue interpretado como un ataque a la libertad de expresión. Wulff, que, tras pedir perdón públicamente, se comprometió a ejercer la transparencia, vetó la publicación de ambos mensajes telefónicos. A socapa se rumorea que Gobierno y oposición ya están buscándole un sustituto.
Fernando Aramburu es escritor.
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