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El ataque de los clones

Baltasar Garzón

Hace unos meses fui con mi hijo a ver la película de George Lucas que titula este artículo; por aquel entonces se comenzaba a hablar de la guerra de Irak, uno de los temidos extremos del eje del mal -se supone que Irán, geográficamente en medio, es el centro y el otro extremo, Corea del Norte-.

En aquel momento pensé que si se llegaba al estado actual de cosas es que la demencia se habría instalado definitivamente en el mundo, y, en esta situación "los Jedi" no podrían contener al lado oscuro de la "Fuerza", representado por el poderoso Lord Canciller (George W. Bush), quien a través de inconfesables alianzas, o por lo menos con desconocidas informaciones altamente secretas, controlaría un Parlamento aún coaccionado por el impacto del terrorismo y sometido al poderoso líder, con unos medios de comunicación -con algunas excepciones- acríticos; y una opinión pública -la estadounidense-, adormecida y aterrorizada, que ya no sabe si Osama Ben Laden es iraquí o talibán, o si fue éste o Sadam Husein quien ordenó el ataque a las Torres Gemelas, y que estaría dispuesta a acabar con el enemigo árabe-islámico-musulmán externo, personificado en la película por la terrible alianza de los separatistas y la Federación de Comercio. Para ello, continuando con el símil cinematográfico, el Lord Canciller Syrius y su estado mayor prepararían un gran ejército de clones dispuestos a morir, por la libertad y la democracia, cuando la realidad es que quien arma a ese ejército con medios altamente sofisticados y lo manda a la guerra estaría trabajando en contra de una y de otra. Sería interesante hacer una encuesta entre los más de 150.000 soldados desplegados en el golfo Pérsico para averiguar si saben por quién o por qué luchan; estoy seguro de que los resultados serían escandalosos en contra de quienes les mandan.

Sólo la fe en el líder máximo y sus discípulos o asesores -casi todos ellos próximos, más o menos, al mundo del petróleo-, justificaría la actitud adormecida de un ejército y del pueblo. O, mejor dicho, sólo la manipulación de la información sensible haría posible esa sumisión.

Porque hasta ahora lo único que sabemos, aparte de seguir fielmente los viajes de Obi-Wan Kenobi, en forma de Hans Blix, pidiendo más tiempo para sus inspecciones o colaboración a los iraquíes, es que se han hallado unas inertes carcasas vacías y unos documentos, que en Europa serían material de estudio y que en Irak podrían desencadenar una guerra.

Ésta es la cruda realidad. Frente a una absurda dinámica de prisas y carreras, cual si estuviéramos en periodo de instrucción militar con un sargento de rostro terrible martilleándonos a gritos al marcar el paso, lo desconocemos absolutamente todo, aunque parece que ya poseyéramos todo el conocimiento, por los miles y miles de párrafos escritos y hablados. Sin embargo, sólo el socio privilegiado de Washington, Tony Blair, la otrora esperanza blanca de la izquierda europea y su tercera vía, y ahora convertido en mero comparsa militarista del dios americano, parece saber algo. Y, ello suministrado por unos servicios secretos cuya efectividad deja mucho que desear, con licencia para matar, y, por tanto para mentir; faltaría más.

¿Quién controla la actividad de dichos servicios? ¿Cómo se ha obtenido, y a cambio de qué, la información que está sirviendo de base para desencadenar la guerra final entre dos mundos? Y, si fuera cierta, ¿por qué razón se ha ocultado esta situación durante tanto tiempo a la comunidad internacional?; ¿acaso ésta no debería decir algo?

Sencillamente, yo no me lo creo; ni siquiera con "definitivas pruebas" me convencerían -ya no-; ni tampoco lo lograrían con cualquier persona de buena fe. Por esto, probablemente no lo intentarán y nuevamente se impondrá la máxima: "O yo, o el caos".

Nadie ha pensado, espero que sí, la barbaridad que constituye el hecho de que unos informes de un servicio secreto, que ni siquiera podrían valer como prueba ante la justicia, puedan sin embargo determinar una hecatombe bélica. Dónde está el derecho de defensa del pueblo de Irak. Es curiosa la inversión de la carga de la prueba que aquí se ha producido. La decisión sobre la guerra vendrá acompañada de una supuesta inactividad por parte del régimen iraquí con los inspectores, o de una obstaculización a la labor de los mismos; o dependerá del hallazgo de material prohibido. En uno y otro supuesto, la interpretación claramente sectaria que, desde la parte americana, se hace de la Resolución 1.441 del Consejo de Seguridad, es que, en todo caso, sin necesidad de otros argumentos habrá guerra. Si no aparecen las armas químicas, siempre será porque están escondidas, pero no porque no las haya (interpretación favorable a Irak). Si los servicios secretos dicen que sí las hay, aunque no aparezcan, para el Lord Canciller existirán, pero no se aceptará una equivocación de aquéllos o una información defectuosa (interpretación favorable a Irak); si aparecieran, quedaría confirmada la tesis y se atacaría, y si finalmente nunca existieron, ni se pretendió armarse con ellas, habrá que atacar por prevención.

En esta "guerra", "los clones" no sólo son los soldados americanos e ingleses que, forzados, irán a la misma, sino también todos aquellos que, desde una posición de poder -político, institucional, social, mediático y económico-, la consienten y permanecen silentes y a la espera, con el morbo propio del que quiere ver sangre para hablar de ella y que se siente frustrado si finalmente no la hay porque la invasión se suprimió.

No me siento representado ni por los postulados que inspiran esta atrocidad, ni por las instancias políticas que la autoricen, ni por mi Gobierno, ni por ninguna otra institución que la apoyen. Por ello apostato de quienes dirigen un Estado que no es capaz de contener una locura como la que estamos viviendo; de un Gobierno que, entre surcos de negro vertido, y con una tendencia al reino de la seguridad a secas, sin término para la libertad o las garantías, y que goza de una posición privilegiada en el Consejo de Seguridad de la ONU, es incapaz de alzar la voz, que sin duda encontraría eco, para oponerse a la bota militar que amenaza con pisotearnos y destruirnos como pueblo y como sociedad de valores de pronta democracia y reciente libertad; y lo hago porque está en juego nuestra dignidad como personas y como ciudadanos de un país que durante más de 40 años sufrió una dura dictadura; y lo hago porque soy yo y mis hijos quienes vamos a pagar parte de esta guerra; y lo hago porque la misma ni es legítima, ni justa, y claramente quebranta la legalidad internacional y atenta contra la humanidad; y lo hago porque mi Gobierno no es capaz de exigir a los EE UU que cumplan con la Declaración Universal de Derechos Humanos respecto de los detenidos en Guantánamo, ocon los detenidos sin derechos y en prisiones desconocidas, por el simple hecho de su ascendencia étnica o por su estancia irregular en el país. Ésta sería razón suficiente para no prestar apoyo militar a quienes están en esta dinámica perversa, porque indirectamente se contribuye a esa ruptura de la legalidad internacional; y lo hago, por último, porque no han sido capaces de oponerse a las exigencias de la Administración de Bush, en el ámbito de aplicación de la Corte Penal Internacional, admitiendo de hecho zonas de impunidad que deben avergonzarnos.

No puede haber paz sin justicia, y la exigencia de ésta ha de constituir, junto con la protección a las víctimas, el norte de todos los países democráticos. En el caso de Irak -como ocurrió en Afganistán-, las víctimas nuevamente serán consideradas como elementos prescindibles, y por ende, su pérdida, daños colaterales sobre los que, previsiblemente, se instaurará la censura informativa, pasando, después de un tiempo, al olvido de todos, salvo en la memoria de aquellos que sufran la pérdida.

Nos habrán embarcado en otra guerra para tener ocupadas nuestras frágiles mentes, y para que no recordemos los años del embargo y de miseria del pueblo iraquí, y para que olvidemos que éstos fueron decretados por un Occidente que, una vez más, ha demostrado lo inútil de unas medidas sin sentido, que al final no han sido capaces de acabar con el régimen de Sadam, y han matado de hambre física y cultural a todo un pueblo. Y ahora, 12 años después, vuelven a decirnos que se quiere salvar a éste -siempre se pone al pueblo como excusa para las rebeliones y las revoluciones, pero siempre se le reprime- y simultáneamente se ofrece un exilio dorado y con salvoconducto que garantice la impunidad a la bestia que, teóricamente los ha esclavizado. La historia se repite, antes con países latinoamericanos o africanos, y ahora con sones asiáticos.

¿Por qué no se ha constituido un Tribunal Internacional ad hoc para juzgar los supuestos crímenes de Sadam?; ¿por qué no someterse a la decisión de éste? ¿O es que lo que ahora conviene es probar nuevas técnicas militares y armamento sofisticado y conseguir con la victoria una posición geoestratégica idónea en una región tan explosiva, pero a la vez tan rica en oro negro, como la de Oriente Próximo?

Su Santidad Juan Pablo II, en un discurso reciente, se mostraba claramente opuesto a la guerra y decía que Irak era tierra de profetas, pero, más que de profetas es tierra de personas inocentes, de víctimas que nunca entenderán por qué mueren en la miseria desde hace años, o por qué no se declara la guerra a la pobreza, a la marginación y a la corrupción; o por qué países como los denominados democráticos occidentales no somos capaces de utilizar la diplomacia, la cooperación, la aproximación entre pueblos para acabar con un tirano; y por qué sólo aprovechamos el recurso a una guerra que lo es también, y esencialmente, contra Occidente, contra nuestra historia y contra muchos valores esenciales para todos.

Y ¿qué podemos hacer para cambiar el curso de esa historia? Ésta es la gran pregunta que muchos nos hacemos. Algunos se plantean ir a Bagdad y formar escudos humanos -desgraciadamente, las bombas, aunque más inteligentes hoy día, todavía no analizan el carnet de identidad-; otros quieren manifestarse contra los invasores; otros, escribir y descubrir la farsa; y otros, esperar los acontecimientos. Desgraciadamente no tengo el talismán que dé la solución equidistante entre un dictador agónico y un mandatario que ha sobrepasado los límites de la legalidad democrática y que presenta tics autoritarios y militaristas.

Por eso, sólo apunto algunas posibilidades:

1. Respetar la decisión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y no actuar unilateralmente.

2. Dejar tiempo a los inspectores para que cumplan su labor después de que hoy, 27 de enero, rindan su informe al Consejo de Seguridad.

3. Exigir a la Administración norteamericana y al Reino Unido que muestren las pruebas que dicen tener sobre la fabricación y/o tenencia de armas químicas o de destrucción masiva por parte de Irak, y que no las oculten so pretexto de la seguridad nacional.

4. Exigir a los Estados Unidos y al Reino Unido que muestren cuáles son sus armas químicas y de destrucción masiva, y que en ningún caso las utilicen contra la población iraquí.

5. Que se garantice al máximo la integridad de los ciudadanos iraquíes, con exigencia de responsabilidades internacionales si así no se hiciere.

6. Que no se toque ni un solo litro de petróleo, sometiéndose el control del crudo iraquí, caso de invasión y derrota de Sadam, a instancias internacionales.

7. Que la Unión Europea presente una posición común en este tema, en la línea marcada valientemente por Francia y Alemania. Si fueron capaces de alcanzarla sobre el terrorismo, por qué no lo hacen ahora también sobre un hecho tan grave como una guerra.

8. Que el Gobierno español se someta a debate parlamentario o incluso a consulta popular, porque a todos nos afecta el hecho de que España declare una guerra. Desgraciadamente, parece que, al contrario de otros líderes, en España el control del Parlamento y las explicaciones al mismo no pasan de una simple Comisión: ¡la cosa no debe ser importante!

9. Protestar en forma continua y masiva contra esta guerra injusta, en todos los foros.

Frente a una catástrofe de efectos imprevisibles, el silencio no es una opción.

Baltasar Garzón Real es magistrado.

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